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Mostrando entradas de mayo, 2019

Un poema de Anne Carson

El libro de Isaías, parte I Isaías despertó enojado. La canción del mirlo que endulzaba sus oídos no era enojo. Dios había llenado los oídos de Isaías con aguijones. Una vez, Isaías y Dios fueron amigos. Solían conversar cada noche. Isaías corría al jardín. Conversaban bajo una rama, la noche llegaba. De los pies a la cabeza, Dios hacía que Isaías llamara. Isaías amó a Dios y luego su amor se volvió dolor. Isaías quiso un nombre para el dolor, lo llamó pecado. Isaías fue un hombre que creyó ser una nación. La llamó Judea y el pecado fue su condición. En Isaías, Dios vio arder la mortaja del mundo. Isaías y Dios vieron las cosas de forma distinta. Solo puedo contarles sus acciones. Isaías se dirigió a la nación. ¡La fragilidad del ser humano!, gritó. La nación se conmovió por fuera y se volvió a dormir. Dos tablas de carne ensangrentada envolvieron sus ojos como alas. La nación durmió como una pintura brillante y dura. ¿Quién puede inventar u

Trece maneras de pensar el verso (Dana Gioia)

El escritor estadounidense Dana Gioia (California, 1950) compone parte de sus poemas en metros clásicos; también usa rima, a veces inventa sus propias formas y no pocas veces recuerre significativamente al verso libre. Asimismo, piensa la poesía más en términos musicales que semánticos, de ahí que confiera una gran importancia al hecho de que el lector o el oyente acceden a la poesía primero de forma sensorial, antes que racional. Para Gioia, la poesía es concreta, y se experimenta con el cuerpo, antes de ser comprendida intelectualmente. Parte de esa perspectiva, radica en su manera de entender el verso y la versificación en general. Aquí, nos presenta algunas consideraciones sobre el tema, a manera de tridecálogo. Trece maneras de pensar el verso Dana Gioia 1.       La diferencia más evidente entre la prosa y la poesía es la versificación . En el arte, lo evidente siempre es importante, aunque suele ser precisamente lo que olvidan los especialistas. La té

Dos poemas de Seamus Heaney

Cavando Entre mi dedo y mi pulgar reposa el lapicero, ceñido como un arma. Bajo mi ventana, el chirriante y claro sonido de la pala al hundirse en el áspero suelo: mi padre, cavando. Lo veo hasta que su espalda cansada se inclina entre los parterres, desde hace veinte años encorvada al ritmo de los surcos de papas donde cavaba. La tosca bota apoyada en la plancha, el mango con la rodilla interna apalancado con firmeza. Sacaba los crecidos tallos, enterraba el brillante filo para esparcir las papas nuevas que recogíamos, encantados con su fría dureza en nuestras manos. Por Dios, el viejo sabía manejar una pala. Igual que su viejo. Mi abuelo cortaba más pasto en un día que cualquier otro hombre en el pantano de Toner. Una vez le llevé leche en una botella tapada torpemente con papel. Se enderezó para tomársela y de inmediato bajó cortando y rebanando con esmero, lanzando terrones sobre su hombro, buscando y buscando el me

Siempre quise ser un chico Perro Azul

Siempre quise ser un chico Perro Azul Una historia personal para hablar del libro Para un siglo con cédula. 18 años de poesía Perro Azul , de G.A. Chaves. (pról. de Clara Astiasarán) I E l año pasado, cuando publiqué 25 x 25. Poemas escogidos de un muchacho que sonríe: 2018-1993 , con Ediciones Perro A zul, conté parte de las anécdotas que me unieron y desunieron a Carlos Aguilar en esos años. Ese libro fue una pequeña celebración personal y una pequeña victoria personal. No es gratuito que mis 25 años de “carrera” literaria coincidan (o no) con más o menos el mismo tiempo que le tomó a Carlos ir de Alambique a su proyecto Perro Azul y lo que es hoy. Como muchos otros, allá a mediados de los 90, cruzaba la calle desde Letras de la UCR para visitar la librería de Carlos. Hacia el año 2000, cuando Perro Azul ya daba sus primeros y firmes pasos, le ofrecí a Carlos Las fábulas del olvido . Carlitos me dijo que no lo publicaría, pues era un poemario trascendentalista,

Un poema de Louise Glück

Un mito sobre la devoción Cuando Hades se enamoró de esta muchacha, le construyó un duplicado de la tierra. Todo igual, hasta un prado, pero con una cama. Todo igual, incluso el sol, porque sería difícil para una joven ir de la luz a la completa oscuridad. Paso a paso, pensó, le ofrecería la noche, primero como sombras de hojas agitadas. Luego la luna, las estrellas. Después ninguna. Que Perséfone se acostumbre poco a poco. Al final, pensó, se sentirá a gusto. Una réplica de la tierra, excepto que en esta había amor. ¿No todos quieren amor? Esperó muchos años, construyendo un mundo, observando a Perséfone en el prado. Perséfone, la que olfatea y prueba, si tenés un apetito, pensó, los tenés todos. ¿No quiere todo mundo sentir en la noche el cuerpo amado —estrella polar, brújula—, escuchar el suave aliento que dice “estoy vivo”, que también significa que estás vivo, porque me oís y estás aquí conmigo. Y cuando uno se