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Mostrando entradas de febrero, 2017

"París, Alajuela": un relato sobre un encuentro casual

París, Alajuela Habíamos llegado a París con la intención de conocer a Renzo pero sobre todo con el ánimo de ver la nueva película de Godard. El mismo día de la llegada me puse en contacto con Fabiola, nuestra corresponsal argentina en cuanto a amistades peligrosas se refiere. Me dijo que Renzo nos esperaría frente al Cine Rojo y me dio la dirección. Nos montamos en el tranvía, que nos dejó en una calle relativamente desierta. Empezamos a caminar hasta que poco a poco fuimos divisando algo más de gente cerca de un parque. Llegamos y de inmediato vimos el cine, que efectivamente era rojo. El parque y el cine eran sumamente parecidos al Parque de los Mangos y al cine Milán, en Alajuela, lo cual nos causó algo de gracia. Para más curiosidad, parecía que había algunas obras en proceso, pues frente a la fachada del cine se alzaban montículos de arena y piedra. Detrás de estos se divisaba un grupo de personas, entre las cuales creímos distinguir a Renzo, con su piel morena y sus colo

Subrayar o no subrayar

Hace un tiempo, mientras no había vuelto a esta casa y tenía mis cosas en una balsa, había compartido una breve nota sobre la acción de subrayar los libros. Antier se publicó “Subrayar libros, un sacrilegio necesario” , artículo de Esteban Ordóñez Chillarón, y quise retornar a aquellas breves reflexiones. Siempre me ha divertido ver a mis compañeros o a mis estudiantes subrayando un texto (especialmente si lo hacen –que es siempre– con un marcador fosforescente). Se concentran tanto en encontrar la “verdad”, que al terminar de leer todas las hojas lucen verdes, anaranjadas o amarillas. Lo han subrayado todo, con lo cual el sentido primario de subrayar (recordar, retener) se ha perdido. Otra experiencia proviene de los libros que me ha prestado un gran amigo (no diré su nombre debido a su timidez): las páginas están llenas de notas, de signos, de elogios, de improperios, de reflexiones. Y también leo estos paratextos, igual que los monjes medievales, quienes terminaban por

Dos poemas de Fabio Morábito

Llegué a Fabio Morábito a través de su libro El idioma materno . Había estado buscando Grieta de fatiga , pero no lo encontré (recién lo adquirí y ahora lo estoy leyendo), así que me hice de aquel otro libro y de Caja de herramientas . Amor absoluto a primera vista. Y hoy tengo en mis manos Un náufrago jamás se seca , que reúne sus cuatro poemarios hasta la fecha, y quiero aprovechar para compartir con ustedes dos poemas. Mudanza A fuerza de mudarme he aprendido a no pegar los muebles a los muros, a no clavar muy hondo, a atornillar sólo lo justo. He aprendido a respetar las huellas de los viejos inquilinos: un clavo, una moldura, una pequeña ménsula, que dejo en su lugar aunque me estorben. Algunas manchas las heredo sin limpiarlas, entro en la nueva casa tratando de entender, es más, viendo por dónde habré de irme. Dejo que la mudanza se disuelva como una fiebre, como una costra que se cae, no quiero hacer ruido. Porque los viejos inquilinos nunca