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Mostrando entradas de noviembre, 2012

Tres episodios de la infancia

Fotografía de Esteban Chinchilla Infancia Allí transcurre la larga angustia de la escuela y el tiempo de espera con objetos indistintos. Oh soledad, oh pesadumbre de pasar el tiempo... Y al salir: bullen y suenan las calles, y en las plazas se elevan surtidores, y en los parques cobra amplitud el mundo. E ir por todo eso en traje infantil, muy distinto de los que van o fueron: Oh edad singular, oh pasatiempo, oh soledad. Y contemplar de lejos todo eso: hombres y mujeres; hombres y mujeres y niños, que son otros y vistosos; y allá una casa, y a ratos un perro, y un susto mudo, qué sueño, qué espanto, oh qué hondura sin fondo. Y así jugar: pelota y arco y aro en un jardín, que suave palidece, y a veces, por tocar a los mayores, ciego y loco jugando al escondite, pero quieto al anochecer, y volver a casa pasito a paso, tieso y cogido de la mano: Oh qué comprender siempre más y más huidizo, oh qué angustia, qué peso. Y

Árboles

Imagen: Fotografía de Carina Felice Árboles Desde esta ventana que vos no sabés que existe puedo ver los árboles en el jardín. Ellos sí que saben cómo enfrentar el día, la lluvia, con sus ramas hechas polvo de tanto batirse contra el viento. Los árboles de ese jardín no me pertenecen, como tampoco me pertenecen la tierra que los recibe o las aves que los habitan. Nada me pertenece de esos árboles y sin embargo se sienten cercanos, como si una mano se extendiera desde ellos hasta el sillón de caoba donde escribo estos remedos de pinturas modernas. La ventana con su cortina de tergal es un muro infranqueable entre mis brazos y el jardín. Uno se siente abatido cuando el sol atraviesa las hojas y cae como plomo en el zacate, donde los gusanos de seda tejen su camino desde una mitología que nosotros tampoco ─no habría forma de que así fuera─ sabemos que existe.