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Las altas bibliotecas. Variaciones sobre un tema de "Citizen Kane"




Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de “la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira”.

Jorge Luis Borges
“La biblioteca de Babel”


La biblioteca es testimonio de la verdad y del error

(El monje Jorge a Guillermo de Baskerville)
Umberto Eco, El nombre de la rosa


I

Como un personaje salido de una película de Peter Greenaway, o como buen neurótico (o como buen capricornio), siempre he sido ordenado, meticuloso, disciplinado para ciertas cosas, maniaco; amigo de las listas que como fetiches duran unos segundos en nacer y desaparecer. A veces creo que mi vocación escritural tiene más que ver con esta fijación que con la literatura misma. Por eso, entusiasmado acepté hablar sobre mi biblioteca personal, porque hablar sobre tu biblioteca personal es tanto una labor historiográfica como arqueológica, literaria, editorial y familiar, es decir formas de la nostalgia y formas de la crítica. También es una forma de la impudicia, de no conocer la vergüenza. Crear una biblioteca implica una labor de discriminación, de selección, de bricolaje; de juntar afinidades con necesidades, placeres culposos con obligaciones académicas. Como ven, todas las formas de las manías. Implica una mirada atenta para sopesar precios, descuidos de amigos y de vigilantes de bibliotecas, además de una convicción para lograr que quienes te rodean te regalen libros y no desodorantes.


II

De niño pedía libros para Navidad: Gilles, Puck, Los gemelos, Los Hollister. Luego Verne, Twain o Salgari. (Tenía dos versiones de Tom Swayer que desgasté de tantas veces que las leí. Hoy no sé dónde estarán y a veces las extraño más de lo debido.) En las tardes echaba un vistazo, en la biblioteca familiar, a títulos que despertaban mi curiosidad, como El idiota o La metamorfosis. También leía con más frecuencia Nacida inocente, con la foto en portada de Linda Blair, la misma de El exorcista. Luego, en la tienda del chino Acón compraba unas penthouse usadas, y gracias a esas revistas y a sus reseñas literarias (eso no significa que igual no las comprara con otros fines) y las visitas a la tienda me topé por primera vez con Justine, en pasta dura, y que mantuve oculta varios años, hasta que toda la represión católica me hizo arrojar el ejemplar a la basura por el temor de ser descubierto. Yo mismo botaba la basura en el potrero atrás de la casa y yo mismo era el encargado de prenderle fuego. Supongo que en ese momento me liberé, aunque años después recaería en el vicio, fuera con la edición erudita de Cátedra o en la versión lujuriosa de La Sonrisa Vertical. Aquella incinerada y estas dos prestadas y perdidas.


III

Soy un lector del siglo xix. Y por esto quiero decir que aprendí a leer no solo con autores del siglo xix (y anteriores y posteriores), sino sobre todo del modo en que la educación y la lectura se propagaron en la burguesía (o en la clase media para ser más específicos) durante dicho siglo y también durante el xx. Esto, que podría ser una limitación, es más bien una conciencia clara de la tradición a la que pertenezco, de los autores con los que dialogo y de las taras que arrastro. (Todo ello dicho en 2012). Quienes nacimos entre 1950 y 1980, hijos de la Segunda República, de educación pública y que no viajamos sino ya algo mayores, no podemos negar que aprendimos a leer cierto tipo de textos y a leerlos de cierta manera. Quizá muchos compartan sus recuerdos por aquellas ediciones de la Editorial Costa Rica, con diseños en tres colores, dirigidos por Víctor Julio Peralta, y que constaban en una colección de “literatura universal”, es decir, los “clásicos europeos decimonónicos”, principalmente.


IV


El día anterior, Bencio había dicho que con tal de conseguir un libro raro estaba dispuesto a cometer actos pecaminosos. No mentía ni bromeaba. Sin duda, un monje debería amar humildemente sus libros, por el bien de estos últimos y no para complacer su curiosidad personal, pero lo que para los legos es la tentación del adulterio, y para el clero secular la avidez de riquezas, es para los monjes la seducción del conocimiento.

(Adso recuerda lo dicho por Bencio)
Umberto Eco, El nombre de la rosa


Mi biblioteca consta de escasos ochocientos volúmenes. Casi la mitad es un botín de guerra de la casa paterna que todavía no tengo seguro (mientras mi hermano aún lo reclame). A cambio dejé unos cien libros infantiles. La otra mitad y quizá algo más la he comprado en diferentes lugares, principalmente entre los dieciocho y los veintidós años. Por qué esa edad no debería ser ningún secreto. Quizá es la época ingenua en que uno cree que leer es bueno y da sabiduría. Tampoco es un secreto que algunos de esos libros pertenecen a bibliotecas públicas o universitarias, o a bibliotecas de amigos que previamente los habían tomado de bibliotecas públicas o universitarias o de otras bibliotecas de otros tantos amigos.


V

Como buen latinoamericano, viví en casa de mis padres hasta los 29 años. En esa casa tenía un cuarto en el que cabía mi biblioteca. Un día alquilé un apartamento (a 200 m de la casa paterna, claro, no fuese que se me presentara alguna necesidad), aventura que solo duró seis meses, hasta que gracias al vecino hube de volver a la casa paterna, en la cual estuve por año y medio más. En ese tránsito trasladé mi escaso patrimonio ida y vuelta. Sin embargo, por meros motivos de logística que no vienen al caso, dejé los libros en esa casa, y apenas me fui llevando unos cuantos desde el 2006, cuando me fui a vivir con mi esposa. No fue sino hasta el 2008 cuando volví con ella a vivir en Alajuela que trasladé toda la biblioteca. A dicho traslado le correspondió de nuevo la organización respectiva: por géneros literarios o materias y en orden alfabético. Así tenemos: cine, cuento, drama, ensayo, filosofía, música, novela, poesía y varios. En cada caso, la sección se ordena en orden alfabético a partir del apellido del autor respectivo.


VI

En los últimos años compro poco, en realidad, y resultan pocos los libros que me agencio, y los que consigo quizá quedan sin abrirse y los que se abren apenas si llegan a las diez páginas. Después me aburro. Abro un volumen más antiguo y releeo un poema, un cuento, un fragmento y lo vuelvo a cerrar, a pesar del polvo que se acumula como si nada. También, me he dado cuenta de que me siento movido a escribir cuando tomo un libro y releo su carátula, una página suelta, el comentario de la solapa, un título, y entonces me doy cuenta de que así es como se va formando nuestro acervo, a través de partículas mínimas e incomprendidas que se fusionan en un todo con apariencia de totalidad, de posibilidad. Cada vez que decido leer o escribir lo que resulta es un conjunto de citas, de aforismos pretenciosos o meras frases sueltas. Si por mí fuera, cambiaría toda mi biblioteca por un solo volumen de Tom Swayer o aquel de Justine quemado en la basura en los lejanos días adolescentes.

Gustavo Solórzano Alfaro


(Leído el viernes 17 de noviembre de 2011, en el marco de la XII Feria Internacional del Libro Costa Rica 2011, antigua aduana, San José, en un conversatorio sobre bibliotecas personales organizado por la Alianza Francesa. Reinterpretado el 18 de octubre de 2012 en la sede de la Alianza, barrio Amón, en el marco del Festival Leer es una Fiesta)

Comentarios

Ahab ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ahab ha dicho que…
Cuántos libros hemos comprado por la mera apropiación de su contenido. Para asegurarnos una lectura futura, incierta. Comprar muchas veces algunos libros para tenerlos, pasar saber que están ahí, y que algún día serán leídos: cuando esa sea nuestra inclinación, cuando se vuelque en ellos nuestra conciencia. Nuestra ansia. Cuando el alma elija un título inesperado sobre el que posarse.

Cuántos volúmenes hemos perdido. Los que no nos han devuelto. Cuántos libros hemos leído a medias. Que no nos han gustado. Cuantos hemos escalado como muros, sin resultado...

Recuerdo a Schopenhauer.

"Sería bueno comprar libros, si se pudiera comprar a la vez el tiempo para leerlos; pero casi siempre se confunde la compra de los libros con la apropiación de su contenido".


saludos
P. ha dicho que…
¡Qué bien!

Me gustó mucho el post.

Me reconocí en varias partes.

A mí la culpa también me hizo quemar algunas cosas que recuerdo a veces, como anhelándolas.
P. ha dicho que…
Me gustó mucho el post.

Me reconocí en varias partes.

La culpa me hizo quemar varias cosas que recuerdo a veces, como anhelándolas.
Ahab ha dicho que…
Asterión. Borré el comentario porque me di cuenta de que había algunas faltas de ortografía por las prisas. Pero lo corregí y te lo volví a enviar. Por alguna razón no aparece. Disculpa.

Un saludo
Ophir Alviárez ha dicho que…
Ese botín al que vamos añadiendo uno y otro y alguno más y en el que te refugias, te disuelves, te acompañas, te disgustas, te pierdes y de vez en cuando hasta te haces voz...Te leo y sonrío. Hacía días que no pasaba por acá y qué sabroso el regreso.

Un abrazo con la excusa de...

Ophir
Leandro ha dicho que…
Me gustó mucho, ¿es autobiográfico? Como a los demás, mi hizo pensar en la historia de mi propia biblioteca. De mi padre heredé (robé) "El Señor de los Anillos"; de mi abuela, una lujosa edición en italiano de "La Divina Commedia". El resto de los libros los fui comprando muy de a poco; creo que no he comprado un libro que no haya leído, y no he conservado un libro que no haya considerado valioso: caso contrario, los regalo. Mi biblioteca se incrementó con la llegada de los libros de mi mujer, pero aún así se trata de una biblioteca modesta. Siempre pienso, ahora que se está imponiendo el libro electrónico, que mis hijos dirán "la vanidad de mi padre hizo que talaran bosques enteros para satisfacer su biblioteca". ¿Cómo veremos nuestra biblioteca en veinte años?
Gustavo Solórzano-Alfaro ha dicho que…
Ahab: sí, hay un poco de eso, como un fetiche. Verlos, repasarlos, dejarlos donde estáns, ponerlos en una mesa o una silla porque empezaremos a leer. Y la cita, en su punto.

P.: me alegro de que te gustara. Y esa culpa, esa es la que debemos quemar.

Ophir: pues bienvenida de nuevo y qué bueno que hayás disfrutado el regreso.

Leandro: ¿qué te diré? ¿Autobiográfico? Puede ser. Hay una extraña relación con la biblioteca personal. Hace unos dias se me ocurrió escribir esto, y justo el domingo compré un librero más... así que por ahí va la cosa.

Saludos a todos y gracias por pasar a esta biblioteca.
Pitt Tristán ha dicho que…
Es evidente que, en tu caso, sí que han servido esas lecturas, esos libros que te aburren a las diez páginas, al menos de lo que se deduce de tu cultural blog. Cuando te presentan una cazuela de suculento guiso también con un plato tienes bastante, para qué terminarla.
Gustavo Solórzano-Alfaro ha dicho que…
Pitt: en ocasiones, no terminar puede resultar más saludable. En todo caso, sí considero que a un libro uno puede entrar y salir por donde guste.

Saludos y gracias por pasar

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