El buen amigo Gustavo Adolfo Chaves me envió hace unos días algunos ensayos del poeta polaco Adam Zagajewski, que pertenecen a su libro A Defense of Ardor [Una defensa del ardor], título tomado del primer ensayo del volumen.
En términos generales, Zagajweski hace, a mi juicio, uno de los mejores análisis de la estética de nuestro tiempo. En sus amenas y delicadas páginas, explica la ambivalencia o tensión que se genera entre el ardor (preferiría llamarlo pasión) y la ironía. El primero será el material del cual ha partido la poesía y el arte en general, mientras que el segundo sería el signo más llamativo de nuestra contemporaneidad.
La idea central de este primer ensayo, y del que le sigue, “The Shabby and the Sublime” [Lo sublime y lo raído], es que no podemos hacer poesía solamente con el ardor, pero mucho menos podemos hacerla solamente con la ironía, por lo que las relaciones entre ambos, ese punto intermedio, que nos salvaría de la locura o del aburrimiento (parafraseando sus ideas), es el fundamento de todo acto creativo.
Ciertamente nuestra época es distinta, y la poesía épica parece no tener cabida en ella, por citar el caso más característico; sin embargo, ¿hasta dónde hemos sacrificado la poesía misma? ¿Cómo podemos vivir si al derribar el ideal de la pasión construimos un nuevo ideal sustentado en la ironía? Como el mismo Zagajewski expone, de la poesía solamente podemos esperar poesía.
Del mismo modo, la pregunta fundamental siempre debe ser: ¿Cuál es la estética de nuestro tiempo?
He aquí algunos fragmentos traducidos:
1 Sacrum. En latín en el original. El resto de la oración en inglés. (Nota del trad.)
2 Niña eterna. En latín en el original. (Nota del trad.)
3 Ambos títulos en inglés en el original. El sustantivo de “condenado” es el ser humano. (Nota del trad.)
4 Texto previamente citado, del también polaco Zbigniew Herbert.
5 Asumimos que se trata del poeta polaco del romanticismo Cyprian Norwid.
Trad. del inglés: Gustavo Solórzano Alfaro, 2009.
Adam Zagajweski, “A Defense of Ardor”, en A Defense of Ardor (trad. del polaco: Clare Cavanaugh), New York: Farrar, Straus and Giroux, 2004, pp. 3-24.
En términos generales, Zagajweski hace, a mi juicio, uno de los mejores análisis de la estética de nuestro tiempo. En sus amenas y delicadas páginas, explica la ambivalencia o tensión que se genera entre el ardor (preferiría llamarlo pasión) y la ironía. El primero será el material del cual ha partido la poesía y el arte en general, mientras que el segundo sería el signo más llamativo de nuestra contemporaneidad.
La idea central de este primer ensayo, y del que le sigue, “The Shabby and the Sublime” [Lo sublime y lo raído], es que no podemos hacer poesía solamente con el ardor, pero mucho menos podemos hacerla solamente con la ironía, por lo que las relaciones entre ambos, ese punto intermedio, que nos salvaría de la locura o del aburrimiento (parafraseando sus ideas), es el fundamento de todo acto creativo.
Ciertamente nuestra época es distinta, y la poesía épica parece no tener cabida en ella, por citar el caso más característico; sin embargo, ¿hasta dónde hemos sacrificado la poesía misma? ¿Cómo podemos vivir si al derribar el ideal de la pasión construimos un nuevo ideal sustentado en la ironía? Como el mismo Zagajewski expone, de la poesía solamente podemos esperar poesía.
Del mismo modo, la pregunta fundamental siempre debe ser: ¿Cuál es la estética de nuestro tiempo?
He aquí algunos fragmentos traducidos:
La ironía, es verdad, ha cambiado su significado; ya no es un arma dirigida contra el barbarismo de un sistema primitivo que ha triunfado en el corazón de Europa. Más bien expresa el desencanto con el colapso de expectativas utópicas, una crisis ideológica provocada por la erosión y el descrédito de esas visiones que ansiaban reemplazar la metafísica tradicional de la religion con teorías políticas escatológicas. (p. 7)
En un ensayo posterior, “The Revenge of the Sacred in Secular Culture” [La venganza de los sagrado en la cultura secular], Kolakowski escribe, “Una cultura que pierde su sentido de lo sacro1, pierde su sentido por completo.”
El sacerdote puede sobrevivir sin el bufón, pero nunca nadie ha visto un bufón en el desierto o en una ermita en el bosque. Nuestra época, aún así, esa puer aeternus2 de la historia, adora la perversidad. No es casual que la idea de Bajtín del “carnaval”, la revuelta contra la jerarquía, cale tan poderosamente en los profesores de literatura.
En una sección de The Dehumanization of Art [La deshumanización del arte] elocuentemente titulada “Doomed to Irony” [Condenado a la ironía]3, Ortega y Gasset apunta, en relación con el carácter irónico de la cultura vanguardista del siglo XX y su violenta aversión al patos y lo sublime: “Este inevitable ataque de ironía… impone al arte moderno una monotonía que debería exasperar la paciencia misma”. (pp. 8-9)
Siempre regresamos a lo cotidiano: después de experimentar una epifanía, escribir un poema, vamos a la cocina y decidimos qué habrá para cenar; después abrimos el sobre que contiene la cuenta telefónica. Nos movemos continuamente entre el inspirado Platón y el sensible Aristóteles… Y así es como debería ser, pues de lo contrario la locura aguarda en lo alto y el aburrimiento abajo.
Por lo general estamos “en medio”, y nuestro constante movimiento siempre traiciona a uno u otro lado de alguna manera. Inmmersos en lo cotidiano, en las rutinas lugar común de la vida práctica, olvidamos la trascendencia. Y mientras nos acercamos hacia la divinidad, negamos lo ordinario, lo concreto, lo específico, volteamos la espalda al guijarro que es el tema del espléndido poema de Herbert4, su himno a la petrificada, serena y soberana presencia. (p. 11)
Además –aunque puede que en esto yo no sea un observador neutral– el ardor y la ironía no son comparables simétricamente. Solo el ardor es un bloque fundamental en nuestras construcciones literarias. La ironía es, por supuesto, indispensable, pero viene después, es la “afinadora perenne”, tal y como la llamó Norwid5, es más como las ventanas y las puertas sin las cuales nuestros edificios serían sólidos monumentos, pero no espacios habitables. La ironía perfora útiles aberturas en nuestras paredes, pero sin las paredes, solamente perforaría la nada. (p. 12)
El ardor: la ferviente canción de la tierra, a la cual respondemos con nuestra imperfecta canción. (p. 16)
Necesitamos la poesía igual que necesitamos la belleza (aunque he escuchado que hay países europeos en los cuales esta última palabra es estrictamente prohibida). La belleza no es solo para los estetas; la belleza es para todo aquel que busca un camino serio. Es un llamado, una promesa, si no de la felicidad, como esperaba Stendhal, al menos de un grandioso viaje sin final. (p. 17)
Quizá, entonces, el verdadero ardor no divide, unifica. Y no conduce ni al fanatismo ni al fundamentalismo. Quizá un día el ardor regrese a nuestras librerías, a nuestros intelectos. (p. 24)Notas:
1 Sacrum. En latín en el original. El resto de la oración en inglés. (Nota del trad.)
2 Niña eterna. En latín en el original. (Nota del trad.)
3 Ambos títulos en inglés en el original. El sustantivo de “condenado” es el ser humano. (Nota del trad.)
4 Texto previamente citado, del también polaco Zbigniew Herbert.
5 Asumimos que se trata del poeta polaco del romanticismo Cyprian Norwid.
Trad. del inglés: Gustavo Solórzano Alfaro, 2009.
Adam Zagajweski, “A Defense of Ardor”, en A Defense of Ardor (trad. del polaco: Clare Cavanaugh), New York: Farrar, Straus and Giroux, 2004, pp. 3-24.
Comentarios
La obra narrativa de Foster Wallace transita permanentemente una cuerda floja entre ambas actitudes (desde sus primeros ensayos a sus últimos cuentos). Foster Wallace no puede mencionar un sentimiento noble sin inmediatamente corregirse por sentimental, sin embargo, está dolorosamente consciente de que sin un centro moral la literatura no tiene razón de existir. Ahorita no los tengo a mano pero en su ensayo E Pluribus Unam: Television and US Fiction hace un análisis de la función de la ironía en la literatura postmoderna norteamericana de los 90 y en su ensayo sobre la biografía de Dostoyevsky se queja de que los escritores en la época actual no puedan asumir posturas morales sin convertirse en objeto del ridículo de sus pares.
Esa actitud burlista con respecto al sentir profundo, o al ardor en este caso, es además un componente importante del "cool" (ideas que que espero desarrollar pronto en un ensayo que por ahora se llama Los dogmas del cool) que radica en una desafección característica de los que creen que no tienen nada que perder (historicamente los ricos, nobles, dandys o los adolescentes). Vivimos entonces posiblemente una época en la que lo sagrado no nos es cercano porque la desgracia multitudinaria no nos ha visitado de cerca durante nuestras vidas. ¿Escribiriamos igual si de pronto sufrieramos algun tipo de colapso global como el que parece avecinarse? No lo creo.
Por otro lado, el "modernismo in extremis" como prefiere llamar Hinkelhammer a esa cosa odiosamente vaga llamada posmodernidad, me remite, y valla que sí a coincidir con Juan en su agudísima observación: "asumir posturas morales sin convertirse en objeto del ridículo de sus pares".
Pero se trata de lo cool? o de lo light? por que creo que la irreverencia gratuita y adolescente que a veces asumimos en lo que escribimos tiende a lo light....
Por Dios!!!! dirán, light es Harry Potter!!! bueno, eso mismo decían de la Imperial Light y no lo era...
No hay ritos. Sin ritos no hay culto. Y sin culto no hay renovación de los valores fundamentales como son la vida, nuestra relación con nuestro entorno, el misterio, y otras vaguedades que son sin embargo fundamentales para la vida humana.
Cuando el rito desaparece, la pasión se desahoga por medio de los instintos más bajos, precisamente aquellos que hoy celebramos como COOL.
¿Hablo de mi misma literatura?... También.
Octavio Paz lo planteaba de modo bastante similar a Zagajewski, al contrastar la metáfora, como forma de conocimiento, que aspira a un significado, y la ironía, que se viene gestando desde el romanticismo hasta nuestros días, como el anverso vacío. Es decir, la ironía lo que revela es que detrás de las cosas... no hay nada.
Lo interesante de poder revertir un arrebato emocional o una disquisición filosófica con la ironía es lograr el equilibrio, mantenerse en esa cuerda floja, como decís, y que no se anule la primera por efecto de la segunda, sino que la matice.
El problema es cuando la ironía se convierte en el centro, y no sabemos si el autor, como apuntabas en tu artículo sobre las novelas recientes, padece de un grave caso de "superficialidad", o si más bien esa "superficialidad" es parte de su proyecto estético.
En algún momento leí un texto de DFW sobre la televisión, pero no sé si será el mismo.
Y bueno, quedamos a la espera de "Los dogmas del cool".
Germán: la mejor metáfora (¿o debería decir ironía?) es la idea de la cuerda floja, del borde, el estar en el límite: ni la elevación mística ni la burla completa; ni la locura ni la inanidad. Toda metáfroa tiene su anverso, toda ironía atraviesa las metáforas.
En este contexto, al menos, para mí lo "cool" o lo "light" son lo mismo. O para ponerlo de otra forma, en estos tiempos, para ser "cool", hay que ser "ligth".
En cuanto a la Imperial, no tengo idea, porque solo tomo Stella Artoi, jaja.
Alexánder: excelente explicación acerca del problema de lo sacro y lo cotidiano.
Es evidente que los "valores" se transforman, y como escritores, asistimos a ese cambio o lo propiciamos. El siglo XX acabó con todo lo "sacro", o más bien, puso en su lugar otras cosas. Sin embargo, ¿podríamos hablar de valores fundamentales? ¿Serían los adoradores de los nuevos valores, paganos que rezan a un becerro de oro? ¿Hasta dónde podemos plantear esto sin convertirnos en adalides de un fundamentalismo? Hay un peligro, claro, pero también creo que sí es posible.
Una vez más, el ardor no lleva ni al fanatismo ni al fundamentalismo.
Saludos a los tres y muchas gracias por visitar y comentar.
Lo que vos señalás sobre la ironía es precisamente lo que dice Zagajwski. Asimismo, no se ha planteado el ardor como superioridad moral ni como religión o bálsamo salvador para volver a un pasado idílico, sino como basamento de toda construcción literaria, antes y ahora. Tampoco se ha desacreditado la ironía, en contra de una supuesta sacralidad, sino que precisamente se ha establecido la necesidad de que tanto el ardor, aliado con la ironía, convivan.
Un saludo cordial y gracias por visitar y comentar.
Y bueno, pues yo tampoco veo el peligro reaccionario por ningún lado.
Gracias a vos por mostrarme a este autor y por la visita.
Saludos.