Amor en clausura
La
lluvia arrastra las hojas de los árboles,
y
los cuerpos que no aceptan doblegarse
mueren
como héroes de nombres vagos y oscuros.
Tanto
he llamado a Dios
desde
mi claustro,
busco
su origen, su confianza, sus pies, el barro, pero la vida me sigue a golpe de
lluvia.
Soy
pobre, me digo,
soy
pobre como en el Amor
pero
no conozco la súplica.
Los
nudillos de mi mano no golpearán
ninguna
puerta.
Me
ha herido la vida con sus garras
pero
insisto en seguir
como
la guerrera que soy,
y
que ama la ciudad,
su
ciudad.
Por
eso, y nada más que por eso,
amo
la nostalgia
porque
es profunda como las velas azules
que
tejen el encuentro entre el día y la noche.
Amo
esta soledad
que
transcurre entre libros, sueños, llamas
en
donde existe un pacto con la vida
y
una consagración con la espera
de
un día más noble y de una soledad más honda.
Con
las manos invento figuras y nombres
en
la pared
y
labro una ciudad que habitaré mañana
cubierta
por torres secretas,
cubiertas
por el canto del tiempo, del mar,
de
la sal,
recubiertas
por el halo de la espera,
por
una lejanísima espera, despojada de esperanza,
pero
tibia y pequeña como un nido profundo,
como
el oído de Dios que me guarda y me nombra,
en
donde seré la dueña
de
una canción soberana y sola
como
la negra armonía del mar,
la
noche y el tiempo
que
se devuelve y vuelve
como
una madeja profundamente tibia,
enlazadora
de los cuerpos
que
trajo la marea,
que
depositó la mar sobre la sal blanquísima
que
se encuentran en la cresta
y
frente al sol,
y
baila la danza de la marejada,
del
desconcierto, del desconsuelo
de
la pobre, lejana y dulce soledad.
(pp.
15-17)
Reino
Me
enseñaron
el
arte del silencio.
También
se me indicó
con
gestos
que
era menester responder
con
nobleza frente a la adversidad.
Cumplo
con la promesa de callar.
Se
me habló de la templanza,
de
ese duro ejercicio de
soporte,
sostenga
la cabeza,
mantenga
el cuello inalterable y calle.
Cállese.
Harto
he aprendido
y
me volví frugal,
mas
del amor
sé
poco, bien poco.
Conozco
el alfabeto de los gestos,
el
de las manos,
pero
guardo silencio.
Yo
sé que manda quien conquista,
y
yo soy una mujer y no una guerrera.
Callo.
Me callo. Resisto.
Amé
y perdí mi reino.
¡Bendita
tempestad!
El
silencio. Ese es mi reino.
Y
nada más.
(pp.
31-32)
De
El umbral de las horas,
San José:
Editorial Costa Rica, 2006, 132 pp.
Mía Gallegos, nacida en San
José en 1953, es una de las escritoras costarricenses más importantes y destacadas.
Premio Joven Creación (1978), Premio Alfonsina Storni (Argentina, Fundación
Givré, 1978), por su poema Asterión;
Premio de los Exbecarios de la Fundación Fullbright (1983), por el poemario Mayko; Premio Rubén Darío del Verso
Ilustrado (1983), por su poema en prosa La
mujer que conduce el coche; Premio Nacional Joaquín García Monge de periodismo
cultural (1984) y en dos ocasiones Premio Nacional Aquileo J. Echeverría de
poesía (1985 y 2006). En 1985 fue invitada a participar el Programa de
Escritores de Iowa (EE.UU.). Ha sido traducida al inglés y al francés. Ha
publicado los poemarios Golpe de albas
(1977), Los reductos del sol (1985), El claustro elegido (1989), Los días y los sueños (poemas en prosa, 1995),
El umbral de las horas (2006) y La deslumbrada (poemas en prosa o
relatos, 2014).
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