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Dos poemas de Mía Gallegos



Amor en clausura

La lluvia arrastra las hojas de los árboles,
y los cuerpos que no aceptan doblegarse
mueren como héroes de nombres vagos y oscuros.

Tanto he llamado a Dios
desde mi claustro,
busco su origen, su confianza, sus pies, el barro, pero la vida me sigue a golpe de lluvia.

Soy pobre, me digo,
soy pobre como en el Amor
pero no conozco la súplica.
Los nudillos de mi mano no golpearán
ninguna puerta.

Me ha herido la vida con sus garras
pero insisto en seguir
como la guerrera que soy,
y que ama la ciudad,
su ciudad.

Por eso, y nada más que por eso,
amo la nostalgia
porque es profunda como las velas azules
que tejen el encuentro entre el día y la noche.

Amo esta soledad
que transcurre entre libros, sueños, llamas
en donde existe un pacto con la vida
y una consagración con la espera
de un día más noble y de una soledad más honda.

Con las manos invento figuras y nombres
en la pared
y labro una ciudad que habitaré mañana
cubierta por torres secretas,
cubiertas por el canto del tiempo, del mar,
de la sal,
recubiertas por el halo de la espera,
por una lejanísima espera, despojada de esperanza,
pero tibia y pequeña como un nido profundo,
como el oído de Dios que me guarda y me nombra,
en donde seré la dueña
de una canción soberana y sola
como la negra armonía del mar,
la noche y el tiempo
que se devuelve y vuelve
como una madeja profundamente tibia,
enlazadora de los cuerpos
que trajo la marea,
que depositó la mar sobre la sal blanquísima
que se encuentran en la cresta
y frente al sol,
y baila la danza de la marejada,
del desconcierto, del desconsuelo
de la pobre, lejana y dulce soledad.

(pp. 15-17)



Reino

Me enseñaron
el arte del silencio.

También se me indicó
con gestos
que era menester responder
con nobleza frente a la adversidad.
Cumplo con la promesa de callar.

Se me habló de la templanza,
de ese duro ejercicio de
soporte,
sostenga la cabeza,
mantenga el cuello inalterable y calle.
Cállese.

Harto he aprendido
y me volví frugal,
mas del amor
sé poco, bien poco.

Conozco el alfabeto de los gestos,
el de las manos,
pero guardo silencio.

Yo sé que manda quien conquista,
y yo soy una mujer y no una guerrera.
Callo. Me callo. Resisto.

Amé y perdí mi reino.
¡Bendita tempestad!

El silencio. Ese es mi reino.
Y nada más.

(pp. 31-32)

De El umbral de las horas,
San José: Editorial Costa Rica, 2006, 132 pp.




Mía Gallegos, nacida en San José en 1953, es una de las escritoras costarricenses más importantes y destacadas. Premio Joven Creación (1978), Premio Alfonsina Storni (Argentina, Fundación Givré, 1978), por su poema Asterión; Premio de los Exbecarios de la Fundación Fullbright (1983), por el poemario Mayko; Premio Rubén Darío del Verso Ilustrado (1983), por su poema en prosa La mujer que conduce el coche; Premio Nacional Joaquín García Monge de periodismo cultural (1984) y en dos ocasiones Premio Nacional Aquileo J. Echeverría de poesía (1985 y 2006). En 1985 fue invitada a participar el Programa de Escritores de Iowa (EE.UU.). Ha sido traducida al inglés y al francés. Ha publicado los poemarios Golpe de albas (1977), Los reductos del sol (1985), El claustro elegido (1989), Los días y los sueños (poemas en prosa, 1995), El umbral de las horas (2006) y La deslumbrada (poemas en prosa o relatos, 2014).


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