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Los poetas en tiempos de crisis


Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina, Los poetas contemporáneos. Una lectura de Zorrilla en el estudio del pintor,
óleo sobre lienzo, 144 x 217 cm, 1846



A nadie la interesa la poesía. ¿Se puede matizar tal afirmación? ¿Decir que al menos a unos cuantos sí les interesa? Con eso apenas se logra maquillar el panorama. La verdad es que la poesía es irrelevante en nuestros días, lo cual se manifiesta de varias formas. Hay quienes dirán que la poesía es ninguneada o invisibilizada por los medios y por el mercado. Otros, en exceso optimistas, un poco resentidos y otro tanto enojados, argumentarán que aunque sean pocas, sí hay personas interesadas en la poesía. Por otra parte, también suele defenderse la postura de que en todas las épocas ha sido igual: un arte para unos pocos. A ello se opone la noción negativa de “arte elitista”. En realidad, si en efecto ha sido para unos pocos, no es por elitismo, sino meramente porque a la mayoría la tiene sin cuidado. El asunto es que intentar una defensa de la poesía no solo es fácil sino infértil. Como defender la paz o el amor. Casi nadie se opondría a sus beneficios. Por ello, más provechoso resulta hacer una crítica negativa, porque desnuda los problemas y ofrece nuevas posibilidades.

Se parte muchas veces del humor porque parece imposible intentar una discusión seria sobre la poesía. El gremio poético se expone al mundo como mezquino y queda simplemente en ridículo. Como en cualquier pleito callejero, unos pocos observadores emitirán un juicio en contra, que apuntará a la vacuidad de dicha rencilla. Las rencillas poéticas, igual que la vida del poeta o su poesía, carecen del más mínimo interés para la vida pública. Parece que en otros tiempos la poesía tenía un lugar más relevante en nuestras sociedades. Desde la educación hasta la religión, pasando por la estética, era un discurso relevante. Hoy eso se ha esfumado. Es inútil también pretender que adquiera de nuevo el papel que ostentara en el pasado. Sin embargo, sí es posible pretender que como discurso, aunque para unos pocos, tenga una mayor relevancia y un mayor impacto en el tejido social.

¿Qué sucede con los cantautores, los poetry slam, los poetas que graban discos, los jóvenes poetas que hoy son best-sellers? El reducido status quo de la poesía los rechaza. Porque no cantan las gestas como las cantan los “poetas de verdad”. Pues resulta que los “poetas de verdad” no le preocupan a nadie. “Es culpa de una sociedad vacía, rendida al espectáculo”. Esa queja es tan infértil como los poemas de los “poetas de verdad”. La mayoría de los poetas hoy no logra conectarse con un público más amplio. En parte, esto se debe a su incapacidad de comprender el mundo actual, a que permanecen atados a modelos obsoletos, a que culpan al “otro”, al “público”, por “no entender”. Pero jamás realizan el más mínimo ejercicio de autocrítica. “Los jurados están comprados”, “los críticos son amigos”, “las editoriales solo publican a las vacas sagradas”, “los medios solo dedican espacio a los mismos de siempre”. Las quejas son siempre iguales, pero rara vez hay trabajo serio y sostenido de por medio. A esa incapacidad para evaluar el trabajo propio se suma el absoluto desinterés por evaluar el trabajo de los otros. Y a quien lo hace, se le acusa de hacerlo por intereses espurios. Nadie está obligado a nada, pero un mínimo de seriedad en el oficio requiere de esa capacidad para observarse a sí mismos y observar a los demás.

Por ejemplo: gran cantidad de poetas comparten sus poemas en redes sociales, a la espera del halago. ¿Cuántos comparten poemas de otros autores? ¿Cuántos elaboran comentarios críticos sobre la trayectoria de otro autor? Y esto no se refiere solo a contemporáneos o cercanos. Se refiere también a autores clásicos. ¿Cuántas reflexiones hay sobre esos “héroes poéticos”? Las mínimas, por no desechar las excepciones.

Nunca falta el necio que se sienta a pensar en estas cosas, a exponerlas, a denunciarlas. Un necio que sabe perfectamente que su reflexión puede resultar igualmente vana. Se descalifican sus intenciones señalando que está “picado”, que “pierde su tiempo”, que es mejor “no molestar”, que “cada quien es feliz haciendo lo que hace y del modo en que lo hace” y así por el estilo. Si estas expresiones o ideas provienen por lo general de poetas, ¿cómo se puede esperar que a alguien más, al púbico general, le importe? La postura de estar por encima del bien y del mal, de no querer “perder el tiempo” porque hay que “aprovecharlo escribiendo” es tan solo una excusa para evitar pensar al respecto. Las reflexiones sobre la escritura deberían ser tan cotidianas como la escritura misma, sencillamente porque también son escritura. Solo quien considera que la poesía está separada del pensamiento actúa de tal forma.

¿Consejos? No. No hay consejos.











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