Entré
a una librería y salí por otra
Un
breve recorrido por el mapa de los libreros independientes
De izq. a der., Ramón Mena Licairac, Francisco Víctor Aguilar, Andrea Mickus, Jochen Vivallo,
Viviana Porras y Leonardo Chaves, las pequeñas librerías, barrio Escalante setiembre de 2017
Es
probable que la lista de librerías que en el mundo han sido sea tan vasta como
los anaqueles de la Biblioteca de Babel; por eso sería un sinsentido intentar
la crónica de todas ellas. Por suerte la literatura nos permite recortar el espacio
y dedicarnos plenamente a las que quedan cerca del barrio donde crecimos. En mi
caso, del barrio donde cursé mis estudios universitarios.
Pero
debo remontarme primero al barrio en el que crecí: Alajuela. Este pequeño
pueblo provincial contaba con las mismas librerías que probablemente han
existido en muchos otros pueblos similares, comercios que sonrojaban a cualquier
bazar, donde era posible encontrar todo aquello relacionado con las labores
escolares: el libro de matemáticas, la goma, el transportador, los lápices de
colores Faber Castell (color piel incluido). Es decir, lo que menos había era
libros. Pero seamos precisos: no había literatura.
Pero
Alajuela no fue solo eso. En mi adolescencia descubrí una librería de viejo, y
ahí sí había literatura. Ahí compré Justine,
del Marqués de Sade e innumerables Penthouse
y Playboy en español, que
incluían historias bastante explícitas. También había una barbería donde podía
encontrar cómics porno. Toda una educación sentimental, sin duda alguna.
*
Cuando
llegué a la Universidad de Costa Rica, en 1993, aparte de la cantidad
inagotable de libros de la Biblioteca Carlos Monge, mis amigos –todos escritores
en ciernes– pudimos ver los últimos días de la librería Macondo, un sitio
empolvado con estantes altísimos para los estándares latinoamericanos (para los
estándares de la estatura de los “escritores en ciernes”, se entiende). Así que
durante la segunda mitad de los 90 nos quedamos con tres sitios: Nueva Década,
Claraluna y Perro Azul. La primera y la segunda cerca de la Calle de la
Amargura; la tercera, frente a nuestra Facultad de Letras.
Nueva
Década tenía Tusquets, Visor, Cátedra, Seix Barral, etcétera. Todos los sellos
fundamentales del momento. Su dueño era un tipo despreciable y mezquino. Nunca
he escuchado a nadie hablar bien de él. Lo salvaba una dependienta pequeñita
que se movía con presteza y dominaba el catálogo de arriba abajo. Nunca he
escuchado a nadie hablar mal de ella. Claraluna también tenía una dueña
bastante sui géneris, pero mucho más persona. Su oferta incluía ya algunas
otras editoriales interesantes y títulos llamativos. Su estilo lucía más
moderno.
Perro
Azul, regentada por Carlos Aguilar, ofrecía títulos de Anagrama, sobre todo los
grises, de ensayo y filosofía, entre otras cosas. Con Carlitos trabamos amistad
los estudiantes de letras. Era un espacio único que apoyó nuestros primeros
libros y una revista artesanal que se le entregó en acto oficial de la UCR a
Vargas Llosa, quien no cumplió nuestros sueños de que nos sacaría de ese estado
de “escritores en ciernes”. Luego, Perro Azul se convirtió en la editorial que
todos conocemos y que hoy sigue más activa que nunca.
Así
las cosas, aparte de las librerías de viejo del centro como Libro Azul o El
Erial, los megabazares que de vez en cuando vuelven a tener libros, como la
Universal o la Lehmann y Nueva Década, que gracias a un punto perfecto sigue
vigente, el mapa librero de aquellos años se ha desdibujado por completo. Ha
cambiado como han cambiado nuestras caras, nuestras expectativas, nuestros
compromisos.
Vuelvo
al punto inicial, pues sé que hay algunas pequeñas librerías y compra-ventas en
provincias, en Cartago, en San Ramón, en la misma Alajuela, como Goodlight Books; así como otros
emprendimientos virtuales o itinerantes, como Libros Leteo, de Noe Durán, por
lo que sería injusto pretender que no existen. Pero vamos, se supone que esta
es una crónica de las librerías que conforman mi educación sentimental ahora ya
grande, ahora que ya no soy un “escritor en ciernes” sino solamente “en ciernes”.
En fin, un tipo digamos maduro que se acerca a sus 43 años.
*
El
paisaje librero de San José ha cambiado. Entre el barrio Amón, el Otoya, San
Pedro y Curridabat se teje una red de pequeñas librerías, que tiene un satélite
en el otro extremo del continente, en la República Independiente de Escazú. LibrosDuluoz, en Amón; Frantz & Sarah, a 300 m pero ya en Otoya; La LibreríaAndante, por la UCR y la Librería Francesa, en Curri. El satélite al otro lado del
mundo: Buhólica. Libros y Vinilos.
Se
trata de algo que me atrevo a denominar movimiento, que responde a un cambio
notorio en el mercado editorial. Mientras algunos vaticinaron la muerte del
libro impreso y otros celebraban el ascenso del libro electrónico, se empezaron
a gestar o a consolidar en toda Hispanoamérica una serie de editoriales
independientes, privadas o unipersonales, que apostaron sin ningún tipo de
seguro por el libro impreso de calidad, en diseño y contenido. Y claro, ¿dónde
vender esos libros? Era lógico que a su alrededor se formara entonces un
enjambre de libreros independientes, dispuestos a contravenir las leyes del
mercado, de la oferta y la demanda y de tipos como el dueño de Nueva Década.
Así
las cosas, en 2011 abre sus puertas Libros Duluoz, la librería pionera, de la
mano de Andrea Mickus y de G.A. Chaves. Desde el principio lo hizo todo bien, se
convirtió en el paradigma y en una casa para mí. G.A. Chaves se retiraría luego
del proyecto, en cierto sentido, porque sigue llenándolo de grandes ideas, y
Andrea Mickus continuó con el trabajo, convocando a la gente de letras, al “sector
literario”, que llaman, con una autoridad y calidad inigualables.
La
Librería Andante, creada por Francisco Víctor Aguilar, debe su nombre al
efectivo carácter nómada de sus inicios, hasta que descubrió la agricultura y
se hizo sedentaria, en una esquina, diagonal al Teatro Universitario.
Frantz
& Sarah es un hermoso proyecto de libros y artículos vintage, creado por don Frantz (Leonardo Chaves Salgado) y por doña
Sarah (Viviana Porras Álvarez), que se ha movido primero por Amón y que se
ubica ahora en Otoya, 50 m arribita del Edifico Jiménez.
La
Librería Francesa, ahora regentada por Ramón Mena Licairac, tiene ya 40 años de existir. “Suave, un momento. ¿No que
Duluoz era la pionera?” Sí, permítanme explicar, aunque lo más probable es que
mis conocimientos sean erróneos, pero ya me metí en este embrollo, y lo que
creo es que antes su identidad era muy diferente. No es sino hasta hace poco
que empezó a ofrecer un catálogo más variado, siempre muy particular, dentro de
su naturaleza, y que empezó también a abrir sus puertas para actividades afines
al mundo del libro y de las artes.
Por
su parte, Buhólica nació en Combai. Mercado Urbano, frente a Multiplaza de
Escazú. Hoy la dirige Jochen Vivallo, con frescura y enorme sabiduría. Además,
es la única opción de calidad al oeste de San José.
*
Acantilado,
Pre-Textos, Anagrama, Adriana Hidalgo, Eterna Cadencia, Brutas Editores, Lanzallamas,
Germinal, Espiral, Uruk, Impedimenta y tantas otras editoriales tienen hoy
varias casas en Costa Rica. Las librerías independientes han dinamizado el
ambiente, el mercado, han generado propuestas, han creado un pequeño y
excitante universo a su alrededor. No es gratuito que una megacadena como la Librería
Internacional se percatara de este fenómeno y abriera una sucursal “independiente”,
para copar ese nuevo mercado que no era tan notorio hasta que estos pequeños
emprendimientos pusieran ante nuestros ojos la gran variedad y belleza de la
oferta editorial del continente. En parte es una lástima, porque ya sabemos lo
que muchas veces sucede cuando una empresa enorme fija sus ojos en un sector.
Sin embargo, hoy me siento optimista, y todo esto lo digo apenas iniciada la 18FILCR 2017, luego de ir a la Casa del Cuño y ver el amor y la efervescencia en
el ambiente. “Love is in the air”, sin duda, y estas librerías son puertas
abiertas a la esperanza, que solo los mejores libros pueden ofrecer, aun en los
momentos más oscuros.
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