En próximos meses, Nadar Ediciones,
de Santiago de Chile, estará publicando mi más reciente poemario, Nadie que esté feliz escribe, el cual
contiene el texto “Avispas eusociales (Familia
Vespidae)”. El escritor Crístopher Montero
me ha sorprendido gratamente con su generosidad, pues ha realizado un análisis de
dicho poema. Antes de pasar al artículo, comparto el texto de forma íntegra:
Avispas eusociales
(Familia Vespidae)
Sonrío al agua.
Soy la flor ciega:
un cuerpo arrojado
contra el frío y sin alas.
Pasé toda la mañana
dando escobazos a unas avispas
que insistían en hacer un panal
en un alero de mi casa.
Tirado en un sillón
las veía regresar y regresar.
Buscaban un hogar antiguo.
Sus antepasados habían vivido aquí
pero también destruí aquella casa.
Me cuenta Elsa que ayer
estuvo en las mismas,
y que averiguó
que es común
que las avispas busquen lugares conocidos.
Mientras recordaba esto, se habían sumado
decenas de avispas al enjambre.
No supe si perdía mi tiempo
y se los hacía perder a ellas
o tan solo actuaba rutinariamente.
Quizá debí dejarlas vivir.
No sé. Tirado ahí daba igual.
A lo mejor cubrían la casa entera
y me consumían con ellas.
Sonrío al agua.
Soy la flor ciega:
apenas un cadáver
en estado de gracia.
Sería su reina y su carroña.
A lo mejor no estaría tan mal.
¿No es acaso el sueño eterno
fundirse con la naturaleza?
Abrí las puertas y las ventanas.
Las invité a entrar.
¿Cuánto tiempo podría tomarles
apoderarse de la casa y de mí?
Aproximación al poema “Avispas eusociales (Familia Vespidae)”,
de Gustavo Solórzano-Alfaro
Cristopher Montero*
El poema huye de la tiranía de un tono, de la imposición de una forma
como tal en todo el texto y se topa con una forma porosa, fronteriza, mejor
dicho: híbrida. Se hace protagonista desde las disputas del control de la
forma, reclama su poética desde el estigma del “desertor”: su derecho de fuga,
es la libertad de movimiento de las formas, es productivo desde la
irregularidad, desde el quietismo asimétrico:
Sonrío
al agua.
Soy
la flor ciega:
un
cuerpo arrojado
contra
el frío y sin alas
El primer verso es
nítido, sin profundidad, es iluminación súbita para luego zambullirse en la
densidad de una metáfora, en la que se revela un yo ilusorio. Esta densidad no
es característica del haiku (forma a la que remite esta primera estrofa) y
mucho menos en los primeros versos donde se busca la transparencia. El
contraste entre nitidez y densidad genera arte desde la frontera,
característica de la estética japonesa, y la hace propia desde esta alteración
de la forma tradicional que vuelve a la nitidez, en sus dos últimos versos.
Esta vuelta a la nitidez inicia al final del segundo verso, los dos puntos no
dejan que la metáfora llegue a su mayor densidad posible ya que nos anuncia
explicación, claridad, para luego toparse con el drama del tercer verso y su
final liberación irónica –que evidencia un conflicto de perspectivas–, a partir
de la conjunción del último verso que se regodea en la iluminación oriental a
diferencia de la libertad (alas) occidental, justamente para caer –luego de un tiempo prudente, evidenciado en el espaciado entre estrofas–, con
descaro, en el versolibrismo:
Pasé
toda la mañana
dando
escobazos a unas avispas
que
insistían en hacer un panal
en
un alero de mi casa.
Tirado
en un sillón
las
veía regresar y regresar.
Buscaban
un hogar antiguo.
Sus
antepasados habían vivido aquí
pero
también destruí aquella casa.
El hablante inicia
con un tono informal, directo, instala la imaginería doméstica de la rapidez
cotidiana y su repetición de tareas, desde la ausencia de comas (pausas) y la
aliteración de la vocal “a” en los primeros cuatro versos para terminar al
final del día con un punto súbito. Contrastando esta forma con la quietud de la
contemplación oriental constituida en la estrofa inicial para luego cambiar el
tono por uno solemne, que inicia con lo forzoso de la aliteración de la palabra
“regresar” que pide público de oratoria.
Evidencia en una
misma estrofa el libre tránsito de los tonos, volviendo a la hibridez como su
forma de arte. Al poema no le basta constituirse desde estos cambios graduales,
sino que, en la siguiente estrofa, súbitamente encuentra constituyentes desde
el tono conversacional que, con espontaneidad coloquial, enmascaran su
brillante planificación técnica:
Me
cuenta Elsa que ayer
estuvo
en las mismas,
y
que averiguó
que
es común
que
las avispas busquen lugares conocidos.
Mientras
recordaba esto, se habían sumado
decenas
de avispas al enjambre.
No
supe si perdía mi tiempo
y
se los hacía perder a ellas
o
tan solo actuaba rutinariamente.
Quizá
debí dejarlas vivir.
No
sé. Tirado ahí daba igual.
A
lo mejor cubrían la casa entera
y
me consumían con ellas.
En el sexto verso
de la estrofa anterior hay un cambio de tono, ahora es lo íntimo que se
constituye inicialmente con tres versos decasílabos (versos siete, ocho y nueve) e inicia el hablante
romántico, considerándose capaz de hacerle perder el tiempo a la naturaleza,
hasta que, en el último pareado, con rima asonante, pone en duda su poderío y
lo evidencia contemplando nuevamente ya no su interior, sino la naturaleza en
la siguiente estrofa:
Sonrío
al agua.
Soy
la flor ciega:
apenas
un cadáver
en
estado de gracia.
El yo se reconoce
ilusorio en este cambio de formas, ha trascendido la naturaleza, regresando a
ella. Esta vez anunciada la iluminación con los dos puntos, versificándose en
dos heptasílabos con media rima interna y externa, asonante.
Este reconocimiento de la ilusoriedad
del yo ha llegado al versolibrismo, que hasta ahora no se había aceptado, y con
tono amistoso se convence en las preguntas retóricas que ya no importan las
convenciones sociales, lo que importa es la religación, solventar el gran tajo que
ha constituido al hablante en la vida moderna y su vida cotidiana, el cierre de
su-ser-en-casa, diríamos con Simmel. Volviéndose, entregándose a la magnitud
del enjambre, ahora, unidad ininterrumpida del ser natural: desde la
contemplación del que puede perder el tiempo:
Sería
su reina y su carroña.
A
lo mejor no estaría tan mal.
¿No
es acaso el sueño eterno
fundirse
con la naturaleza?
Abrí
las puertas y las ventanas.
Las
invité a entrar.
¿Cuánto
tiempo podría tomarles
apoderarse de la casa
y de mí?
* Cristopher
Montero
es un escritor costarricense nacido en 1986, autor de los poemarios Criaturas
exhaustas (San José: EUTN, 2013), A ojo de pájaro (Guatemala: Magna Terra Centroamérica, 2017) y Canicas galaxia (Argentina: Alción
Editora, en prensa). Actualmente reside en Argentina.
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