Hace unos cuatro años, SoHo me había encomendado una reseña del “peor libro” que hubiese leído. Tamaña
empresa. Motivado (engatusado) por el editor decidí que yo sería el valiente (imprudente)
que escogería además un libro costarricense. Única mirando al mar fue la elección.
Escribí la reseña y la envié. Al día siguiente se anunciaba que Fernando
Contreras era el ganador de un Premio Áncora. Luego él anunció que lo rechazaba.
De inmediato se convirtió en héroe nacional. El pánico se apoderó de mí. Con
mis antecedentes, si esa reseña se hacía pública yo sería linchado y desterrado.
Habría sido muy fácil señalarme y decir, simplemente, que la reseña era un patético
intento de desacreditar al autor. Llamé al editor y le rogué que no la
publicara. Por suerte me comprendió y no lo hizo. Me dije entonces que algún día
la expondría al público. Ya ha pasado algo de tiempo. No creo que esta reseña
afecte a nadie que sea capaz de tomarse las pocas un poco deportivamente. Aquí
está:
***
La carne es débil, y el espíritu peor -parafraseo a Monterroso-, y sí, soy un fácil, así
que cuando me proponen hablar del “peor libro que he leído” acepto sin más.
Pero ¿cómo escoger el “peor libro”? ¿Qué se esconde tras esa dudosa categoría?
Ante la incertidumbre, me asumo tan solo como aquel que lee sin mayores
preocupaciones y apenas guiado por su falible gusto.
Pienso en Camilo, en Sagot; veo una imagen de La loca de Gandoca, por cuyo cacofónico título merece ser
desterrado al índex de libros prohibidos. La
mujer habitada, otra novela de feminismo de cafetín, ecología desechable y
diosas africanas. El Tarantino de las letras hispanoamericanas: Bolaño y Los detectives salvajes. Hasta el genial
Eco tiene novelas infumables, como Baudolino.
Pienso en El principito. No porque
tenga algo contra un texto infantil, sino contra aquellos adultos que lo toman
en serio y lo citan como libro de cabecera. Ni que fuera Coelho. Pienso en el
empachoso Veinte poemas de amor y una
canción desesperada, que tanto problema cardiovascular sigue provocando.
“Pero no –me digo–, eso es muy fácil”. Mejor una misión suicida: Única mirando al mar. Bueno, seamos
honestos, no sé si es el peor, pero sí de los más aburridos e ingenuos, porque
¿qué tanto se le puede pedir a un libro que apenas ve la luz es adoptado por
los programas del Ministerio de Educación de un país iletrado y conservador? Si
SoHo hubiese existido hace más de 70
años, habría escrito sobre Mamita Yunai,
y si hubiese existido en 1924 en Colombia, La
vorágine sería el blanco. Y no creo estar cometiendo ninguna injusticia. Al
menos en parte, el mismo Fernando me da la razón, si no, ¿por qué otro motivo
habría dedicado tanto esfuerzo a reescribir esta novela, a eliminar el lastre,
como él mismo ha afirmado?
Vayamos 20 años atrás, cuando la leí. Única
mirando al mar no está mal desde el punto de vista formal, del lenguaje
narrativo o incluso de la anécdota. Lo impresentable es la broma pueril, esa
tara del costumbrismo tico que de tan evidente se cae. Me resulta imposible
aceptar ese tono documental, de denuncia, salpicado de humor básico y de frases
de superación. Lo parodiado debió ser el capitalismo, no sus víctimas.
La metáfora de Momboñombo ─que se tira a sí mismo a la basura─ o el
chocante optimismo de Única ─que no me trago─ nos sacarían al menos una sonrisa
de condescendencia si no fueran tan caricaturescos. ¿Y qué me dicen de la
onomástica? El típico intelectual que observa a los marginados de la tierra.
¿Cómo lograr la compasión con personajes que nos mueven a burla? Nunca atendió
el autor el consejo del Estagirita. ¿No era suficiente la vida que llevaba
Momboñombo como para que fuera necesario tirarlo a la basura? Y cuán fácil
resulta hacer chistes contra la Iglesia católica. El Oso Carmuco parece un
personaje de El Fogón de doña Chinda
y la boda entre Única y Momboñombo no es más que un desafortunado intento de
parodia.
Debí haber escrito esto hace 20 años, cuando di clases
en secundaria por primera vez y tuve que leer esta novela. Debí haber escrito
en ese entonces porque yo era otro y la novela era otra. ¿He cambiado yo?
Ojalá. ¿Ha cambiado la novela? Ojalá. En todo caso, este ejercicio es guiado
por algo tan subjetivo como el gusto. Me dicen que Los peor no está “tan peor” y vale la pena. Esperemos que Carmuco, el cortometraje de Patricia
Velásquez sobre este “personaje”, le aporte dignidad. Y quién sabe, puede que
las novelas condenadas a varios años de impunidad tengan una segunda
oportunidad sobre la tierra.
Comentarios
El "Ulises" a mí me gustó mucho. Lo logré conpletar la tercera vez que intenté leerlo.
Gracias por leer y comentar