El
número dos de Buensalvaje Costa Rica
ya está en las calles. Y es un lujo total. Usted puede conseguir un ejemplar gratuito en Libros Duluoz,
en la Alianza Francesa, en la Librería Universitaria o en El Erial, entre otros
puntos de distribución. También, puede leerla aquí en pdf. Y por tan solo 10 000 colones puede suscribirse
por un año y recibir los próximos número en la puerta de su casa.
Por
mi parte, comparto la reseña que escribí para este segundo número. Sobre la
novela Austerlitz, de W.G. Sebald.
La identidad es
la memoria es la Historia
Una
mañana de 1939, un niño llega a Gales, donde es recogido por un pastor
calvinista y su esposa, en cuya casa crecerá en medio de la soledad y la
pesadumbre. Años después, para este niño, las razones tras los acontecimientos
de su vida no son claros, como tampoco lo serán para los lectores, que tendrán
que vagar en medio de la bruma junto con un narrador y un personaje igualmente
ubicuos. De este modo, el periplo de Jacques Austerlitz es una mirada
melancólica por el siglo xx
europeo, una travesía solitaria y dolorosa.
Si
existe una manifestación literaria que ilustre cabalmente lo ominoso según
Freud y el concepto del púnctum tal y como lo explica Barthes, dicha
manifestación es sin duda Austerlitz,
la última novela de W.G. Sebald. Tal es la sensación de extrañeza, de zozobra;
tal la “punzada” que sentimos al repasar sus páginas, al ver sus fotografías,
como si algo ahí nos impidiera comprender con certeza aquello que el narrador
nos dice que dijo Austerlitz, el protagonista.
Como
en una suerte de collage, con un
estilo que convierte las extensísimas oraciones subordinadas en la marca
personal de su autor, asistimos a la construcción de la memoria, ahí, entre las
ruinas de un tiempo y de una historia; buscamos una identidad que de alguna
manera fue reprimida. Así, con el rumor del holocausto y la tradición judía de
fondo intentamos trazar el nombre propio de un hombre que hasta cierto punto
nunca ha sabido quién es o cuál es su lugar en el mundo. Ese hombre bien puede
ser el niño de la imagen de portada, hombrecillo que nos interpela con su
mirada, vestido (¿disfrazado?) de un modo que solo aumenta nuestra extrañeza y nuestra
curiosidad.
Austerlitz comparte con otra
novela –La misteriosa llama de la reina
Loana– el problema de la memoria y del olvido, pero una de muchas diferencias,
consiste en que en la narración de Eco, su protagonista pierde la memoria, pero
en la casa de su infancia, merced a todos los objetos que en ella se conservan,
es capaz de reconstruir su vida. En cambio, en Austerlitz, su protagonista en realidad nunca ha tenido memoria,
que significa decir que nunca ha tenido identidad, pero igual va construyendo
una historia personal que le permite comprenderse y comprender su (no) lugar en
el mundo. Ambas novelas se conforman de manera fragmentaria, rompecabezas en los
cuales se funden la prosa y las imágenes.
La
metáfora de Austerlitz es la del viajero, variación del mito del judío errante.
Un vagar por diversos lugares de manera algo circunstancial y también poco
ordenada. Su búsqueda corresponde al silencio. Su viaje es ominoso. En la sala
de espera de la Centraal Station en Amberes, en su despacho londinense de
Bloomsbury o en su casa de París conversa sobre arquitectura capitalista, y en
sus afirmaciones se va tejiendo una aguda filosofía sobre el mundo y una
metafísica de la pérdida:
... de un
edificio gigantesco como, por ejemplo, el Palacio de Justicia de Bruselas en la
antigua colina del patíbulo, nadie que estuviera en su sano juicio podría
afirmar que le gustase. En el mejor de los casos, se admiraba, y en esa
admiración había ya una forma de espanto porque de algún modo sabíamos
naturalmente que los edificios que crecen hasta lo desmesurado arrojan ya la
sombra de su destrucción y han sido concebidos desde el principio con vistas a
su existencia ulterior como ruinas... (pp. 22-23).
Jacques
Austerlitz también redacta notas, toma fotografías, y todo queda reunido en un
diario que luego confiará a nuestro narrador, uno que también resulta un
personaje opaco, desdibujado, como si la identidad fuera solamente una suerte
de imágenes borrosas y sensaciones ajenas.
La
prosa de Sebald es proteica, su estilo complejo. Su sintaxis es un gesto
grandilocuente y delicado; su lenguaje problematiza el tiempo y el espacio,
pero sobre todo, se convierte en un problema identitario:
Si se puede
considerar al idioma como una antigua ciudad, como un laberinto de calles y
plazas, con distritos que se remontan muy atrás en el tiempo, con barrios
demolidos, saneados y reconstruidos, y con suburbios que se extienden cada vez
más hacia el campo, yo parecía alguien que, por una larga ausencia, no se
orienta ya en esa aglomeración, que no sabe ya para qué sirve una parada de
autobús, qué es un patio trasero, un cruce de calles, un bulevar o un puente.
Toda la estructura del idioma, el orden sintáctico de las distintas partes, la
puntuación, las conjunciones y, en definitiva, hasta los nombres de las cosas
corrientes, todo estaba envuelto en una niebla impenetrable. (p. 126).
Austerlitz, con el gesto
melancólico de Sebald y su voluntad de estilo, posee vocación de clásico; una
novela extraordinaria que también aparenta ser otra cosa, como todas las
grandes novelas.
W. G. Sebald, Austerlitz
(6.a ed., trad. M. Sáenz), Colección Compactos, Barcelona: Anagrama,
2012, 302 pp. [Primera edición en alemán, Munich: Carl Hanser Verlag, 2001.]
Comentarios
Como nunca tuve acceso a degustarlo en castellano, gocé muchísimo de los párrafos que incluiste en tu artículo. Me pregunto qué habría opinado Sebald de las versiones de Anagrama pues era famoso por corregir (y re-escribir las transcripciones al inglés) a tal grado que cuando se publicaban finalmente los libros se los devolvía al traductor con nuevas correcciones. A menudo, cuando lo releo justo después de terminarme una novelita de Thomas Bernhard, me entra la gana de saber si era consciente de que su estilo elíptico (o de “ficción-documental” como Sebald mismo señaló en varias ocasiones) ya lo exploraba aquel contemporáneo suyo, también en idioma alemán. (Claro, muchos dirían que Dyer también utiliza el encadenamiento de elementos aparentemente nimios o inconexos, como fotos, estampillas, ruinas históricas jugando con un texto que parece un diario de viajes o un ensayo sobre arquitectura historicista, pero sacrifica por completo la melancolía promulgando un fino sentido del humor).
Por último, si no lo has visto ya, me gustaría recomendarte el documental “Patience: After Sebald”. Es probable que lo disfrutes.
Saludos,
Luis
Esta es mi primera experiencia con Sebald, y quedé encantado, como deja ver la reseña. Tengo que llegarles a las otras novelas.
La misma persona que me recomendó sus textos me recomendó ese documental. De hecho en su sitio web tenía una muy buena reseña, pero ya no se encuentra.
Saludos y gracias por pasar