Hoy, 31 de marzo, se celebran cien años del natalicio de Octavio Paz (1914-1998), simple y sencillamente, uno de los escritores más importantes del siglo XX. En La Casa de Asterión queremos unirnos a esta fiesta. Por eso compartimos con ustedes una versión de las conclusiones de mi libro La herida oculta. Del amor y la poesía. Una lectura del poema "Carta de Creencia", de Octavio Paz (San José: Euned, 2009, 240 pp.).
A manera de coda
Árbol adentro
Creció en mi
frente un árbol.
Creció hacia
adentro.
Sus raíces son
venas,
nervios sus
ramas,
sus confusos
follajes pensamientos.
Tus miradas lo
encienden
y sus frutos de
sombras
son naranjas de
sangre,
son granadas de
lumbre.
Amanece
en la noche del
cuerpo.
Allá adentro,
en mi frente,
el árbol habla.
Acércate,
¿lo oyes?
Octavio
Paz
Árbol adentro, 1998b, p. 751
Amor y poesía
¿No es cosa
extraña que de tantos poetas que han hecho himnos y cánticos en honor de la
mayor parte de los dioses, ninguno haya hecho el elogio de Eros, que sin
embargo es un gran dios?
Platón
“Simposio
(Banquete) o de la erótica”, Diálogos, 1975, p. 354
Al iniciar el banquete, Erixímaco recuerda la
indignación de Fedro debido al hecho de que no existan cantos dedicados a Eros.
Erixímaco propone entonces, con el ánimo de pagar tributo al amor, se discuta
en la mesa sobre tal tema (Platón, 1975). Esta fábula nos remite nuevamente a
nuestro contexto y a uno de los puntos de partida del presente trabajo: el amor
está de lado, censurado, apartado, exiliado de todo sistema de pensamiento y de
sí mismo. Sin embargo, no podemos menos que aceptar que justamente esa es (y
debe ser) su condición. De otra manera, sería apenas un discurso acaparado por
el poder, por las instancias burocráticas, tal y como sucede con el comercio,
Hollywood y demás. Muchos dirán (incluso resulta curioso que en el mundo griego
no hubiese) que eso no es cierto, que el amor es un tema cotidiano. Y tienen
razón. Del amor se habla, pero en su visión doxológica, como tarjeta postal o souvenir.
Del amor como cuestionamiento, como transgresión (sexualidad y erotismo
incluidos), se erige una prohibición, un veto.
Cuando Octavio Paz habla de amor y poesía,
sus alcances se elevan por encima del tema en sí y alcanzan el terreno de la
ética, del valor del ser humano, un ser humano despojado de su humanidad (por
la religión, la economía, la política y la tecnología): la apuesta de Paz es
por la dimensión individual y comunitaria del ser humano como ser social y ser
histórico. Castañeda, en su ensayo “Sed de otredad”, analiza bastante
acertadamente estas cuestiones:
¿Por qué amamos a esta persona y
no a otra? Esa es la nota individualizada del amor. En esa duda se encierra su
singularidad enigmática y conflictiva. "La exigencia de exclusividad es un
gran misterio". El amor es una prueba de individualidad. Es un modo de
husmear en la incógnita que encarna cada uno. Pienso que Paz buscó en la
palabra alma una sugerencia al interrogante en torno al principio del amor. En
ella se apoya para rebatir a los nuevos profetas de la inteligencia artificial,
aunque podría pensarse que algo religioso se insufla al evocar esa noción
equívoca. Pienso que la otra voz, la del poeta, protesta ante la imagen
de una sociedad dominada por el pensamiento tecnológico. La imaginación poética
se rebela, y en su insurrección redime una evocación poética, el romance entre
psiquis y eros como raíz de la vida. No cabe duda que la cuestión principal en La
llama doble no era el significado de la pasión amorosa ni la disyuntiva
entre erotismo y amor, Octavio Paz confabula un testimonio en defensa del valor
de la persona. Y cuál mejor que uno donde apela al sentido de la persona amada,
como afirmó en una línea que es todo un aforismo, "el amor es una apuesta,
insensata, por la libertad. No la mía, la ajena. (Castañeda, 1998)
Entonces, al
problema del origen, del destierro primero que nos convierte en seres en falta,
deseantes, insatisfechos, Octavio Paz agrega la problemática de nuestro tiempo.
Su estética es una estética de afirmación, de construcción, basada en la
crítica de los significantes que posibilitan la existencia del ser como ser
cultural. Su poesía es analogía, abrazo y aceptación: si fuimos despojados del
origen, seremos capaces de reconstruir un paraíso propio, con la palabra y a
pesar de la palabra. El amor y la poesía son solamente discursos, textos
sumados al conjunto mayor de todos los textos del mundo, pero capaces de
hacernos vislumbrar, aunque sea por un segundo, la maravilla del Edén: “Porque
la poesía, que parte de la consciencia de nuestra mortalidad, nos lleva a la
contemplación de la inmortalidad del amor” (Paz, 1971, p. 8). La poesía es el reverso de la palabra, su vacío fatal; el amor es el
reverso del alma, la nada absoluta; pero también ambos son génesis, fecundidad:
hacen brotar de nuestros labios, en la palabra y en el beso, el acorde
perfecto, la música universal que nos hace deleitarnos, contemplar la eternidad
y aceptarnos, unos a otros, en este mundo: “En
uno de sus libros más hermosos, El
loco amor, Breton ha puesto de relieve la naturaleza absorbente,
total, del amor único: «delirio de la presencia absoluta en el seno de la
naturaleza reconciliada.»” (Paz, 1971, p. 147).
Nuestro trabajo ha
intentado observar todos esos detalles, escuchar los ecos perdidos en la aurora del mundo; ha intentado hablar
de dos tipos de discurso que, sustentados en el lenguaje, nos hacen dudar de él
y nos hacen crear. El amor como una herida oculta que nos corroe, como una flor
de sangre: dualidad mortal. La poesía como una vida y una visión.
Por otro lado, la
lectura de “Carta de creencia” (1998a) nos ha hecho entender de qué manera se
fusionan el discurso poético y el discurso amoroso. El texto, entendido como
metapoesía, avanza más allá de sus postulados para ubicarnos en una atmósfera
particular, única. Este poema es una manera de ver el mundo y de entender el
mundo. Este poema es el mundo, un universo, un conjunto de metáforas y
analogías. Octavio Paz lleva al límite la conjunción de los géneros, de los
estilo, de las filosofías: La llama
doble (1995) y
“Carta de creencia” son una y la misma, dos caras de una moneda, dos extremos
que en el tiempo circular se confunden y se tocan, se trastocan: el ensayo
paciano es poético y es una apuesta por la dimensión del ser humano en su
coyuntura existencial y social; su poesía es reflexión y una manera de
entendernos y aceptar la comunión de los opuestos. La poética paciana une ética
y estética; como para los románticos, la poesía es una forma de vida y una
forma de arte. Su poesía encierra el germen de su propia construcción. Cada
poema y cada ensayo van dejando las huellas, las marcas de su estructura.
“Carta de creencia” es un testamento, es la cara oculta y pública de Octavio
Paz: quién soy y quién quiero ser, de qué modo me presento al mundo y en qué
creo. El poema es el ser humano transfigurado, el verbo hecho carne, el ser
humano convertido en naturaleza, de nuevo y para siempre: el ser humano es
árbol, río, piedra, ave y montaña; sueño, tristeza, dolor y alegría: hombre y
mujer abrazados, el andrógino reencontrado.
“Carta de creencia” es un poema extenso, de estructura compleja, con
juegos de puntuación y distribución gráfica que abren el abanico de ofertas del
significado. Es El Poema de
Octavio Paz, con mayúscula; su declaración de bienes, la defensa de su derecho
a la imaginación: “…
lo que quiero decir, simplemente, es que el artista trasmuta su fatalidad
(personal e histórica) en un acto libre. Esta operación se llama creación; y su
fruto: cuadro, poema, tragedia. Toda creación transforma las circunstancias
personales o sociales en obras insólitas. El hombre es el olmo que da peras
increíbles” (Paz1971, p. 7). Sí, el poeta habla, transmuta las palabras, es el
alquimista del verbo (Rimbaud y su legión aguardan) y Paz ha hecho lo propio
con este poema. Árbol adentro (1998c) es
su legado poético más profundo, más personal y más desgarrado, a la vez su
canto de alegría y plenitud más acabado: castillo de lenguaje, comunidad de
metáforas, proliferación de los signos: palabra en el tiempo y contra el
tiempo.
En Los hijos del limo (1998b),
Paz analiza el periplo de la poesía moderna, desde los románticos hasta los
poetas del siglo XX. En esa curva histórica observa cómo la analogía pretende
reconciliarnos con la naturaleza y cómo la ironía desnuda tal analogía. Paz
apuesta entonces por la posibilidad de inventar el mundo: “cree” en la
analogía. En “Carta de creencia” propone que la mirada es más fecunda que la
palabra misma, es una estética y una ética que nos llevan al silencio, pero no
al silencio estéril, sino al silencio original de las cosas, cuyo rumor se
extiende por los montes y los mares: “Lo
inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra,
es lo místico” (Wittgenstein, 2000, p. 183). Es curioso que un filósofo como
Wittgenstein[i],
quien produce una obra sobre la lógica y en contra (¿en contra?) de la
metafísica llegue a revelaciones que solo la poesía ha logrado (quizá sea ese
su valor) ¿O no será más bien que no podemos escapar a la poesía y a la
metafísica? Wittgenstein propone, a mi gusto, una estética de la prudencia.
En La llama doble Paz elabora largas
digresiones sobre el momento histórico de finales del siglo XX, con sus vueltas
y revueltas hacia el futuro y sus aspiraciones tecnócratas. Paz establece que
el siglo XX (y debemos agregar la Modernidad) arrojó de su seno todo lo que no
fuese científico, y así, cuando creía haber derribado los ídolos con el mazo de
la razón, descubre, entre asombrado y triste, que las artes, la filosofía y la
religión no pueden estar exiliadas, sino que deben formar parte del debate
continuo, de la discusión de las ideas, como ejercicio de la libertad del ser
humano.
La necesidad de
regodearnos en un paraíso no tiene por qué ser metafísica, puede ser
sencillamente humana, en este tiempo, aquí y ahora. A fin de cuentas, el tiempo
siempre es el tiempo del ahora, tiempo del comienzo y por lo tanto tiempo de
nuevas oportunidades: “La muerte no es un
acontecimiento de la vida. No se vive la muerte. Si por eternidad se entiende,
no una duración temporal infinita, sino intemporalidad, entonces vive
eternamente quien vive el presente. Nuestra vida es tan infinita como ilimitado
es nuestro campo visual (Wittgenstein, 2000, p. 179).
La respuesta final
sobre las facultades del amor y la poesía para devolvernos al paraíso se
resuelven en un tono revelador y casi mágico (aunque sin abandonar su lado
irónico). Enrico Mario Santí, amigo y prologuista de Octavio Paz, nos dice:
El
tomo 14 incluye el poema "Respuesta y reconciliación", que Paz
publica en 1996, pero que en realidad empieza a escribir a fines de 1995. Ese
texto tiene una peculiaridad: se trata, a un tiempo, del último poema extenso
que escribió Paz y uno de dos (el otro, como se sabe, es "Piedra de
sol") al que dedica, de todos los poemas en su vasta obra, una crónica de
su composición. Eso demuestra la importancia que su autor le concedía.
Originado en su lectura de libros de cosmología, que tratan el origen y finalidad
del universo, el poema es una respuesta a la terrible pregunta de Quevedo: ¿qué
respuesta nos debe la vida? La respuesta de Paz: ninguna. Su poema responde
"a una antiquísima pregunta y una reconciliación con nuestro destino
terrestre". La reconciliación es con el orden del mundo, incluyendo la
muerte: "todos y todas, todo/ es hechura del tiempo que comienza y se
acaba". La reconciliación de Paz, que proféticamente incluye a su propia
muerte, ocurrida apenas dos años después, abarca, en primer lugar, la capacidad
espontánea del ser humano de crear con el lenguaje: "Árbol de sangre, el
hombre siente, piensa, florece/ y da frutos insólitos, palabras./ Se enlazan lo
sentido y lo pensado,/ –tocamos las ideas: son cuerpos y son números." Y,
en segundo lugar, se reconcilia con lo opuesto, el silencio, vale decir, el
agotamiento del tiempo, suyo y del universo: (Santí, 2001) “El hombre y la
galaxia regresan al silencio./ ¿Importa? Sí/ –pero no importa:/ sabemos que ya
es música el silencio/ y somos un acorde del concierto." (Paz, 1996,
citado por Santí, 2001)
Parábola y silencio
La verdad de los pensamientos aquí comunicados
me parece, en cambio, intocable y definitiva. Soy, pues, de la opinión de haber
solucionado definitivamente, en lo esencial, los problemas. Y, si no me
equivoco en ello, el valor de este trabajo se cifra, en segundo lugar, en haber
mostrado cuán poco se ha hecho con haber resuelto estos problemas.
Ludwig
Wittgensein
Tractatus
logico-philosophicus, 2000, p. 13
Desde Barthes y Lacan, hasta Kristeva
y Derrida, la percepción performativa del lenguaje proviene en gran parte de la
escritura japonesa. Las nociones (que muchos consideran nihilista) sobre el
vacío, provienen del budismo zen.
“Carta de creencia” es un híbrido, a
hojarcadas entre la poesía y el aforismo, entre la filosofía y la religión. En
tanto una ética y una estética,
representa no solo una disolución del significado sino de los estilos. Como
vimos al principio, Paz cuestiona sus orígenes en el inicio de su obra
ensayística, pues bien, ya para el momento en el que escribe “Carta de
Creencia”, ese cuestionamiento lo ha llevado ha poner en entredicho todas
nuestras nociones y verdades sobre el mundo.
Ese itinerario es el viaje de la
evaporación del significado, porque esa es la tarea del poeta, su maldición y
su destino:
El
poeta no es el que nombra las cosas, sino el que disuelve sus nombres, el que descubre que las cosas no tienen
nombre y que los nombres con que los llamamos no son suyos. La crítica del
paraíso se llama lenguaje: abolición de los nombres propios; la crítica del
lenguaje se llama poesía: los nombres se adelgazan hasta la transparencia, la
evaporación. En el primer caso, el mundo se vuelve lenguaje; en el segundo, el
lenguaje se convierte en mundo. Gracias al poeta el mundo se queda sin nombres.
Entonces, por un instante, podemos verlo tal cual es –en azul adorable. Y esa
visión nos abate, nos enloquece; si las cosas son pero no tienen nombre: sobre la tierra no hay medida alguna
(Paz, 1990, pp. 96-97).
Los signos ya ni siquiera están en
rotación, simplemente se desvanecen en el momento justo en el que surgen. Para
cuando algo es pronunciado ya se ha desintegrado en la marea infinita de los
nombres. El lenguaje aparece entonces como selva, las palabras son lianas que
se enroscan, como la serpiente emplumada: “Manchas: maleza: borrones. Tachaduras. Preso entre las líneas, las
lianas de las letras, Ahogado por los trazos, los lazos de las vocales.
Mordido, picoteado por las
pinzas, los garfios de las consonantes. Maleza de signos: negación de los
signos. Gesticulación estúpida, grotesca ceremonia. Plétora termina en
extinción: los signos se comen a los signos” (Paz, 1990, p. 39).
El lenguaje se ha extinguido: es su
propia trampa. Las palabras aparecen y resurgen para desaparecer en el mismo
momento. Si la poesía intentó en algún momento devolver al ser humano al estado
paradisíaco, luego también produce el efecto contrario: la poesía vuelve
habitable el mundo pero nos lo muestra en su faz más terrorífica. Igual que en
el poema “Blanco”, la página es apenas una posibilidad de
creación. Las páginas son vacíos, espacios del sueño imposible de la cultura.
Llegamos así, finalmente, a la gran
encrucijada del siglo XX, a la crisis del pensamiento. El siglo XX fue el
escenario de la decadencia occidental, entendida esta dialécticamente, con
Hegel, como la realización de su proyecto en la historia, y no cínicamente como
pretenden algunos, como el fin absoluto. Esta decadencia fue anunciada (y de
algún modo propiciada) por Nietzsche y culminada por los intelectuales
franceses en los años setenta. Es ya un lugar común seguir hablando del descrédito de la razón o del fin
de la historia. Hoy sabemos que la tragedia del ser humano es inherente a su
condición. Lo que cabe preguntarse es hacia dónde nos dirigimos.[ii]
Al principio hablábamos del silencio,
y es que la caída de los absolutos (proceso provechoso, históricamente
hablando) se ha instaurado hoy como una doxa, es el pan común con el que
pretendemos alimentarnos. Esto nos ha llevado a un callejón sin salida donde se
supone que no hay más allá; sin embargo, justamente ahí radica el punto de
giro, se abren las opciones: consumirnos en el silencio o buscar nuevas formas
de hablar. Así de radical, pues nos encontramos en un momento crucial para
Occidente: o definitivamente aceptamos el fin de todas las estructuras, o
empezamos a articular nuevamente un discurso que nos permita continuar. Esto se
ha intentado, diferentes movimientos artísticos tratan de generar esos
discursos al apropiarse de prácticas que en su momento se habían desechado.
Estas tendencias, como la transvanguardia
italiana, que desde los años setenta volvía al figurativismo en
plástica; o la escuela filosófica de Frankfurt, la cual, desde los años sesenta
miraba hacia los puntos inconclusos de la Ilustración; los poetas españoles y
mexicanos, quienes en los años noventa empezaron a escribir sonetos al mejor
estilo barroco; o los poetas costarricenses que surgen en esa misma década y
que no comulgan con la antipoesía o la tal llamada poesía urbana, sino que
despliegan sus versos entre lo clásico y lo maldito, lo que demuestran es que
la posmodernidad puede ser asertiva y no solamente cínica, puede retar a la
analogía y a la vez jugar con lo irónico. Los discursos no se repiten, cada vez son nuevos, los discursos
no se acaban, cada vez producen más. Pero que no caigamos nuevamente en el
espejismo, la ilusión o la quimera del progreso o del avance, sino que como
Sísifo, anunciemos lo inútil de las causas últimas, pero traigamos con nosotros
el goce estético de cada día.
Por todo lo anterior, la figura de
Octavio Paz se vuelve más relevante y actual cada día, porque a él, esta crisis
de Occidente no lo lleva al nihilismo (como afirmáramos en la introducción),
tal y como sucede, casi inevitablemente, en Europa. En él, en su ensayística y
en su poética, se da la culminación de todo proyecto: la poesía ha llegado a
cuestionar absolutamente todas las estructuras que conforman esto que llamamos
cultura, hasta llegar a la estructura primordial: el lenguaje. El movimiento de
Paz, primero por ubicarse a sí mismo y al ser mexicano en su primer libro,
hasta desubicar al universo en sus últimos trabajos y en sus poemas, converge
en un momento que para muchos puede ser lúgubre y para otros premonitorio de
cosas nuevas por venir. Octavio Paz es regeneración, reelaboración constante de
ese lenguaje del universo, de ese lenguaje que es universo, El vacío es
constituyente del mundo, no su negación o su término. La evaporación del signo
o su degeneración en garabato son inherentes a la naturaleza del lenguaje. El
lenguaje ha caído en decadencia, pero entendida esta, ya dijimos, en sentido
Hegeliano: ha llegado a su plenitud. Salto al vacío, callejón sin salida.
¿Hacia dónde caminar ahora? ¿Hacia dónde enrumbarnos? Si no podemos explicar
(decir, nombrar) el mundo, ¿debemos acatar la ley del silencio? En estos
momentos de la historia de Occidente los “ismos” no dejan de proliferar. Nos
hemos dado cuenta de que en la base de toda transformación social o artística
está la transformación del lenguaje. Los diversos feminismos han llegado a
plantear la necesidad de buscar una forma de hablar que deje de ser patriarcal;
actualmente, estas necesidades se entroncan con las necesidades de grupos que
representan a las minorías o a los marginados y la poesía misma ésta urgida de
una renovación o una revuelta, tan solo para citar algunos ejemplos. Si las
cosas no son así, ¿significa que debemos entregarnos al reino del silencio, que
de alguna manera es el reino oscuro de la muerte? El propio Paz advierte sobre
este nuevo reino, sobre esta época que hemos dado en llamar posmoderna. Con la
caída de los absolutos se han despertado los antiguos odios tribales. ¿Debemos
callar o erigir nuevos relatos que sustenten la historia y la cultura? A lo
mejor callar no sea tan terrible. La mística sería entonces la respuesta:
evaporación del sujeto, negación del lenguaje: en el silencio, ahí donde surge lo
inexpresable e incomunicable, podremos acceder de una vez por todas a la verdad
(¿existe?). Inventar de nuevo los relatos sería correr el riesgo de simplemente
repetir la historia, pero debemos saber que el camino, al igual que el libro de
arena o la máquina de los signos es siempre distinto y siempre cambiante. La
necesidad de un nuevo lenguaje se patentiza. Pero ¿es posible? “Maleza se convierte en desierto, algarabía de silencio: arenales de
letra. Alfabetos podridos, escrituras quemadas, detritos verbales. Cenizas”
(Paz, 1990, p. 39). La jungla verbal se desvanece: también es desierto.
En ese desierto podemos reconstruir. El paisaje mexicano es también la imagen
de la constante reconstrucción, pero siempre sobre ruinas: de Tenochtitlan al
Distrito Federal. Reconstrucción: conjunción con el pasado, no abolición y
desmemoria. La obra de Octavio Paz traza un círculo perfecto. La serpiente
emplumada toca su cola e inicia el vuelo. Del cuestionamiento sobre la
identidad al planteamiento y apertura de un nuevo orden de cosas que están por
suceder. Latinoamérica es ese espacio nuevo, esa página en blanco de un nuevo anuncio. Solo aquí
tenemos aún la posibilidad del sufrimiento y la utopía juntas, en el mismo y
preciso instante:
El
cristianismo desplazó al tiempo cíclico de los paganos: la historia no se
repite, tuvo un principio y tendrá un fin; el tiempo sucesivo fue el tiempo
profano de la historia, teatro de las acciones de los hombres caídos, pero
sometido al tiempo sagrado, sin principio ni fin [...] El tiempo nuevo, el
nuestro, es lineal como el cristiano pero abierto al infinito y sin referencia
a la eternidad [...] Tiempo irreversible y perpetuamente inacabado, en marcha
no hacia su fin sino hacia el porvenir. (Paz, 1991, p. 16)
Ese porvenir se abre con signo de esperanza pero
también con signo de interrogación. Por ahora solo nos queda la aporía, la
paradoja, el posible fluir de las diferencias. Y en el justo momento en que
digo esto, pienso en algo distinto y veo un rayo de sol atravesar la arboleda
que se extingue apenas la nombro, la digo...
Notas
[i] Mis proposiciones esclarecen porque quien me
entiende las reconoce al final como absurdas, cuando a través de ellas -sobre ellas- ha salido fuera de ellas (tiene,
por así decirlo, que arrojar la escalera después de haber subido por ella.)
Tiene que superar estas proposiciones; entonces ve correctamente el
mundo.
De lo que no se puede hablar hay que callar (Wittgenstein, 2000, p. 183).
[ii] En su diagnóstico
de la sociedad y del individualismo contemporáneo, Octavio Paz registró que la
noticia de nuestra época estriba en que por primera vez carecemos de un
conjunto de ideas o creencias metahistóricas que puedan orientar la vida
pública. Vivimos una privatización de ideas, gustos, prácticas y creencias. La
vida pública ha ido perdiendo gravedad para orientar la armonía y el rumbo de
nuestros anhelos. Nuestro reto y nuestra diferencia consistirán en cómo
arrostrar una vida sin una doctrina que trascienda el litoral del presente.
También insistió en que todavía no se sabe qué conflictos o tensiones traerá
esta nueva búsqueda, pero aseguró que habrá riesgo. ¿Cómo abordar esa época definida
por su individualismo extremista? (Castañeda,
1998).
Referencias
Castañeda, J. C.
(1998). “Octavio Paz: sed de otredad”. Etcétera,
n. 277 (revista digital). En .
Paz, O. (1991) Convergencias. Barcelona: Seix Barral.
______. (1990). Corriente alterna (19.ª ed.) México D. F.: Siglo Veintiuno Editores.
______. (1971). Las peras del olmo. Barcelona: Seix Barral.
______. (1995) La llama doble (5.ª ed.). Barcelona: Seix Barral.
______. (1998a). Los hijos del limo (5º ed.). Barcelona: Seix
Barral.
______. (1998c). Obra poética (1935-1988). Barcelona: Seix Barral.
Platón. (1975). Diálogos
(15º ed.). México D. F.: Editorial Porrúa.
Santí, E. M. (s. f.). “Between the yogi and the commissar: Octavio Paz and “The bow and the lyre”.
En Working papers, n.º 186, The Wilson Center.
Wittgenstein, L. (2000). Tractatus logico-philosophicus. Madrid: Alianza
Editorial.
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