Sade: el placer de la lectura proviene
indirectamente de ciertas rupturas (o de ciertos choques): códigos antipáticos
(lo noble y lo trivial, por ejemplo) entran en contacto…
Roland Barthes(1)
Una
página que falta. Un deseo que decrece justo antes del clímax. Una lectura que
se trunca. Un libro que se lee con pasión hasta la mitad y se retoma meses
después; otro que se empieza varias veces hasta lograr terminarlo. Lecturas
interrumpidas, lecturas a medias, lecturas perezosas, lecturas descuidadas,
lecturas pendientes.
*
Imaginemos
un lector que todos los días se detiene en la misma página. Todos los días abre
un libro y empieza en la página 10. La lee, la repite, la repasa. Cierra el libro
y así por días, meses y años. Una suerte de “libro de arena” a la inversa. El
tiempo detenido, los mismos caracteres, las mismas palabras, y sin embargo cada
día se renueva el amor por esa página y la pasión con que es leída. El tema no
es nuevo. Sus diferentes versiones están en Borges.
*
Le
gusta leer el final de las novelas, o saber el de una película o el de una
serie de televisión. Nunca se ha visto afectado por ese prurito que parece
arruinarle la diversión a quien se entera de los pormenores de una trama antes ingresar
en ella. Busca en Wikipedia la lista de episodios o los avances de una película
en filmación. En su caso, por el contrario, saber el final lo hace desear con
más ahínco leer la obra completa (“¿completa?”) o ver toda una película.
Recuerda
que de ese modo leyó muchas novelas: sentado en su sillón favorito (hoy
dichosamente restaurado). Leía una parte de las novelas de turno (porque
siempre tenía varias empezadas y a la mano), y antes de cerrar el libro, se iba
a la última página: El nombre de la rosa,
Los miserables, El perfume, Cien años de
soledad…
Por
esta razón, nunca supo cómo fue posible que jamás se diera cuenta de que a su
ejemplar de El tambor de hojalata, en
edición de Bruguera, le faltaba la última página. Y a la fecha no ha leído esa
página, aparte de que rememora entrañablemente la versión cinematográfica de
Volker Schlöndorff. De igual forma, jamás terminó de leer La cartuja de Parma, obra que disfrutó y leyó con fruición. ¿Por
qué razón leyó unas 500 páginas y la dejó cuando faltaban unas 50? ¿Está
autorizado entonces para afirmar que la disfrutó?
*
Amos
Oz tiene un libro fabuloso: La historia
comienza. Ensayos sobre literatura, en el cual aborda el inicio de varios
textos, y analiza la importancia y significado de un comienzo en una obra
literaria. Mientras lo leía, nuestro lector imaginaba que sería igual de
importante y necesario escribir la contraparte o la continuación, “La historia
termina”, para poder referirse a esos
increíbles finales, a veces párrafos, a veces líneas, que cierran un
relato.
Duerme. La suerte
persiguiole ruda.
Murió al perder la
prenda de su alma.
Larga la expiación, la
pena aguda
fue; y así obtuvo la
celeste palma.
(Final de Los
miserables, de Victor Hugo)
No
se sabe. A lo mejor sí leyó el final de El
tambor de hojalata y de La cartuja de
Parma pero ya no los recuerda. A lo mejor no son tan trascendentes y
hermosos como los de El nombre de la Rosa
o el de Los miserables.
*
Hay
cursos de “lectura veloz”. Definitivamente una “lectura veloz” es diferente a
una dilatada, de la misma forma que leer sobre un pergamino, un libro impreso o
un kindle supone experiencias diferentes. ¿Es alguna de estas experiencias
superior a las otras? ¿Alguna es más profunda, más atenta? Los ojos que corren
sobre la pantalla, que se mueven por Internet no son los mismos ojos que se
posan sobre las marcas en el papel. Los primeros efectivamente corren, los
segundos se posan, fijan su atención, contemplan. La diferencia sería entonces
la misma que existe entre un corredor de bolsa de Wall Street y un monje
budista.
*
La
idea de lo completo, de la totalidad, se desvanece cada día más. ¿Qué significa
leer un libro completo? ¿Unir sílabas?¿Decodificar cada uno de los símbolos
impresos? Eso incluiría el índice, el pie de imprenta, la página legal, el ISBN. ¿Leer cada
parte, capítulo, poema, ensayo, cuento o diálogo? ¿Es igual leer una novela que
un conjunto de poemas o de relatos? Con una novela se tiene la certeza de un
tiempo lineal; pero no sucede lo mismo con un libro compuesto por piezas
individuales. En estos casos, ¿cómo se determina si se ha leído a cabalidad el
texto? ¿Existe algo como “leer a cabalidad”?
*
El
colombiano Juan Gabriel Vásquez recuerda a Orhan Pamuk (nuestro lector recuerda
haber leído Estambul). Según Vásquez,
Pamux dixit: “Mi propia experiencia me ha enseñado que hay muchas maneras de
leer novelas” […] A veces leemos lógicamente, a veces con los ojos, a veces con
la imaginación, a veces con una pequeña parte de la mente, a veces como
queremos, a veces como quiere el libro y a veces con cada fibra de nuestro
ser”.(2)
Efectivamente.
La experiencia de la lectura es un acto tan increíblemente creativo y diverso como
el de la escritura. Por esa razón ni los programas de lectura veloz o los
programas de los ministerios de educación funcionan.
*
La
crítica de un texto es, lo sabemos bien, un texto en sí mismo, y como tal debe
sustentarse. Hay críticas hermosas, textos fabulosos que superan en mucho la
calidad del texto primero sobre el cual reflexionan, lo cual se debe a la
capacidad de establecer relaciones del crítico, quien parte de un texto, sí, pero
lo que él escribe es el conjunto de todas las lecturas de su vida; es el
resultado de unir algunos puntos que van apareciendo a lo largo del tiempo y de
saber leer los signos como marcas de una máquina que produce sentidos en
diversas direcciones.
*
Otro
problema: libros que no se ha leído. Pierre Bayard plantea expresamente que sí
es posible hablar sobre estos. Su propuesta es liberar al lector (o al
estudiante o al estudioso) de las imposiciones sociales, de las exigencias que
dictan qué debe leerse y qué no debe leerse. Cree firmemente en la capacidad de
creación, en las posibilidades múltiples de producir textos nuevos que a la vez
son creativos y profundos, críticos y analíticos.
Con Eco más aún
que con Valéry el libro aparece como un objeto aleatorio sobre el cual
discurrimos de manera imprecisa; un objeto con el que interfieren
permanentemente nuestros fantasmas y nuestras ilusiones. Libro imposible de
encontrar en una biblioteca de límites infinitos, el segundo volumen de la Poética de Aristóteles es análogo a la
mayoría de las obras de las que hablamos a lo largo de nuestra existencia, las
hayamos leído o no: objetos reconstruidos, cuyo modelo lejano se oculta detrás
de nuestro lenguaje y el de los demás, y que es vano esperar que un día, aunque
se esté dispuesto a perder la vida en ello, podamos tocar con los dedos.(3)
*
Como
profesor de secundaria (algún oficio debía tener nuestro lector) muchas veces se
vio en la necesidad de recurrir a técnicas variadas para lograr que los
estudiantes se familiarizaran con ciertas obras. Estaba seguro de que el 99 %
no leyó jamás el Quijote, pero podría
asegurar que al menos un 10 % sería capaz de referirse a él con cierta
propiedad, o al menos con una propiedad superior al promedio de los
adolescentes. Sus estudiantes tuvieron que leer otros textos relacionados con
el Quijote, tuvieron que ver
películas, tuvieron que dramatizar pasajes, filmaron escenas, elaboraron
montajes fotográficos, escribieron, produjeron, crearon. Lo rescatable era esa
posibilidad de crear, sin la censura de la “completud”, sin la censura de la
“alta cultura”, sin la censura del lector ideal.
*
Bayard
acepta lo que la mayoría (de intelectuales, académicos o escritores) niega:
hemos dejado de leer muchos libros, pero esto no es obstáculo para que hablemos
profusamente de ellos en una mesa de tragos o en una charla universitaria.
Juan
Ramón Ribeyro decía que la inteligencia no es la cantidad de información que se
maneja, si no la capacidad para establecer relaciones.
Eso
mismo, o quizá solo eso, sea la lectura.
(1) Roland
Barthes, El placer del texto y Lección
inaugural (trad. Nicolás Rosa y Óscar Terán, 12ª ed.), México:
Siglo XXI Editores,
1996, p. 15.
(2) Juan
Gabriel Vásquez, “Cómo leer novelas”, El
Espectador, 8 de diciembre de 2011, <http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-315624-leer-novelas>.
(3) Pierre
Bayard, Cómo hablar de libros que no se
han leído (trad. Albert Galvany), Barcelona: Anagrama, 2011, p. 63.
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