La Editorial de la Universidad de Costa Rica acaba de publicar el ensayo Fito Páez y la construcción nostálgica de la ciudad, de Mauricio Vargas Ortega, un análisis de la canción “La casa desaparecida” (del álbum de Fito Abre, de 1999). Aquí, comparto el prólogo que escribí para dicho libro.
Ciudad de pobres corazones
A propósito de la reflexión de Mauricio Vargas Ortega
sobre “La casa desaparecida”, de Fito Páez
I
En esta puta ciudad
todo se incendia y se va.
Matan a pobres corazones.
Matan a pobres corazones.
Fito Páez
De “Ciudad de pobres corazones”
Corría 1987. En el Instituto de Alajuela conocí a Tati, quien compensaba su baja estatura con ingenio y malicia. Fue el primero que me ofreció marihuana, pero también gracias a él conocí la música de Sui Generis, ese dúo argentino que forma parte de la educación sentimental latinoamericana. Por aquella época (todavía no sé por qué razón) corría la leyenda de que ese dúo estaba formado por Charly García y Fito Páez. Con trece años, sin Google, y escasa como era la información, poco podíamos sospechar que las diferencias de edad habrían hecho imposible tal encuentro. Ahora sabemos con claridad que el compañero de Charly era Nito Mestre.
Con Tati también compuse mi primera canción, que luego supe era “Consejos para Cristo al comenzar el año”, de Jorge Debravo. Sobra recordar el ingenio y malicia de Tati, como sobra decir lo que aprendí.
De la mano de Tati también llegó el acetato Ciudad de pobres corazones, y la frase “En esta puta ciudad” con la que arrancaba el tema principal se cantaba con hondo fervor patrio. Sin embargo, la cubierta en tonos azules, oscura, con un Fito de largos colochos que lanzaba una patada al aire no pasó de ser eso, un gesto de furia e inofensiva rebeldía adolescente. Le perdí la pista, con la excepción de ese tango pop que era “Giros”, del segundo álbum de Fito, y cuya melodía siempre me ha cautivado. Le perdí la pista, como unos tres años después también le perdí la pista a Tati.
II
En Buenos Aires nos acechan los fantasmas
del pasado y cada tango es una confesión.
Cuando en el mundo ya no quede nada,
en Buenos Aires la imaginación.
Fito Páez
De “Buenos Aires”
La ciudad de Buenos Aires, y eventualmente otras grandes ciudades del mundo (Budapest, Berlín, Managua, La Habana, Londres, Madrid, Jerusalén, Katamandú, etc.) forman parte vital del imaginario que Fito Páez nos ha ofrecido en su amplio repertorio. En su obra, tal y como nos lo expone Mauricio, la ciudad es un espacio genésico, es el origen y por tanto es también el lugar del cual somos expulsados, de ahí esa condena a vagar por el mundo, por las calles de diferentes lugares, en esa búsqueda interminable por regresar al lugar primero, al origen, a los brazos de la madre o los brazos de la amada (Edipo incluido).
Todo lo anterior forma parte de ese juego intertextual en el que no podemos saber si el trabajo de Fito integra ese cúmulo de experiencias que provocan que Mauricio piense lo que piense o si por el contrario, lo que Mauricio piensa lo vierte en su lectura de Fito. En todo caso, hay entre el trabajo de Fito y el propio de Mauricio una búsqueda por ese espacio primero, por la “construcción nostálgica de la ciudad”, como la llama acertadamente Mauricio. Aunque bueno, quizá no es otra cosa lo que hacemos todos los seres humanos en este tránsito por la vida.
En su segundo libro, El valle de las ventanas, Mauricio interroga a su ciudad natal, Santa Ana, y en ese interrogarla la devuelve al ámbito de la reflexión, que no es otro que el de su propia introspección, de su propio proceso de conocimiento. De alguna manera, también Fito ha venido a través del tiempo visitando cada vez esa ciudad de Buenos Aires, de la que encuentra ecos, ceniza y ruinas en la historia del mundo y en las otras ciudades que ya mencioné.
III
Nicaragua es ese sitio
donde vamos a parar,
donde ya no pasa nada,
nada más que reventar.
Fito Páez
De “Yo te amé en Nicaragua”
Corría 1995. Hacia Nicaragua nos dirigíamos, con la intención de conocer a algunos escritores españoles y a los creadores de 400 Elefantes (Carola, Marta, Juan…) Eduardo Brenes, Mauricio Vargas Ortega y yo. Tica Bus a las cinco de la mañana y lo demás dormir, leer, hablar y escuchar música. En realidad, escuchar Circo Beat, de Fito Páez, en casete, en walkman, una y otra vez, sin descanso.
Ciudad de pobres corazones era apenas un recuerdo. El amor después del amor llegó pero en ese momento no me dijo nada, o yo estaba pensando en otra cosa y no me di cuenta. Pero este viaje a Nicaragua lo cambió todo. El casete era de Mauricio y era casi lo único de que disponíamos. Tanta repetición hizo mella y terminé, efectivamente, enamorado de ese álbum, sobre todo de “Las tardes del sol, las noches del agua”: “Hay un extraño fulgor entre las rosas del alba (…) Algo andará pasando, andará rondando / por Villaguay”.
En síntesis, muchos aficionados de Fito dirán que empecé mal o que empecé al revés. Esos son lo que creen que lo mejor de un artista es lo primero, o que simplemente se dedican a rechazar aquello que alcanza mayor difusión y que por tanto llega a los ignorantes como yo. No importa. Circo Beat es un disco monumental.
Me hice fan. Sin duda. Euforia sería el catalizador para recorrer el catálogo de Fito y aprender, ahora sí, a descubrirlo desde sus inicios. Inútil sería repasar ahora todos sus trabajos y pretender la exégesis de su obra. En todo caso, para mí el disco de 1999, Abre, es su obra maestra (nuevamente se escucha el rugir de seguidores fundamentalistas), y su pista número cinco, “La casa desaparecida”, su mejor tema.
Por esa razón, por el viaje a Nicaragua, por el tiempo que hemos conversado sobre tantas cosas, este libro que Mauricio nos ofrece ahora guarda para mí un valor entrañable. Por eso me he decidido por redactar esta suerte de crónica, esta oda nostálgica sobre su libro, a la música de Fito y a nuestra amistad. En cualquier caso, lo importante es que la excusa para estas palabras la ha puesto la reflexión que Mauricio ha realizado en este viaje por esa “casa” latinoamericana”, a través de su música y su poesía, a través de Fito y del tango que se cuela por sus poros.
IV
Algo de vos llega hasta mí.
Cuando era pibe tuve un jardín,
pero me escapé hacia otra ciudad
y no sirvió de nada porque siempre estabas
en un mismo lugar,
y bajo una misma piel,
y en la misma ceremonia…
Fito Páez
De “Tumbas de la gloria”
En Europa o en Estados Unidos, sin duda por la amplia tradición de música popular que tienen, sobre decir, los estudios y análisis de esta son abundantes y muchas veces complejos. Tanto así que hay cursos completos en universidades prestigiosas dedicados a la música de The Beatles o Bob Dylan, por ejemplo. En Latinoamérica esta tendencia no tiene tanta fuerza.
En el caso de Costa Rica la situación no es muy diferente. Hay algunos esfuerzos, pero sumamente aislados. Por tal motivo, este trabajo de Mauricio se reviste de una especial importancia, pues se atreve a ingresar en un terreno arenoso (o fangoso, según se quiera ver), mirado con cierto recelo en algunas instancias de la educación superior (a pesar de los cambios que los estudios culturales, entre otros, han logrado).
Con estas dificultades, Mauricio ha sabido arreglárselas, para hablar de una canción y sobre todo, para hacerlo con su particular acento lírico, esto es, alejado del discurso académico dominante y más cercano a la poesía y al carácter emocional de la escritura. Con tales herramientas, pero sin desdeñar las plataformas teórico-metodológicas de la semántica, la semiótica, el estructuralismo y la mito-simbología, nos acerca de modo detallado y cuidadoso a la letra de la canción “La casa desaparecida”, del músico argentino Fito Páez.
La letra, extensa, compleja y llena de cambios y ambivalencias, y apenas sostenida por un estribillo, se puede considerar un repaso por la historia argentina, desde el siglo XIX hasta los acontecimientos de los años noventa. Con este escenario, Mauricio ha sabido reflexionar acerca de los significados de la ciudad y de sus modos de construcción como modelos de construcción histórica de un pueblo. De esta manera, a través del tango (como antecedente notorio en la canción de Páez) y de la poesía, nos interroga sobre la nostalgia, sobre el amor, sobre ese reino de la infancia, sobre esa casa materna/paterna que todos hemos perdido y que añoramos recuperar. Esa es Argentina, “la casa desaparecida”, esa es “la casa de la infancia”, como dice en el tema Páez, o la casa “del chico que jugaba a la pelota”, como cantaba en “Al lado del camino”, un tema del mismo álbum.
Con este libro, que intenta llenar un vacío en la producción académica latinoamericana, Mauricio nos permite cuestionarnos acerca de la identidad de nuestros pueblos, como pueblos heridos, pero también como pueblos que a lo mejor sí tengan, quién sabe, una segunda oportunidad.
Alajuela, 17 de marzo de 2011
Comentarios
Me encantó la anécdota de Tati sobre el poema de Jorge Debravo, jeje.
Saludos y gracias por pasar
¿Y como director de cine qué tal? "Vidas privadas" me pareció aceptable. No he visto la otra.