Cada vez que se retoma un blog que originalmente fue sobre poesía, lo ideal es hacerlo, digamos, con poesía. Así las cosas, para ir retomando fuerzas, cumplir con una entrada mensual que no me desquilibre la neurosis y celebrar en forma el cuarto aniversario de esta casa, quisiera compartir un poema de Robert Hass (San Francisco, EE.UU, 1941), tomado de su último libro, Tiempo y materiales.
Antes de eso, y porque siempre es bueno colar pretextos valiosos por aquí y por allá para hablar de lo que realmente a uno le interesa, quiero con este poema empezar a saldar la deuda con G.A. Chaves por haberme presentado la obra de Hass a través de sus traducciones y comentarios sobre este poeta estadounidense. Mi tocayo ha insistido desde tiempos inmemoriales en este autor, lo ha estudiado y le ha dedicado varias entradas en Café Verlaine y en otros espacios.
No contento con eso (y aquí aprovecho para el otro comercial), Tavo se dio a la tarea de montar, junto con Andrea Mickus, Libros Duluoz, una librería física (sí, de esas donde se venden libros impresos que uno lee y si hay suerte el cliente recibe café y hasta una mirada de misericordia de parte del dueño), con una oferta exclusiva, variada y magnífica de literatura y editoriales hispanoamericanas, pero cuyo único propósito (quisiera imaginar) parece haber sido que yo consiguiera, finalmente, un libro de Hass, del cual tomo el poema que aquí comparto (en versión personal, con correcciones y cambios).
El mundo como voluntad y representación
Cuando era niño mi padre todas las mañanas,
El mundo como voluntad y representación
Cuando era niño mi padre todas las mañanas,
algunas mañanas, por un tiempo, cuando yo tenía como diez años,
le daba a mi madre una droga llamada antibús,
que te hace vomitar si tomás licor.
Eran unas píldoras pequeñas y amarillas. Él las aplastaba
en un vaso, las disolvía en agua, le acercaba
el vaso y se quedaba mirando atentamente mientras bebía.
Era a finales de los años cuarenta, una época,
una sociedad, en la que los hombres se levantaban,
se iban al trabajo y dejaban a las mujeres con los niños.
Él me guiñaba el ojo al estilo de los años cuarenta.
La observaba de cerca para que ella no pudiera “salirse
con la suya” o “vacilar” a un par de tipos
jugados como nosotros. Escucho esas frases
en películas viejas y empiezo a divagar.
La razón para aplastar las medicinas con tanto cuidado
era porque una píldora puede esconderse debajo de la lengua
y escupirse después. El motivo por el que este ritual
era llevado a cabo tan de mañana ─me decían,
y sabía que era verdad─ era que ella podía,
si quería, provocarse el vómito,
así que había que vigilarla hasta que su organismo
absorbiera el medicamento. Difícil expresar, en estas líneas,
el ritmo de todo el acto. Él molía dos píldoras
en un vaso hasta pulverizarlas, lo llenaba de agua,
se lo daba a ella y la veía tomar.
En mi recuerdo él está usando un traje gris,
de punto de espiga, y una camisa blanca que ella había planchado.
Algunas mañanas, como en aquellas historietas
en las que Dagwood se largaba pronto para aplacar
al señor Dithers y dejaba a Blondie con boronas
de tostadas y riachuelos de yema de huevo
por recoger antes de irse de compras
─lo que la historieta llamaba maratón de compras─
con Trixie, nuestro vecino de al lado, mi padre
tomaba uno de los primeros buses y me dejaba a mí
la vigilancia. “Echale un ojo a mamá, compañero”.
¿Conocés aquel pasaje de la Eneida? El hombre
que abandona la ciudad que arde con su padre
en hombros y que sostiene la mano de su pequeño hijo
con la intención de ayudar entre los tapices en llamas
y las columnas que se caen mientras el profeta ciego,
con los brazos elevados al cielo, aúlla desde la recámara interior:
“La gran Troya se derrumba. La gran Troya ya no existe”.
Deprimida en su albornoz, arrepentida y dócil,
en la mesa de la cocina mi madre sentía náuseas y bebía,
bebía y sentía náuseas. De algún lugar tomamos nuestra primera idea
moral sobre el mundo, sobre la justicia y el poder,
el género y el orden de las cosas.
Versión de Gustavo Solórzano Alfaro, a partir de la traducción de Jaime Priede y del original en inglés.
Time and materials. Poems 1997-2005 (título original) obtuvo en 2007 el National Book Award y en 2008 el Pulitzer.
Robert Hass, Tiempo y materiales (edición bilingüe, prólogo y traducción de Jaime Priede), Madrid: Bartleby Editores, 2008, 144 pp. Edición original en inglés de 2007.
le daba a mi madre una droga llamada antibús,
que te hace vomitar si tomás licor.
Eran unas píldoras pequeñas y amarillas. Él las aplastaba
en un vaso, las disolvía en agua, le acercaba
el vaso y se quedaba mirando atentamente mientras bebía.
Era a finales de los años cuarenta, una época,
una sociedad, en la que los hombres se levantaban,
se iban al trabajo y dejaban a las mujeres con los niños.
Él me guiñaba el ojo al estilo de los años cuarenta.
La observaba de cerca para que ella no pudiera “salirse
con la suya” o “vacilar” a un par de tipos
jugados como nosotros. Escucho esas frases
en películas viejas y empiezo a divagar.
La razón para aplastar las medicinas con tanto cuidado
era porque una píldora puede esconderse debajo de la lengua
y escupirse después. El motivo por el que este ritual
era llevado a cabo tan de mañana ─me decían,
y sabía que era verdad─ era que ella podía,
si quería, provocarse el vómito,
así que había que vigilarla hasta que su organismo
absorbiera el medicamento. Difícil expresar, en estas líneas,
el ritmo de todo el acto. Él molía dos píldoras
en un vaso hasta pulverizarlas, lo llenaba de agua,
se lo daba a ella y la veía tomar.
En mi recuerdo él está usando un traje gris,
de punto de espiga, y una camisa blanca que ella había planchado.
Algunas mañanas, como en aquellas historietas
en las que Dagwood se largaba pronto para aplacar
al señor Dithers y dejaba a Blondie con boronas
de tostadas y riachuelos de yema de huevo
por recoger antes de irse de compras
─lo que la historieta llamaba maratón de compras─
con Trixie, nuestro vecino de al lado, mi padre
tomaba uno de los primeros buses y me dejaba a mí
la vigilancia. “Echale un ojo a mamá, compañero”.
¿Conocés aquel pasaje de la Eneida? El hombre
que abandona la ciudad que arde con su padre
en hombros y que sostiene la mano de su pequeño hijo
con la intención de ayudar entre los tapices en llamas
y las columnas que se caen mientras el profeta ciego,
con los brazos elevados al cielo, aúlla desde la recámara interior:
“La gran Troya se derrumba. La gran Troya ya no existe”.
Deprimida en su albornoz, arrepentida y dócil,
en la mesa de la cocina mi madre sentía náuseas y bebía,
bebía y sentía náuseas. De algún lugar tomamos nuestra primera idea
moral sobre el mundo, sobre la justicia y el poder,
el género y el orden de las cosas.
Versión de Gustavo Solórzano Alfaro, a partir de la traducción de Jaime Priede y del original en inglés.
Time and materials. Poems 1997-2005 (título original) obtuvo en 2007 el National Book Award y en 2008 el Pulitzer.
Robert Hass, Tiempo y materiales (edición bilingüe, prólogo y traducción de Jaime Priede), Madrid: Bartleby Editores, 2008, 144 pp. Edición original en inglés de 2007.
Robert Hass comentado y traducido por G.A. Chaves
Otros materiales
Comentarios
Saludos
Acabo de revisar y vi que había dejado algunas partes de mi versión. Pero ya lo arreglé también.
Yo prefiero "voluntad" a "deseo"; "vecino de puerta" no lo había oído, es "de al lado", y otros detalles que habría cambiado.
Saludos
Katmarce--
submarinopimienta.blogspot.com
Leandro: queda recomendado. A mí me encanta. En los enlaces podrás encontrar material suyo.
Saludos a ambos y gracias por visitar
Un gran autor. Gracias por traerlo por aquí.
Saludos