Hace semanas me rondaba la idea de escribir de nuevo a favor de un estado laico. Sin embargo, sabía que las consideraciones que había venido haciendo requerían mayor desarrollo. Aún hoy no lo tengo claro, pero si no empiezo por algo es probable que no empiece nunca. Así que he decidido lanzarme, a pesar de las dificultades y casi seguras contradicciones en que podré caer.
Para iniciar, debemos señalar que los esfuerzos diarios que se hacen en diferentes frentes en favor de un estado laico (o simplemente a favor de la libertad o de la secularización de las costumbres) suelen pecar de ingenuos por dos razones básicas: a) asumen que muchos conflictos se deben a la religión en cuanto dogma, y b) atacan directamente el dogma (pensamiento mítico) con la razón (pensamiento científico). La sola diferenciación entre el mito y la ciencia es de suyo improcedente e innecesaria.
Sobre el punto a, es sumamente generalizado escuchar que los conflictos en Oriente Medio, por ejemplo, son culpa de la religión. Nada más alejado de la realidad. Los conflictos en esa parte del mundo y en muchos otros lugares son de carácter geopolítico, en el cual el componente religioso desempeña un papel efectivamente político (la religión es un componente ideológico de los objetivos políticos). En este sentido, hay que tener claro que los intereses de los partidos y de las iglesias se encuentran unidos por un asunto de estrategia. Los primeros harán concesiones a los segundos y viceversa, siempre y cuando se sirva a los propósitos políticos de cada cual. Es evidente que a la jerarquía de la iglesia católica le importa menos la fe que sus objetivos políticos, es decir, la dominación, el poder. Si esto es así, el objetivo de un estado laico es minimizar esa influencia, la injerencia de unos sobre los otros, que solo lleva al favor y a la recompensa, en un círculo de corrupción que afecta a la mayoría.
El punto b también es delicado, porque así como no queremos que nos vengan con prédicas para convertirnos a una religión determinada, tampoco podemos pretender convertir a los practicantes o creyentes al laicismo o al ateísmo.
Detengámonos aquí por un momento. Es común ironizar en contra de las religiones. Yo mismo lo hago y además me divierto muchísimo con las bromas al respecto, especialmente cuando se trata de hacerle ver a nuestros interlocutores que no nos interesa su posición o que simplemente no la compartimos. La ironía es muy importante y es un instrumento vital de la actitud crítica, sobre todo en nuestra cotidianidad. Pero muchas veces se queda en mero paliativo, en recurso liberador del momento, pero sin consecuencias reales o prácticas a largo plazo, sin lograr cambios socioculturales.
Lo anterior es más cierto cuando las bromas pretenden desnudar el dogma, es decir, una creencia arraigada en la psique de muchas personas. Estas bromas pueden resultar inofensivas porque quienes las elaboran suelen desconocer en el fondo la naturaleza del dogma, para empezar, y una broma en este sentido no alcanza para un cambio político. Por ejemplo, el Diccionario Urbano que circula por ahí afirma, entre otras ideas, que Jesús es un zombie, puesto que salió de entre los muertos. Bastante graciosa la comparación, no lo voy a negar, pero sin sustento. Un zombie es un “no vivo” y un “no muerto”, está en un espacio intermedio, se define precisamente por “no ser”, ni una cosa ni la otra. Por el contrario, según el dogma, Jesús efectivamente resucitó de entre los muertos, o sea, vivió de nuevo, de forma completa y humana, y luego ascendió en alma y cuerpo al cielo.
Como podemos ver, poco se logra si el enfoque se queda meramente en intentar ridiculizar el dogma. Nada logramos con pretender hacerle ver a los creyentes que sus creencias son ridículas o carentes de fundamentación. De igual forma, nada logramos con atacar una y otra vez los mismos asuntos (pedofilia, intolerancia o enriquecimiento de parte de la iglesia). Los creyentes, los seguidores, los fieles, seguirán alegando que no se puede juzgar el todo por la parte, que una cosa es lo que hagan los humanos, “imperfectos”, y otra lo que manda Dios, “perfecto”. En síntesis, lo más que logramos con las bromas y demás es que nuestra abuelita o la tía Jacinta se enojen, se lleven un disgusto y redoblen esfuerzos en sus oraciones para redimirnos.
Así las cosas, los esfuerzos por desarrollar una cultura de mayor apertura, una sociedad tolerante, realmente progresista, enfocada en el bienestar de los seres humanos, en las mejores decisiones para el avance de los diferentes grupos y sobre todo en el respeto por la libertad y la convivencia pacífica, deben surgir de una manera distinta de percibir la religión y su papel en la cultura. Esta perspectiva es más compleja, y requiere mayores cambios, pero es indispensable si realmente aspiramos a un estado laico y además equitativo.
Para iniciar, debemos señalar que los esfuerzos diarios que se hacen en diferentes frentes en favor de un estado laico (o simplemente a favor de la libertad o de la secularización de las costumbres) suelen pecar de ingenuos por dos razones básicas: a) asumen que muchos conflictos se deben a la religión en cuanto dogma, y b) atacan directamente el dogma (pensamiento mítico) con la razón (pensamiento científico). La sola diferenciación entre el mito y la ciencia es de suyo improcedente e innecesaria.
Sobre el punto a, es sumamente generalizado escuchar que los conflictos en Oriente Medio, por ejemplo, son culpa de la religión. Nada más alejado de la realidad. Los conflictos en esa parte del mundo y en muchos otros lugares son de carácter geopolítico, en el cual el componente religioso desempeña un papel efectivamente político (la religión es un componente ideológico de los objetivos políticos). En este sentido, hay que tener claro que los intereses de los partidos y de las iglesias se encuentran unidos por un asunto de estrategia. Los primeros harán concesiones a los segundos y viceversa, siempre y cuando se sirva a los propósitos políticos de cada cual. Es evidente que a la jerarquía de la iglesia católica le importa menos la fe que sus objetivos políticos, es decir, la dominación, el poder. Si esto es así, el objetivo de un estado laico es minimizar esa influencia, la injerencia de unos sobre los otros, que solo lleva al favor y a la recompensa, en un círculo de corrupción que afecta a la mayoría.
El punto b también es delicado, porque así como no queremos que nos vengan con prédicas para convertirnos a una religión determinada, tampoco podemos pretender convertir a los practicantes o creyentes al laicismo o al ateísmo.
Detengámonos aquí por un momento. Es común ironizar en contra de las religiones. Yo mismo lo hago y además me divierto muchísimo con las bromas al respecto, especialmente cuando se trata de hacerle ver a nuestros interlocutores que no nos interesa su posición o que simplemente no la compartimos. La ironía es muy importante y es un instrumento vital de la actitud crítica, sobre todo en nuestra cotidianidad. Pero muchas veces se queda en mero paliativo, en recurso liberador del momento, pero sin consecuencias reales o prácticas a largo plazo, sin lograr cambios socioculturales.
Lo anterior es más cierto cuando las bromas pretenden desnudar el dogma, es decir, una creencia arraigada en la psique de muchas personas. Estas bromas pueden resultar inofensivas porque quienes las elaboran suelen desconocer en el fondo la naturaleza del dogma, para empezar, y una broma en este sentido no alcanza para un cambio político. Por ejemplo, el Diccionario Urbano que circula por ahí afirma, entre otras ideas, que Jesús es un zombie, puesto que salió de entre los muertos. Bastante graciosa la comparación, no lo voy a negar, pero sin sustento. Un zombie es un “no vivo” y un “no muerto”, está en un espacio intermedio, se define precisamente por “no ser”, ni una cosa ni la otra. Por el contrario, según el dogma, Jesús efectivamente resucitó de entre los muertos, o sea, vivió de nuevo, de forma completa y humana, y luego ascendió en alma y cuerpo al cielo.
Como podemos ver, poco se logra si el enfoque se queda meramente en intentar ridiculizar el dogma. Nada logramos con pretender hacerle ver a los creyentes que sus creencias son ridículas o carentes de fundamentación. De igual forma, nada logramos con atacar una y otra vez los mismos asuntos (pedofilia, intolerancia o enriquecimiento de parte de la iglesia). Los creyentes, los seguidores, los fieles, seguirán alegando que no se puede juzgar el todo por la parte, que una cosa es lo que hagan los humanos, “imperfectos”, y otra lo que manda Dios, “perfecto”. En síntesis, lo más que logramos con las bromas y demás es que nuestra abuelita o la tía Jacinta se enojen, se lleven un disgusto y redoblen esfuerzos en sus oraciones para redimirnos.
Así las cosas, los esfuerzos por desarrollar una cultura de mayor apertura, una sociedad tolerante, realmente progresista, enfocada en el bienestar de los seres humanos, en las mejores decisiones para el avance de los diferentes grupos y sobre todo en el respeto por la libertad y la convivencia pacífica, deben surgir de una manera distinta de percibir la religión y su papel en la cultura. Esta perspectiva es más compleja, y requiere mayores cambios, pero es indispensable si realmente aspiramos a un estado laico y además equitativo.
Los frentes de lucha son muchos, y sí, están ahí, en el día a día, en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestros trabajos. Debemos ser firmes y no permitir que se nos impongan actividades o se realicen actos a costa del dinero de todos los contribuyentes. Debemos hacer notar que no todos compartimos las mismas ideas, que hay ámbitos privados para al culto religioso de cada cual (aquí se impondría una discusión sobre lo privado y lo público, pero esto excede el interés de este artículo). Debemos exigir que los espacios compartidos no se conviertan en sermones, que no se asuma que todos los que participamos de un colegio, de una asamblea, de un grupo cualquiera, de un sindicato, etc. profesamos la misma fe o tan siquiera las mismas ideas.
Es un asunto de respeto, es un asunto de manejo político, es un asunto de exigencia. Un estado laico conlleva un estado tolerante con las diferencias, un estado dispuesto a cubrir las necesidades de todos los actores sociales, un estado exento de moralinas, que se esgrimen como pretexto para los cambios importantes. No ataquemos el dogma porque sí, que poco se logra con eso, ataquemos la estructura política cerrada y endogámica. Y sí atacamos el dogma, hagámoslo primero con conocimiento de causa. Exijamos un cambio de dirección en los asuntos del estado. Luchemos realmente por un estado laico en el que cada día se discutan temas tan importantes como el derecho al aborto, la fertilización in vitro, los derechos de las uniones civiles entre personas del mismo sexo, la legalización de las drogas, el mejoramiento de la educación y la disminución de la pobreza.
Aquí, Édgar Isch López, de Ecuador, plantea las implicaciones de un estado laico.
Es un asunto de respeto, es un asunto de manejo político, es un asunto de exigencia. Un estado laico conlleva un estado tolerante con las diferencias, un estado dispuesto a cubrir las necesidades de todos los actores sociales, un estado exento de moralinas, que se esgrimen como pretexto para los cambios importantes. No ataquemos el dogma porque sí, que poco se logra con eso, ataquemos la estructura política cerrada y endogámica. Y sí atacamos el dogma, hagámoslo primero con conocimiento de causa. Exijamos un cambio de dirección en los asuntos del estado. Luchemos realmente por un estado laico en el que cada día se discutan temas tan importantes como el derecho al aborto, la fertilización in vitro, los derechos de las uniones civiles entre personas del mismo sexo, la legalización de las drogas, el mejoramiento de la educación y la disminución de la pobreza.
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Aquí, Édgar Isch López, de Ecuador, plantea las implicaciones de un estado laico.
Comentarios
Cuando estuvo en la corriente legislativa el proyecto para modificar la constitución sobre el asunto de la Iglesia Católica como Iglesia oficial, tuve la suerte de poder escuchar la opinón de obispos y sacerdotes sobre el asunto, y les parecía magnífica idea, que luego bastaba suscribir un Concordato y listo.
Platicaba con un amigo Danés y me contaba que en su país todas las iglesias recibían dinero del Estado, ¿cómo? Fácil, yo soy luterano, entonces de mis impuesto autorizo que el estado disponga aportaciones a mi iglesia... lo mismo si soy anglicano, etc... ¿y si soy ateo? simple, le pides al Estado que no se deduzca de tus impuesto a ninguna iglesia y listo... y así es en varios países.
Cito estos ejemplos pues a fin de cuentas, las religiones como cualquier institución humana, son políticas, y para bien y para mal intervienen en la vida cotidiana de los sujetos y las sociedades.
Muy buen punto el que observas sobre las "supuestas guerras religiosas" muchos musulmanes de buena voluntad se sienten ofendidos por lo que unos grupitos radicales y los medios occidentales hacen al tergiversar el "Jihad" ó "guerra santa" he tenido oportunidad de platicar con gente de la religión islámica y me han explicado que la Jihad es una lucha interior, personal, por el perfeccionamiento personal y la lucha contra lo que corrompe y destruye al ser humano, (pecado).
Y muy acertado también lo que comentas sobre la libertad de conciencia... es imposible juzgar a las personas religiosas de estúpidas sólamente por que uno no practica una, es negar la diversidad y terminaríamos convirtiendo en el objeto de nuestro odio.
Y otra cosa que se me vino a la mente, ¿acaso todos los dogmas son reliosos? Existen quienes creen en "la mano invisible del mercado", otros creen el paso al socialismo "eliminará todas las formas de explotación" ¿acaso esos no son dogmas también?
En verdad tu reflexión da para mucho...
Saludos!!!
Me parece que el tema de una estado laico en un país como Costa Rica no debe salirse de las dimensiones que realmente tiene o debería tener; esto es basicamente lo que apuntás en los últimos párrafos. Es decir, el estado debe ser laico simple y sencillamente porque no todos creemos, o no todos creemos en lo mismo, o no todos creemos igual, y sin embargo todos estamos regidos (en teoría) por los mismos deberes y derechos de este estado en particular.
A los ciudadanos no debe preocuparles si los diputados -por ejemplo- son ateos, o cristianos o budistas, lo que debe importarle es que haga el trabajo por el que lo tenemos a sueldo.
En ese sentido, los dogmas y las creencias no tendrían porque ponerse en la palestra ni para un lado, ni para el otro.
En otras latitudes el tema es sumamente más complejo.
Saludos
Aquellos discos: cuando ud. quiera
Sobre el laicismo, sí, quizá no entré a definirlo porque partí de que ya lo sabemos, y sobre todo, porque el objetivo del texto era hacer notar que la lucha contra el dogma a veces resulta infértil.
Luis: comparto tus inquietudes, y creo que lo que nos planteás abre vías de discusión relevantes en todo esto. El papel del arte, su recepción y difusión, etc.
El pensamiento científico tampoco debe abordarse como un absoluto, sino cmo otra forma de conocimiento. En este sentido, creo que las cosmovisiones de las ciencias y las religiones son igualmente fascinantes.
Pelele: gracias por la adhesión.
Pues bueno, el objetivo era precisamente ese: el dogma no debe interferir en los asuntos del estado, por eso atacarlo sin más no logra nada, excepto la furia de los creyentes. Es un asunto de equidad de derechos, distribución de impuestos, libertad de culto y de expresión, entre otros aspectos.
Saludos a los tres y gracias por pasar