En los últimos días, me encontraba leyendo una obra de Orhan Pamuk, y un pasaje del libro generó una onda expansiva, la cual conecté de inmediato con la reciente publicación de Granta, que presentaba la lista de los “mejores narradores jóvenes en español”. Pensaba en esto, y en el concepto de “literaturas nacionales” y la influencia del contexto en los autores, en la escritura. El pasaje en cuestión es este:
Existen varios prejuicios sobre el ámbito de la enunciación. El primero de ellos es el (detestable) prurito realista, que se cruza con el de la experiencia: “Hay que escribir sobre la realidad y mejor aún si se trata de cosas que uno haya vivido”. Esta premisa asume que la literatura es mejor si en lugar de viajar en cohete y morirse en el infierno un personaje viaja en carreta y se muere de gripe o comido por un lagarto en Tivives. (Paréntesis: ¿han notado lo absurda que resulta esa moda de irse a Tivives a que se lo coman a uno los lagartos?)
Un segundo prejuicio es el que parte de que el lugar de la escritura es un lugar geográfico: “Habrás de escribir desde tu país y sobre tu país”, dice la voz pontificia de las hordas pseudonacionalistas. Tales prejuicios dejan por fuera a casi todos los escritores de calidad. Porque una cosa es escribir bien y otra muy distinta tener el dinero para viajar por todo el mundo y vivir aventuras fabulosas para poder contarlas sin salirse de estos parámetros. Deja por fuera casi a todos los escritores cuyas vidas anodinas, y sus anodinos países, carecen de cualquier experiencia vital, trascendente, especial, mística o metafísica.
Pues no. Para escribir no hace falta ni viajar ni hacerse adicto a los deportes extremos ni enarbolar la bandera patria. Para escribir, ya lo sabemos, lo que hace falta es leer. Pero bueno, eso es otro asunto. Continuemos con la digresión por donde iba, si es que iba, para ver si llegamos a algún lugar.
Hay escritores como Kundera, quien a pesar de vivir en Francia y escribir ahora en francés, siempre habla sobre Bohemia (Praga). Otro checo, también con K, nunca dejó su ciudad. Nuestro Orhan, que no empieza con K pero termina con una, ha viajado gracias a su fama, pero ha vivido siempre en Estambul y aún vive allí. Ahora bien, pongámonos de acuerdo. Tampoco significa que no se deba hacer. Si usted puede viajar, aprender idiomas y tener muchas aventuras, no deje pasar la oportunidad (quizá no escriba mejor, pero de fijo se divertirá mucho más).
Pero entonces, ¿desde dónde escribimos? (y a esto se le debe sumar el momento). El único lugar y el único tiempo desde los que se puede escribir son “aquí y ahora.” Esto quizá lo intuyó Baudelaire, el más preclaro de los poetas francés decimonónicos, y se convirtió en paradigma de la modernidad. Un lugar y un tiempo que es siempre el presente. No escribimos para los muertos ni para el futuro. Si ellos nos leen será muy su problema. Escribimos para dar cuenta de un instante fugaz, que se integrará a una infinita serie de instantes: esa es la eternidad, esa es la tradición. Solo cuando el escritor es capaz de dar cuenta de esas dos coordenadas logrará convertirlas en un espacio y un tiempo míticos, espacio y tiempo permanentes.
Nótese que “aquí y ahora” no designan ni una patria ni un tiempo específicos, mucho menos una realidad o una experiencia particular, sino todo el cúmulo de universos que nos atraviesan y nos constituyen, tal y como Borges, quien decía que él era todos los escritores que había leído (o algo así). “Aquí y ahora” no es la circunstancia del sujeto de Ortega y Gasset, es el tejido multiforme donde todas las voces se cruzan, se unen, se disgregan y explotan de nuevo. Que ese tejido multiforme se haya producido en (el barrio) San José de Alajuela y nunca haya salido de ahí es otro tema, o más bien, es el tema sobre el cual ese particular escritor dará cuenta de un mundo y de una visión de mundo particulares.
El arte solo existe gracias al mito. El arte es mito, creación, estructura compleja de símbolos que nos permite aprehender el universo de distintas maneras, gracias a las determinadas marcas, señales y huellas que seamos capaces de trazar. Si existe algo como lo “universal” (claro que no lo hay), de seguro pasa por lo vernáculo.
Y volviendo a la cita de Pamuk, lo que podemos entender es que el autor no está supeditado a nada ni obligado a nada. Pero ante todo, que un escritor escribe desde su contexto único y particular, el único que ha podido tener, ni más ni menos, sea este una buhardilla cerca de Le Café des Artistes, un pueblo en Costa Rica o un mapa por la Tierra. Escribe y escribe, que en el fondo es releer la historia del mundo, escribe y escribe...
Hay autores, como Conrad, Nabokov o Naipul, que han conseguido escribir con éxito cambiando de lengua, de nación, de cultura, de país, de continente e incluso de civilización. Y sé que, de la misma forma que su identidad creativa ha ganado fuerza con el destierro o la emigración, lo que a mí me ha determinado ha sido permanecer ligado a la misma casa, a la misma calle, al mismo paisaje, a la misma ciudad. Esa dependencia de Estambul significa que el destino de la ciudad era el mío porque es ella quien ha formado mi carácter. (Pamuk, 2009: 16)Hace unos días me preguntaba sobre el “lugar” de la escritura, y veía que este era tan ubicuo como el que más. Ahora, la pregunta sería “¿desde dónde escribimos?”, pregunta en sentido geográfico pero sobre todo en sentido enunciativo. ¿Dónde se forma nuestro discurso? ¿Por dónde transita? ¿Hacia dónde se mueve? ¿A quién llega y por qué razones? Quizá tampoco obtengamos ninguna respuesta con estas preguntas, pero no dejan de ser necesarias, como un acicate para el acto creativo. Veamos.
Existen varios prejuicios sobre el ámbito de la enunciación. El primero de ellos es el (detestable) prurito realista, que se cruza con el de la experiencia: “Hay que escribir sobre la realidad y mejor aún si se trata de cosas que uno haya vivido”. Esta premisa asume que la literatura es mejor si en lugar de viajar en cohete y morirse en el infierno un personaje viaja en carreta y se muere de gripe o comido por un lagarto en Tivives. (Paréntesis: ¿han notado lo absurda que resulta esa moda de irse a Tivives a que se lo coman a uno los lagartos?)
Un segundo prejuicio es el que parte de que el lugar de la escritura es un lugar geográfico: “Habrás de escribir desde tu país y sobre tu país”, dice la voz pontificia de las hordas pseudonacionalistas. Tales prejuicios dejan por fuera a casi todos los escritores de calidad. Porque una cosa es escribir bien y otra muy distinta tener el dinero para viajar por todo el mundo y vivir aventuras fabulosas para poder contarlas sin salirse de estos parámetros. Deja por fuera casi a todos los escritores cuyas vidas anodinas, y sus anodinos países, carecen de cualquier experiencia vital, trascendente, especial, mística o metafísica.
Pues no. Para escribir no hace falta ni viajar ni hacerse adicto a los deportes extremos ni enarbolar la bandera patria. Para escribir, ya lo sabemos, lo que hace falta es leer. Pero bueno, eso es otro asunto. Continuemos con la digresión por donde iba, si es que iba, para ver si llegamos a algún lugar.
Hay escritores como Kundera, quien a pesar de vivir en Francia y escribir ahora en francés, siempre habla sobre Bohemia (Praga). Otro checo, también con K, nunca dejó su ciudad. Nuestro Orhan, que no empieza con K pero termina con una, ha viajado gracias a su fama, pero ha vivido siempre en Estambul y aún vive allí. Ahora bien, pongámonos de acuerdo. Tampoco significa que no se deba hacer. Si usted puede viajar, aprender idiomas y tener muchas aventuras, no deje pasar la oportunidad (quizá no escriba mejor, pero de fijo se divertirá mucho más).
Pero entonces, ¿desde dónde escribimos? (y a esto se le debe sumar el momento). El único lugar y el único tiempo desde los que se puede escribir son “aquí y ahora.” Esto quizá lo intuyó Baudelaire, el más preclaro de los poetas francés decimonónicos, y se convirtió en paradigma de la modernidad. Un lugar y un tiempo que es siempre el presente. No escribimos para los muertos ni para el futuro. Si ellos nos leen será muy su problema. Escribimos para dar cuenta de un instante fugaz, que se integrará a una infinita serie de instantes: esa es la eternidad, esa es la tradición. Solo cuando el escritor es capaz de dar cuenta de esas dos coordenadas logrará convertirlas en un espacio y un tiempo míticos, espacio y tiempo permanentes.
Nótese que “aquí y ahora” no designan ni una patria ni un tiempo específicos, mucho menos una realidad o una experiencia particular, sino todo el cúmulo de universos que nos atraviesan y nos constituyen, tal y como Borges, quien decía que él era todos los escritores que había leído (o algo así). “Aquí y ahora” no es la circunstancia del sujeto de Ortega y Gasset, es el tejido multiforme donde todas las voces se cruzan, se unen, se disgregan y explotan de nuevo. Que ese tejido multiforme se haya producido en (el barrio) San José de Alajuela y nunca haya salido de ahí es otro tema, o más bien, es el tema sobre el cual ese particular escritor dará cuenta de un mundo y de una visión de mundo particulares.
El arte solo existe gracias al mito. El arte es mito, creación, estructura compleja de símbolos que nos permite aprehender el universo de distintas maneras, gracias a las determinadas marcas, señales y huellas que seamos capaces de trazar. Si existe algo como lo “universal” (claro que no lo hay), de seguro pasa por lo vernáculo.
Y volviendo a la cita de Pamuk, lo que podemos entender es que el autor no está supeditado a nada ni obligado a nada. Pero ante todo, que un escritor escribe desde su contexto único y particular, el único que ha podido tener, ni más ni menos, sea este una buhardilla cerca de Le Café des Artistes, un pueblo en Costa Rica o un mapa por la Tierra. Escribe y escribe, que en el fondo es releer la historia del mundo, escribe y escribe...
Ese contexto podrá ser una Estambul con pasado musulmán o una Constantinopla con pasado cristiano, pero “no podrá ser otra cosa” (por más que se quiera o algunos lo pretenden) ni deberá serlo. Solo ahí, en los ecos de esa “ciudad específica”, podrá integrarse al mar revuelto de todas las voces que lo han precedido, y podrá entonces proyectarse al infinito, más allá de la “experiencia” o la “realidad”.
En 1953, The Four Lads cantaba: “Istanbul was Constantinople / now it's Istanbul not Constantinople…”, y no podría ser de otra forma…
Apostilla
Si lo incluyen en Granta, bien por usted, pero que no sea a costa de “convertirse en otra cosa”, adquirir nacionalidades o limar variantes de su español. Recuerde que nosotros no distinguimos la –s de la –z, pero peor debe ser confundir una –d con una –z: “Es que yo vengo de Madriz, joder, tío.”
Referencia
Orhan Pamuk (2009), Estambul. Ciudades y recuerdos (2.ª ed.), Contemporánea, Debols!llo, Barcelona: Random House Mondadori.
Orhan Pamuk (2009), Estambul. Ciudades y recuerdos (2.ª ed.), Contemporánea, Debols!llo, Barcelona: Random House Mondadori.
Comentarios
Y luego me encantó esto tuyo: "El arte solo existe gracias al mito. El arte es mito, creación, estructura compleja de símbolos que nos permite aprehender el universo de distintas maneras..."
La literatura es una forma de arte. Suele estar en el espacio/tiempo donde está lo más íntimo de cada autor.
Por último, creo que este comentario tuyo es material para que gente que está empezando a deletrear su identidad como escritor lo pueda leer y meditar.
Carolina: gracias.
Gustavo: te la robo: "La universalidad es un servicio que yo le presto a la Municipalidad de Heredia".
Álex: variando la idea de Tavo, "lo colectivo sería un servicio que se presta solamente navegando en lo íntimo.
Y sí, sería bueno que los autores más incipienters se cuestionen estos asuntos.
Saludos a todos y gracias por pasar
me gustó eso...gracias Alexánder.
Cariños,
Ophir
Ophir: así es. De esa esa mezcla particular, y no otra, algo habrá de salir.
Saludos a ambas y gracias por pasar
Sin duda, en la literatura acontecemos a la reelaboración, actualización o invención de mitos y realidades. Esto desde un escenario de lo íntimo que, sin embargo, supone lo social, lo colectivo. (El rechazo de un mito, en sentido amplio, resulta en la erección de otro)Por eso es que la atemporalidad, así como la universalidad de la obra artística me resulta imposible, porque el hecho creativo también lleva su dosis de destrucción. El castillo de Elsinor es un anacrónismo, las albardas de Rocinante son un anacronismo, los cohetes de Verne son un anacrónismo. Comala no existe.
Ahora, la revisitación de las obras las actualiza, las resignifica, pero eso es otra cosa. Sino podemos indizar los procesos de escritura, mucho menos los de lectura. También es cierto que hay "algo" que no se sabe qué es (y ay de aquel que los descubra) que emplaza ciertas obras en el tiempo en el que discurren las generaciones.
Sin embargo, la literatura va de "presente", quiero decir, todo pasado y todo futuro son siempre un presente en la literatura, un lifetime si se quiere. Lo otro sería historia o astrología.
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Muy buena la entrada.
Saludos Gustavo
Y así es, la literatura "va de presente".
Álex: gracias.
Saludos a ambos y gracias pasar
En mi experiencia de escritura (no se mal entienda que soy un escritor sumamente experimentado ni mucho menos) ese desde donde escribimos? me resulta fortuito y completamente inascible, es asi como que "me atropella". Por otro lado, dos preguntas me surgen del texto: la primera: para quien se escribe? es algo tramposa porque resulta que sabemos que para emprender el simple acto de la escritura, debemos evitar el pensamiento sobre quien lee, sin embargo es una pregunta con la que inevitablemente me encuentro al escribir. La otra es: como me leo? no menos tramposa que la anterior, pero me remite inmediatamente a esa acertada observacion tuya acerca de que "para escribir hay que leer" Ambas preguntas me surgen mientras emprendo la escritura, inevitablemente, y afectan directamente el texto "en proceso de creacion" puesto que se que luego de que lo acabo, ni el texto ni el sentido vuelven a ser mios. Muero cada vez que acabo un texto.
Saludos!
P.D. Mi teclado no tiene tipos en castellano, perdon por las faltas!
Como planteo en el texto, estas preguntas (que pueden resultar falsas preguntas) quizá no obtengan respuesta, pero son ineludibles porque atraviesan esa maraña de subjetividdades en juego, ese deseo, por qué no, de darle un asidero (imposible) a eso que escribimos.
Saludos y gracias por pasar
Gracias por estos espacios de reflexión.
Saludos