En su blog Humor Vagabundo, el escritor venezolano Luis Moreno Villamediana, al hacer su ficha bio-bibliográfica, nos dice: “Al Autor le parece ridículo que algunos críticos hayan hablado de “la muerte del Autor”. Nada más falso; el Autor está muy vivo y piensa seguir así hasta el final de sus días.” Esto, aparte de una humorada, es una postura que ironiza sobre la manera en que muchos han entendido la idea de Barthes. Está claro, y no habría que decirlo, a qué se refiere Barthes. Ahora, esta es mi interpretación de la frase de Luis, nunca le he preguntado sobre ella, aunque asumo, por otras ideas y textos suyos, que sabe muy bien de qué está hablando.
Pues bien, a raíz de diversos comentarios, se ha debatido en otros blogs (y no recuerdo si en este también, pero creo que sí) acerca de la relevancia del autor a la hora de interpretar un texto. Yo he defendido que el autor es irrelevante, en tanto “no decimos lo que queremos decir”.
Algunos amigos han dicho que el autor sí es importante. Y bueno, ayer continuó esta discusión, a partir de la entrada de Literófilo. Y hoy, el escritor Juan Murillo continúa estas reflexiones en 100 Palabras por Minuto. Pues bien, el asunto es que no pude poner mi comentario en dicho espacio, por la extensión, y no me ha quedado más remedio que pubicarlo aquí, para poder continuar el diálogo.
Primero que todo, no encuentro, en la manera en la que Juan ha expuesto sus ideas sobre el autor, una disonancia con lo que yo he dicho en otros momentos. Más bien, es a la vez ampliación y complemento, y nos plantea nuevas inquietudes. A lo mejor, como mis comentarios han sido muy breves, se ha podido pensar que yo defiendo una idea irresponsable, vaga, azarosa, caótica o libérrima del proceso creativo o del interpretativo, y nada más lejos de mis ideas.
Considero que el último párrafo de su expisición arroja luz sobre esto, cuando sugiere que todos podemos tener la esperanza de que alguien escuche y comprenda lo que hemos querido decir. Esto es cierto, pero de ahí a lograrlo pasan muchas cosas.
Ahora bien, tratemos de ampliar algunas ideas a las que he apuntado:
En diferentes momentos y espacios, he planteado que la intencionalidad del autor no cuenta a la hora de interpretar un texto. Aquí, debemos enfatizar desde el principio que esto no significa que el autor no pueda tener intenciones claramente definidas, y que incluso muchas veces se logren dichas intenciones. Lo que no podemos pretender es conocerlas a cabalidad, o bien, dar cuenta del texto, esto es, interpretarlo apenas con base en ellas.
También, es necesaro diferenciar entre utilizar aspectos relacionados con el autor (en tanto persona física) y las ideas que ha planteado para analizar su trabajo, con intentar desentrañar las claves de la obra a partir de su biografía, que se puede hacer, pero tal método siempre se quedará corto ante la riqueza del lenguaje.
Cuando Barthes habla de la “muerte del autor”, no se refiere a un hecho, a un asunto fáctico ni mucho menos, sino que lo hace a partir de los presupuestos de la lingüística estructural y del psicoanálisis. Lo que está en juego es la subjetividad, esa contraparte “oculta” del ser. El que muere no es el “autor de carne y hueso”, y aunque esto suene a preogrullo (o al menos debería serlo) es necesario destacarlo por aquello de que aún haya gente que confunda una cosa con otra. Muere el autor como depositario del saber y nace el lenguaje como vehículo del sentido.
Desde el renacimiento, se opera un cambio en la idea de la creación de obras. Así, ya entrada la modernidad, el autor se reviste de autoridad (que eso significa el término). Conforme fuimos avanzando en el siglo XX, la teoría literaria intentó pasar esa autoridad al texto. No otra cosa fueron las teorías formalistas, las del new criticisim y las estructuralistas. Luego, otro cambio le pasó la responsabilidad al lector, quien se convertía en amo y señor de lo que se le ocurriera.
Ahora bien, la teoría de la recepción intentó plantear que la interpretación pasa por tres ámbitos: intentio auctoris, intentio operis e intentio lectoris. A fin de cuentas, lo que es definitivo es que no podíamos seguir endilgándole la responsabilidad al autor, quien no es otra cosa que una figura del discurso, y eso es lo que analizamos e interpetamos cuando nos enfrentamos a un texto, meros discursos.
Entonces, cuando decimos que la intención no cuenta, es porque siempre hay en el discurso algo que no se dice, porque quien habla no es la “persona”, sino el sujeto, el sujeto del lenguaje, sujeto de lo inconsciente, y eso es precisamente lo que posibilita que se interprete. Esto no significa que podemos interpretar lo que sea, porque el texto tiene coordenadas establecidas y será este quien determinará las posibles combinaciones. La interpretación no es solo relativa ni mucho menos infinita. Y cuando decimos inconsciente, no se trata de una figura divina, una musa o una nebulosa esotérica, sino de los mecanismos concretos con que opera el lenguaje.
Luego, el autor podrá defender sus ideas, pero lo hará convertido en lector. Es decir, lo que un autor dice de su obra es una posición entre otras, que deberá demostrarse con base en argumentos, como haría cualquier otro lector. Creación y crítica son dos etapas del mismo acto.
Entonces, lo que me ha interesado cada vez que traigo el tema a colación, no es tanto la desaparición del “autor”, sino la imposibilidad de interpretar a partir de él (en todo caso, solo a partir de él). Pensemos solamente por un segundo en la dificultad para interpretar que significa que un autor muera físicamente. Lo que nos queda es el texto, y sus ideas quedan en textos, y su biografía es otro texto. Y en otro orden de cosas, ¿cómo podemos utilizar la figura del autor para interpretar en el ámbito de la posmodernidad, donde lo que hacemos son palimpsestos, citas, collages, paráfrasis? Y creo que aquí Juan también ha acertado.
Lo que hay es lenguaje, por ende, creación, ficción. La vida misma no es otra cosa que una construcción del lenguaje. El autor puede decir lo que guste, pero nada asegura que sus ideas se fijen en el texto. Muy probablemente, lo que revela un texto es siempre el anverso de la intención, o al menos, el hueco por donde escapa el sentido, es decir, el agujero por donde se diluye el autor, quien quedará convertido en otra cosa distinta de sí.
Como siempre, el artículo de Juan ha hecho una excelente exposición, aguda y sintética, pero repito, creo que son más los puntos de encuentro que de desencuentro, pues es claro que tampoco asumo una postura cerrada en este tema.
Pues bien, a raíz de diversos comentarios, se ha debatido en otros blogs (y no recuerdo si en este también, pero creo que sí) acerca de la relevancia del autor a la hora de interpretar un texto. Yo he defendido que el autor es irrelevante, en tanto “no decimos lo que queremos decir”.
Algunos amigos han dicho que el autor sí es importante. Y bueno, ayer continuó esta discusión, a partir de la entrada de Literófilo. Y hoy, el escritor Juan Murillo continúa estas reflexiones en 100 Palabras por Minuto. Pues bien, el asunto es que no pude poner mi comentario en dicho espacio, por la extensión, y no me ha quedado más remedio que pubicarlo aquí, para poder continuar el diálogo.
Primero que todo, no encuentro, en la manera en la que Juan ha expuesto sus ideas sobre el autor, una disonancia con lo que yo he dicho en otros momentos. Más bien, es a la vez ampliación y complemento, y nos plantea nuevas inquietudes. A lo mejor, como mis comentarios han sido muy breves, se ha podido pensar que yo defiendo una idea irresponsable, vaga, azarosa, caótica o libérrima del proceso creativo o del interpretativo, y nada más lejos de mis ideas.
Considero que el último párrafo de su expisición arroja luz sobre esto, cuando sugiere que todos podemos tener la esperanza de que alguien escuche y comprenda lo que hemos querido decir. Esto es cierto, pero de ahí a lograrlo pasan muchas cosas.
Ahora bien, tratemos de ampliar algunas ideas a las que he apuntado:
En diferentes momentos y espacios, he planteado que la intencionalidad del autor no cuenta a la hora de interpretar un texto. Aquí, debemos enfatizar desde el principio que esto no significa que el autor no pueda tener intenciones claramente definidas, y que incluso muchas veces se logren dichas intenciones. Lo que no podemos pretender es conocerlas a cabalidad, o bien, dar cuenta del texto, esto es, interpretarlo apenas con base en ellas.
También, es necesaro diferenciar entre utilizar aspectos relacionados con el autor (en tanto persona física) y las ideas que ha planteado para analizar su trabajo, con intentar desentrañar las claves de la obra a partir de su biografía, que se puede hacer, pero tal método siempre se quedará corto ante la riqueza del lenguaje.
Cuando Barthes habla de la “muerte del autor”, no se refiere a un hecho, a un asunto fáctico ni mucho menos, sino que lo hace a partir de los presupuestos de la lingüística estructural y del psicoanálisis. Lo que está en juego es la subjetividad, esa contraparte “oculta” del ser. El que muere no es el “autor de carne y hueso”, y aunque esto suene a preogrullo (o al menos debería serlo) es necesario destacarlo por aquello de que aún haya gente que confunda una cosa con otra. Muere el autor como depositario del saber y nace el lenguaje como vehículo del sentido.
Desde el renacimiento, se opera un cambio en la idea de la creación de obras. Así, ya entrada la modernidad, el autor se reviste de autoridad (que eso significa el término). Conforme fuimos avanzando en el siglo XX, la teoría literaria intentó pasar esa autoridad al texto. No otra cosa fueron las teorías formalistas, las del new criticisim y las estructuralistas. Luego, otro cambio le pasó la responsabilidad al lector, quien se convertía en amo y señor de lo que se le ocurriera.
Ahora bien, la teoría de la recepción intentó plantear que la interpretación pasa por tres ámbitos: intentio auctoris, intentio operis e intentio lectoris. A fin de cuentas, lo que es definitivo es que no podíamos seguir endilgándole la responsabilidad al autor, quien no es otra cosa que una figura del discurso, y eso es lo que analizamos e interpetamos cuando nos enfrentamos a un texto, meros discursos.
Entonces, cuando decimos que la intención no cuenta, es porque siempre hay en el discurso algo que no se dice, porque quien habla no es la “persona”, sino el sujeto, el sujeto del lenguaje, sujeto de lo inconsciente, y eso es precisamente lo que posibilita que se interprete. Esto no significa que podemos interpretar lo que sea, porque el texto tiene coordenadas establecidas y será este quien determinará las posibles combinaciones. La interpretación no es solo relativa ni mucho menos infinita. Y cuando decimos inconsciente, no se trata de una figura divina, una musa o una nebulosa esotérica, sino de los mecanismos concretos con que opera el lenguaje.
Luego, el autor podrá defender sus ideas, pero lo hará convertido en lector. Es decir, lo que un autor dice de su obra es una posición entre otras, que deberá demostrarse con base en argumentos, como haría cualquier otro lector. Creación y crítica son dos etapas del mismo acto.
Entonces, lo que me ha interesado cada vez que traigo el tema a colación, no es tanto la desaparición del “autor”, sino la imposibilidad de interpretar a partir de él (en todo caso, solo a partir de él). Pensemos solamente por un segundo en la dificultad para interpretar que significa que un autor muera físicamente. Lo que nos queda es el texto, y sus ideas quedan en textos, y su biografía es otro texto. Y en otro orden de cosas, ¿cómo podemos utilizar la figura del autor para interpretar en el ámbito de la posmodernidad, donde lo que hacemos son palimpsestos, citas, collages, paráfrasis? Y creo que aquí Juan también ha acertado.
Lo que hay es lenguaje, por ende, creación, ficción. La vida misma no es otra cosa que una construcción del lenguaje. El autor puede decir lo que guste, pero nada asegura que sus ideas se fijen en el texto. Muy probablemente, lo que revela un texto es siempre el anverso de la intención, o al menos, el hueco por donde escapa el sentido, es decir, el agujero por donde se diluye el autor, quien quedará convertido en otra cosa distinta de sí.
Como siempre, el artículo de Juan ha hecho una excelente exposición, aguda y sintética, pero repito, creo que son más los puntos de encuentro que de desencuentro, pues es claro que tampoco asumo una postura cerrada en este tema.
Comentarios
Yo estoy de acuerdo en que debemos buscar todos los significados posibles. El asunto es que, al dar una interpretación, no podemos empezar por "el autor dice", debemos decir, "el texto dice", porque a fin de cuentas, es el único que responde por el sentido, más allá de que lo que haga por diversas vías o elementos que hayan convergido.
También, cuando digo que la intención no cuenta, no se trata de un nihilismo del significado. Efectivamente, el que el sentido sea volátil, escurridizo, no significa que debemos quedarnos quietos ante él. Para eso existe la interpretación, para poder hablar sobre los textos. Si no creyera en esto, tampoco creería en la posibilidad de escribir.
También concuerdo en ver todos los factores (aquí ni el término holístico ni el de interdisciplinarieda me convencen), de hecho en tu texto hablás de los tres factores de la teoría de la recepción, tres elementos que entran en juego: autor, texto y lector. El formalismo y el estructuralismo se limitaron a unos aspectos.
El postestructuralismo al menos abrió otras posibilidades, y la postura de Barthes se ubica en esta etapa, más que en la previa )recordemos que Barthes pasó por diferentes ismos).
En fin, considero que a pesar de Barthes, falta camino por recorrer. Por ejemplo, en las escuelas todavía se preguntan "qué quiso decir el autor". Eso es tan nefasto como pretender que cada quien es libre de decir lo que quiera. Por eso, hasta el momento, la unión obra-lector me parece la más productiva a la hora de intepretar. Y el autor, vale, pero con pinzas.
Y creo que el lector-dueño de su propia capacidad interpretativa- tomará su parte en el juego y dependerá de él si asume buscar la intencionalidad del autor. Y como esto es muy personal en cada poeta, yo intentaré ser ambigua con ambos puntos...dejarme ir sin intenciones y que el texto tome su rumbo Y defenderlo y enrumbarlo dentro del mismo para decir lo que quiero decir.
El problema de la interpretación también variará, como bien decís, según el género e incluso la época. Octavio Paz, al hablar de la poesía antigua y moderna, indica que las dificultades de la primera tienen que ver con los referentes, mientras que los de la segunda con el lenguaje mismo. Y pone dos ejemplos: en Góngora, la metáfora "cuadrado pino" es una sustitución de mesa, lo que se debe buscar es el referente de la realidad; pero en Rimbaud, "¿Qué es la eternidad? Es el mar unido con el sol.", la pluralidad del sentido es mayor, porque lo que hay es lenguaje, al menos en apariencia, delsigado de un referente en la realidad.
Lo que él quiso decir o dejar de decir, o no pudo decir o dijo sin querer, estará en el texto. (Lo de hacer la comparación con su texto biográfico también es válido, pueden surgir ideas interesantes). Una vez más se comprueba que su intención se escapa. Y vuelvo a insistir, eso no significa que no me vaya a dedicar a buscar los posibles significados del texto.
Ahora, Octavio Paz no dijo que esa metáfora no se pudiera interpretar, dijo que la dificultades son distintas.
Encantado de que traigas estos textos para que así lleguen a más gentes, y mis felicitaciones a Juan por el suyo. Y encantado también de que hablemos de estos temas, que no por comentados dejan de tener sentido las discusiones sobre ellos.
Tienes razón en una cosa (bueno, en varias, pero en esta particularmente): el autor, cuando entrega el texto (a la imprenta, a los lectores en suma), ya ha renunciado no a la autoría, pero sí a su posesión. Y por tanto, cualquier otra precisión o interpretación, incluso juicio de intenciones, los hará como lector. En esto das perfectamente en el clavo. Las palabras, esa polisemia de la que habláis, es casi permanente, consustancial a un medio de expresión que es imperfecto por sí.
Ahora bien, debo insistir en un hecho: un autor es una suma de intenciones, pero también es un conjunto de personalidades, bien definidas (o no tanto, según se mire) por la psicología freudiana: escribe el autor consciente, pero también escribe su inconsciente, el colectivo, el individual, escribre su libido y las represiones que sobre esta ejerce, en fin escribe (o incluso deja de escribir, que sobre ausencias también se pueden hacer interpretaciones) un constructo que no sólo es su voluntad, sino todo aquello que lo conforma. Eso quiere decir que muchas veces el lector descubrirá más de lo que el autor quería poner, al menos conscientemente, en un texto. Y eso será válido, no ya como interpretación, sino como realidad.
Sin embargo, y teniendo en cuenta que toda obra literaria es interpretable, no todas las interpretaciones tienen porqué ser igualmente válidas.
Me gusta siempre poner el mismo ejemplo, lo sé: el de Solo ante el Peligro, primeramente interpretada como una alegoría contra la caza de brujas de MacCarthy y después reinterpretada (gracias a detalles que no están en la obra, como la biografía del director y del guionista) como justamente lo contrario, es decir la soledad del justiciero frente a una sociedad que que se muestra cobarde e incapaz de llamar a las cosas por su nombre y de emprender la defensa contra los bandidos.
Se pueden extraer todas las interpretaciones a un texto que se quieran, pero no todas tienen que ser válidas. ¿O sí? Si prescindimos de esos detalles biográficos entonces podemos aplicar una interpretación válida a casi todo, desde luego a la lucha contra el maccarthismo, pero también podemos aplicar esa alegoría a la alabanza de cualquier héroe más o menos solitario que defienda cualquier, repito, cualquier causa.
Una es una interpretación histórica, holística, como la define Juan; la otra es no dogmatismo, sino utilitarismo. La bondad de ese utilitarismo será un jucio político, artístico, llámenlo como quieran, pero no tendrá nada que ver con la obra en sí misma.
Y sin embargo, tal vez por entrenamiento científico, prefiero conocer todos los detalles, por colaterales que sean, de una obra. Pero tampoco renunciaría a los diversos niveles de interpretación, incluyendo el más básico, como es el de la obra en sí.
Un placer, como siempre, y saludos cordiales a todos.
Esta operación metodológica no se queda en el formalismo o en el estructuralismo, que ya vimos hace bastante que son rígidos y excluyen ciertas marcas discursivas. Esta operación pretender ver todas las marcas discursivas, pero en el texto, único lugar donde se manifiestan, ciertamente, el contexto y el autor.
Por eso, también, la teoría de la recepción me parece útil, aunque como ya dije, la parte del autor con pinzas.
En cuanto a las interpetaciones, es definitivo que no hay un número ilimitado, y no es lo que a cualquiera se le ocurre. Un texto tiene una cantidad de signos y una cantidad posible de combinaciones. Ahora, en este sentido, soy partidario de las interpretaciones extremas, esas que llevan el texto a sus límites y se convierten en otro acto creativo.
Lo que mencionás sobre el cine es muy apropiado, porque uno de los mejores ejemplos de autores molestos por las interpetaciones que de sus obras se han hecho es cuando un texto es adapatado a la gran pantalla. Siempre dicen: "el director tergiversó o mutiló el texto... esa no era mi intención". Ahí es donde siempre digo: por suerte el director lo hizo, qué aburrido un texto igual a sí mismo, es decir, igual a su autor.
Toda gran obra es más inteligente que su autor, por ende, ha de decir más de lo qoue este es capaz de decir o de pretender decir.
Saludos y gracias por tu visita y comentario.
Pienso que la calidad de un análisis literario (a cualquier nivel) no depende solo del conocimiento que se tenga acerca del texto (de su autor, el vocabulario, los contextos, las estructuras…), sino que abarca también la habilidad de aplicar esa información (por poca que sea) con flexibilidad, lo cual sería, finalmente, comprenderlo (a cualquier nivel, repito).
Concuerdo con vos en que la calidad de esa interpetación también depende de la flexibilidad (y agregaría yo de la creatividad) de quien interprete.
Recuerdo que en Literatura Costarricense I, con don Álvaro Quesada, cuando me devolvió el trabajo final, con una buena calificación, entre risas me dijo: eso no es un ensayo, es un poema...
Saludos.
A mí también me alegra la aparición de la palabra "creatividad". Y claro, me ha recordado las palabras de Octavio Paz que te comenté una vez, sacadas de ese (¡ay!) demasiado poco enjundioso libro de correspondencia entre él y Pere Gimferrer, referidas al ensayo: "la mirada clara, que penetra las cosas sin destruirlas ─no la mirada analítica, sino sintética; la mirada creadora, diría, parodiando a Duchamp".
Un saludo a todos!
Por eso me gusta tanto Octavio Paz, por sus argumetos líricos, como dice Patricio Eufraccio.
No sé si Gustavo emplea el término texto y discurso indiferentemente. Me lo pregunto nada más, para mi sí es indiferente.
El Autor: otro texto.
El Lector: otro texto.
El Texto: otro texto.
Los textos se intercambian... hacen el amor y engendran más textos... algunos se parecen al papá y otros a la mamá, siempre tienen algo de los dos... y hasta de terceros... por que los textos son muy promiscuos...
Y con el tiempo, sus rasgos cambian, y hasta suelen cambiar de opinión... algunos envejecen sin remedio, declinan moribundos... otros rejuvenecen, se renuevan...
Algunos textos son tan serios, que tengo que preguntarle a otros más simpáticos, sobre esos textos herméticos y malencarados, para tener pistas sobre cómo presentarme y platicar con ellos...
A veces me gusta hacer exámenes extenuantes sobre algunos textos, conocer sus vidas secretas y todos los chismes que otros textos dicen sobre estos... el resultado es frustrante, mi biblioteca en desorden, y la mesa del comedor repleta de libros y apuntes sin organización... ni un rincón para la taza de café y el cenicero...
Por eso prefiero ocuparme de algún rasgo en particular, conciente de que el texto tiene mucho más que contarme... pero que yo mismo no tengo la congnición para abarcarlo completamente...
Por eso, cada vez que nace un texto, miro con dulzura la hermosa matris de donde surgió, y pienso en mi pequeña contribución, caramba, si esto de maternizar es maravilloso... Dios los hace, y el mundo los cria!!!!
;-)
Y concuerdo con vos y esa visión lúdica para ver los textos y enfrentarse a ellos.
Saludos y gracias por pasar.