
Paul Auster, Mr. Vértigo (5ª ed. en “Compactos”), Barcelona: Editorial Anagrama S. A., 2007, 288 pp.
–Tú no sabes nada –dijo el maestro Yehudi–. No sabes nada porque no eres nada. Si no te he enseñado a volar antes de que cumplas los trece años, puedes cortarme la cabeza con un hacha. (p. 10).
La fábula de un ser humano que aprende a volar probablemente es bastante antigua; sin embargo, una de las pocas que realmente conozco y me han impactado, es el relato “Sennin”, de Ryuonosuke Agutagawa, aparecido en
En la novela de Paul Auster, Mr. Vértigo, Walt, un niño que va en camino de ser un pícaro clásico por las calles de St. Louis, EE. UU., conoce al maestro Yehudi, quien lo convence de que él le enseñará el secreto para poder volar. Aquí también, parte de las condiciones son que Walt debe obedecer en todo, y jamás reclamar, por absurda que le parezca una orden (vale el guiño para The Karate Kid: “wax on, wax in”, o algo así). De más está decir que Walt, al poco tiempo, se convierte en el Niño Prodigio, aprende a elevarse del suelo y empieza a obtener fama, sea por quienes se asombran al verlo, sea por los que lo consideran un fraude.
El relato es lineal, narrado en primera persona, dividido en cuatro partes, con numeración romana. Cada parte se subdivide a su vez en episodios, separados solamente por un espacio mayor. Las tensiones internas se generan de modo clásico, pues al cierre de cada parte se presenta un acontecimiento que hará cambiar el rumbo de la historia. Tal proceder me hizo pensar, desde el principio, en la forma en que la cultura estadounidense ha construido sus mitos: de la literatura al cine o viceversa. No pude evitar ver la historia como si fuese una película, con voz en off a lo largo de carreteras despobladas y áridas a través del desierto. No pude evitar querer ver la película.
En cuanto a los personajes, aparte del maestro Yehudi y Walt el Niño Prodigio, podemos mencionar a Mamá Sue, una india sioux que hace las veces de encargada de la casa, en Kansas; Aesop, joven etíope educado también por el maestro, y que pronto asistirá a una prestigiosa universidad; Slim, tío de Walt, granuja y vividor que, después de haber “cedido” al niño al maestro, reaparecerá en dos ocasiones más, cuando sabe de la fama de su sobrino; y la señora Whiterspoon, mujer acomodada, quien vive en Wichita y aparece varias veces en el relato, enamorada del maestro, con quien nunca logra cristalizar una relación.
La historia podría leerse en varias claves. Me permito sugerir tres: una, como un relato fantástico, fiel al precepto de que la literatura fantástica se fundamente en colocar un solo elemento ominoso dentro de la más absoluta cotidianidad; otra, como una novela de aprendizaje, aquella en la que vemos el desarrollo de un niño hasta su edad adulta; y una tercera, como una parábola de la redención humana a través del sufrimiento. En el primer caso, el escenario de los años veinte en los estados sureños, la gran depresión, las guerras mundiales, hasta ir poco a poco entrando a los años cincuenta y cerrar finalmente con un panorama muy diferente llegados los años ochenta, sirven de marco para contar la historia de un niño que puede volar; en el segundo caso, los mismos elementos son el telón de fondo para mostrar a un muchacho que vive, como cualquier otro en circunstancias parecidas, las vicisitudes y problemas de la vida, del crecimiento, de enfrentarse a la pérdida y el dolor, al mismo tiempo que vemos cómo se desarrolla una nación que poco a poco va perdiendo la inocencia, tema eterno de la mitología norteamericana. La tercera posibilidad nos enfrenta a una persona sometida a toda una serie de suplicios y esfuerzos, primero con el fin de alcanzar un objetivo, luego con el afán de lavar las culpas; en este sentido, ciertas relaciones con la idea de la muerte son sugerentes metáforas en el relato.
Así fue como empezó mi iniciación. Durante las semanas y los meses que siguieron viví experiencias similares [ser enterrado vivo], un continuo alud de vejaciones. […] Me flagelaron con un látigo; me tiraron de un caballo a galope; estuve atado al tejado del establo durante dos días sin comida ni agua; me untaron el cuerpo de miel y me dejaron desnudo bajo el calor de agosto mientras miles de moscas y avispas bullían sobre mí; estuve sentado en medio de un círculo de fuego toda una noche mientras mi piel se chamuscaba y se cubría de ampollas; me sumergieron repetidas veces durante seis horas seguidas en una tina de vinagre; me cayó un rayo, bebí orines de vaca y comí excremento de caballo; cogí un cuchillo y me cercené la primera falange del meñique izquierdo; colgué de las vigas del desván dentro de un haz de cuerdas durante tres días y tres noches. (p. 49)
Mr. Vértigo es una novela clásica, es decir, un buen tema desarrollado de manera práctica y sólida. La progresión del relato nos subyuga, y debo decir que pese a la reticencia a ciertas manías y mitologías gringas, la novela me gustó como pocas lo han logrado en los últimos tiempos. Ciertamente, siento que su yerro se encuentra en la necesidad, o necedad, de extender el relato hasta la ancianidad del personaje. No es necesario pretender redondearlo ni concluirlo, ni saldar cuentas de la niñez, pero es lo que sucede, con lo que siento que el relato pierde fuerza, intensidad. Afortunadamente, las dos últimas partes son las más breves, y prácticamente están ahí a modo de epílogos.
Auster es uno de esos autores del que había oído hablar mucho, pero del que prefería mantenerme alejado. Sin embargo, al repasar un poco las tramas de sus libros, debo aceptar que al menos las premisas que se dejan entrever en sus historias son realmente originales. Claro que un tema no genera por sí solo una gran novela, pero es lo que muchas veces nos hace llegar a una. La siguiente en lista es Ciudad de cristal, que forma parte de
Comentarios
Ahora tocará buscar Mr. Vértigo, porque para que Gustavo Solórzano diga que en verdad le gustó, no es fácil.
Habría que escribir alguna vez sobre los placeres que nos provocan alguna culpa, usualmente ligados a prejuicios, a nosotros los lectores.
Leandro: sí, al final la escribí, aunque traté de ser conciso, y no como la había pensado, pero creo que quedó aceptable.
A ver cuándo te animás con ese tema de los placeres culposos. Creo que por ahí he visto un blog con un post así.
Heriberto: al menos de entrada, las premisas de sus historias me atraen poderosamente. Claro, poderosa es Anagrama, cuyos precios en la Internacional andan por los 14 mil colones. Compré estos dos libros de la serie Compactos, como a 6 mil colones, aunque espero que no sean los últimos.
Gustavo V.: como mencioné en la reseña, era un autor de esos que de tan "populares" me generaban desconfianza. Hasta el momento me ha gustado, aunque igual puedo intuir por qué te pudo haber decepcionado en algun momento.
He visto ese de "La invención de la soledad" y el tema del padre también me llama mucho la atenicón.
Saludos a los cuatro y gracias por visitar.
Es interesante la relación con Sennin precisamente porque el relato de Akutagawa tiene como transfondo la tradición japonesa, en la que se conjugan la obediencia ciega como parte de un medio social rigidamente estratificado e imperial y la obediencia ciega recompensada con la iluminación, propia del budismo zen. Cómo, sin embargo, se puede interpretar el trasplante de esta fábula a la tierra del individualismo feroz al cual pertenecen personajes como Augie March de Saul Bellow que abre esa novela diciendo:
"I am an American, Chicago born – Chicago, that somber city – and go at things as I have taught myself, free-style, and will make the record in my own way: first to knock, first admitted; sometimes an innocent knock, sometimes a not so innocent." - Adventures of Augie March, Saul Bellow, 1953.
Estamos, por supuesto, en otros tiempos, no estamos en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, sino en la epoca de Patriot Act, que tanto a enfurecido a Auster que incluso ha hecho declaraciones al respecto. Quizá de más kilometraje la idea de la obediencia para un análisis, que el aparente fenómeno fantástico del vuelo. ¿Qué te parece?
> tema de los placeres culposos.
Bueno, creo que el tema me excede. Estoy, sin embargo, escribiendo ahora mismo un texto sobre un placer culposo mío, así que voy a contribuir mi granito al menos de esa manera.
He leído por ahí que el tema del ascetismo es frecuente en Auster. De hecho, ese empeño, esa sumisión ciega, esa aceptación de los hechos por alguna idea ulterior fue lo que más me llamó la atención. Por eso puse la cita donde Walt describe sus tormentos. Sin embargo, como le decía a Leandro, al final no me animé mucho y opté por reseñar y proponer tres opciones de lectura, más que analizarlas. Pero comparto con vos esa idea, el tema de la obediencia, la sumisión y la manera en que se presentan como "fábula" es lo más rico de este texto.
Leandro: no seás modesto. Estoy seguro de que sobrepasarías con mucho las expectativas. Así que ahora aguardaré para saber sobre ese "placer culposo".
Bievenida a esta casa y qué bueno que hayás encontrado algo que te gustara.
Saludos.
Lo único que detesté del libro fue una parte previa al final en la cual Auster dedica demasiado al contar con detalles un montón de datos sobre el baseball de la época hasta el punto que me obligó a saltar dichos párrafos.
Aún no comprendo el fin de ello pero el habrá tenido sus motivos.
Sí, creo que los personajes son entrañables.
En cuanto al "baseball", asumo que tiene que ver con las identidades estadounidenses, con la formación de su cultura. Sirve de pretexto para la época (gran depresión) y para el aspecto visual.
Gracias por leer y comentar.
Saludos