
adivinación del pensamiento y limpieza de caballeriza.
Si parece placentero, probablemente algo ande mal.
Arthur Plotnik
(citado aquí)
Probablemente, si yo le dijera a un extranjero, más específicamente de Europa o de Estados Unidos, que soy editor o que hago trabajo de edición, pensaría que busco los textos, hago recomendaciones a las editoriales, trabajo con los autores para llegar a una versión definitiva, me permito sugerencias; me encargo de la revisión filológica y de estilo, señalo los problemas morfosintácticos, corrijo la ortografía, establezco jerarquías, uniformo elementos, etc. Claro, porque esto es lo que un editor debería hacer.
Sin embargo, en mi trabajo soy “el filólogo”, el necio que pone puntos y comas donde el autor no puso (no porque este no sepa hacerlo, sino porque es un autor posmoderno o vanguardista al menos). Por supuesto que no me dejo amilanar por este reduccionismo absurdo, y por una extraña manía o afección de nacimiento, contra corriente, insisto en hacer mi trabajo como corresponde.
Costa Rica carece de una cultura editorial, y cuando digo esto no me refiero a falta de diagramadores voluntariosos, técnicos y talleres de impresión; no, de esto hay y de sobra; me refiero a la falta de editores, pues los que hay son extranjeros, precisamente porque aquí no existe la carrera de Edición, no hay especialización en el área (la Universidad Nacional ofrece un diplomado en Corrección de Estilo), lo cual genera que, cuando uno se dedica a tal labor, no sea entendido o se espere otra cosa.
Ahora bien, esta falta de especialización no impide que las editoriales estatales (y a lo mejor una o dos privadas) comprendan, al menos empíricamente, cuál es el proceso que debe pasar toda obra para finalmente salir convertida en el producto físico conocido como “libro”. Por ello, es común que estas editoriales contraten, de forma externa, filólogos para hacer revisiones y correcciones de pruebas, y así pasar el texto a su etapa de diseño, diagramación, preprensa e impresión. Basta ver un libro de la Editorial Costa Rica o de la privada Tecnociencia, para corroborar que, más allá de erratas comunes, posibles y hasta lógicas o permisibles, el texto ha sido cuidado y se puede presentar al público con un mínimo de calidad. En esto hay que evidenciar, también, que el trabajo de los editores formados empíricamente es ciento por ciento válido.
No faltará quien diga que tales detalles carecen de importancia, que los filólogos no deben intervenir en el “proceso creativo” del autor, quien solamente se “inspira” y no tiene por qué saber nada respecto a la normativa del idioma en el cual escribe. Por supuesto, porque resulta que la escritura, la literatura, es la única de las artes que no requiere de especialización. Entonces, como muchos fuimos a la escuela, y medio aprendimos a emborronar papel y a balbucear palabras, ya podemos escribir y listo. ¡A la mierda los pastores!
La situación lamentable, a todas luces, es que las editoriales estatales han perdido terreno (con toda razón y justificación, y por una serie de aspectos que serían tema de otro análisis), y los escritores jóvenes, o aquellos no tan jóvenes que recién empiezan a publicar, optan por las iniciativas privadas, sin obtener muchas veces productos de calidad, sino más bien deplorables ejemplos que los pondrían en evidencia en cualquier otro país.
Así las cosas, hay gente que se la pasa pregonando, con algarabía y bullicio, como decía el profesor Jirafales, que la producción nacional crece, se multiplica y se diversifica. Claro, ahora todo mundo no solo escribe, sino que puede publicar sin necesidad de pasar por una serie de filtros que, quiérase no, son capaces de asegurar una mayor calidad. ¿Calidad de la obra literaria? “¡Bah!, eso es subjetivo”. ¿Pertinencia o solidez de la propuesta? “No me venga con esas, lo que quiere es que yo escriba como usted”. ¿Cuidado editorial en aspectos técnicos y formales? “¿Para qué?, los “filólogos” solo estorban; en cambio, el señor de la esquina tiene una Mac, maneja In design y me consigue el taller baratísimo”.
Este es el panorama actual. Con tales premisas, todo mundo publica, todo mundo tiene su libro, todo mundo es la nueva promesa o la nueva revelación. Todos, muy orondos, se han saltado las instancias oficiales, que representan el poder, a Satanás, la corrupción, etc. Lo que sucede es que así también se saltan la calidad, tanto literaria como formal del producto que le ofrecen al público.
Ahora bien, aquí debemos ser claros: una cosa es la calidad o el talento literario que se pueda tener, y otra el producto que se ofrece al público. Debo insistir en esto para que no se malentienda, y vayan a decir que estoy en contra de todas las editoriales privadas o de todos los escritores que ahí publican. Al contrario, mi interés con esta nota es por el cuidado en la calidad de los libros, calidad que todo escritor merece.
Las editoriales estatales tienen una serie de problemas, deficiencias y obstáculos innecesarios; están signadas por una burocracia paralizante, pueden incluso manejarse de forma corrupta o sencillamente inadecuada, pero al menos parecen saber que el oficio de editar no es un chiste, y son conscientes de que deben ofrecer un producto con estándares mínimos, sobre todo si se quiere llegar al extranjero.
Por el contrario, la mayoría de editoriales privadas se bastan con una persona, la famosa Mac y el famoso In design y vámonos, el éxito espera. Ante dicha situación, quien resulta perjudicado, en primer lugar, es el escritor primerizo, quien probablemente con grandes esfuerzos consigue el dinero para financiar la edición. Este escritor está siendo engañado, estafado, porque no recibe ningún tipo de asesoramiento y su texto no es ni estudiado ni analizado ni mejorado; simplemente lo entrega junto con la plata, y “don señor editor serio” mete el Word en la Mac y al otro lado sale cualquier cosa pegada con cartulinas y fiesta: “Fulano de tal presenta su primer libro” (algunos siguen luego con más libros).
Ahora bien, el escritor también es responsable, en gran medida, de los errores tipográficos que un texto pueda tener. Si el autor no maneja los mínimos criterios lingüísticos, y si el editor es un irresponsable, como parece ser el caso de la mayoría, pues no habrá mucho qué hacer: su libro saldrá plagado de errores, en cantidades industriales, decenas que se cuentan por página, y decir eso en libros con páginas cuyo contenido son tres versos ya es mucho.
En nuestra cultura está bien que se privilegie la libertad y la democracia, y soy el primero en promover que la gente haga con su tiempo y con sus recursos lo que guste: escribir, publicar, hacerse las uñas, gastar la plata en chorradas, etc. Pero eso no debe llevarnos a creer que vivimos en una Jauja editorial o literaria. No debemos engañarnos, y debemos ejercer la rigurosidad crítica en los productos que surgen de las maquilas editoriales. Incluso si decidimos publicar por nuestra cuenta, lo cual es totalmente válido, debemos preocuparnos por la calidad.
El aspecto editorial no tiene nada que ver con el escritor, pues este solamente debe dedicarse a escribir, pero si además quiere dar a conocer su obra, debe asegurarse de que lo que presenta es aceptable, comparable con la calidad de Cátedra, Tusquets, Seix Barral o Visor (todas privadas, por si acaso). ¿O es que no tenemos derecho a aspirar, y a exigir, el más alto nivel? ¿No somos en Costa Rica capaces de exportar libros de primera categoría?
¿Quiénes determinan la calidad, los estándares, etc.? Por favor, no sigamos con esas preguntas vacías e ingenuas de un relativismo posmoderno ya caduco. Vivimos en un determinado contexto, en una determinada época, y son tales elementos los que determinan qué sí y qué no. Esto no significa que simplemente aceptemos tales dictámenes; significa que debemos vivir y luchar, día con día, por mejorar, superar o contradecir los estamentos sociales, pero con ideas y argumentos firmes, que sean capaces de convertirse en nuevos paradigmas.
Sobre todo para los escritores más jóvenes, quienes con ansias esperan su primera publicación (y lo digo con experiencia y ánimo solidario en todos los sentidos y aspectos aquí mencionados): no hay que desesperarse por publicar, ni permitir que se nos lance, con promesas y oropeles, como carnada al mercado editorial, porque muchas veces lo que resulta es meramente una extensión del “taller literario”, del “maestro” o de nada. Primero, rigurosidad absoluta, lectura constante, trabajo con los textos, preparación formal para redactar; luego, asesoramiento adecuado con editores profesionales. Pero ante todo, no tener temor al rechazo, este es bueno, forma el carácter, porque tengan razón o no la tengan quienes rechazan un texto, tal rechazo obliga a volver a la mesa, a repensar, a reescribir, a tachar, a quitar, a mejorar. Se debe tener plena seguridad de que el producto final será mejor, y que dentro de varios años, cuando finalmente el texto sea aceptado por una editorial profesional o, por cansancio, se decida finalmente a ser auto editado, se logrará más satisfacción con el libro que de ese proceso surja.
En el epígrafe de esta nota, podríamos cambiar “editar” por “escribir”, pues ambos son en realidad parte de un mismo proceso que no debemos descuidar o entregar a cualquiera, y del cual somos los primeros responsables; un proceso difícil, que requiere, ante todo, trabajo: “limpieza de caballeriza”.
Imagen: El amanuense (anónimo, s. XI)
Comentarios
Concuerdo totalmente con los puntos que refieren a la necesidad de una edición rigurosa de los textos por publicar y como este detalle sigue siendo de cuidado en las editoriales estatales (uno que anduvo por ahí lo sabe...).
Sin embargo, cuando un libro puede tardar hasta ocho años en publicarse tras su aprobación respectiva (conozco casos de estos!), estas instituciones pierden espacios importantes en la dinámica del mercado editorial, que son llenados por quien ofrece inmediatez (en un mundo que además nos demanda inmediatez por otros lados), aunque el producto final responda más a la ingenuidad del bienintencionado o al autobombo de quien de otro modo no podría publicar a un ritmo de cuatro o cinco o más libros por año de los cuales ni uno solo ha sido dictaminado ni editado (cualquier parecido con un conocido periodista caracterizado por su habilidad como entrevistador para hablar más que el entrevistado no es coincidencia!).
Producción de calidad claro que puede ofrecerse (tanto en forma como en fondo), interés en publicar con un mínimo de criterios de calidad, lo dudo...
Acaso no es esta la razón por la que los blogs son tan populares? Poder publicar sin filtros y sin atrasos hace del blog una herramienta sin precedentes parecidos.
Claro, eso nos lleva al tema de la calidad.
No por ser blog es bueno. ( http://img227.imageshack.us/img227/3961/bbbtp2.jpg )
Dejo una presentación por Cristian, de Fusil de Chispas. Tiene más que ver con el lado del escritor que el del editor, pero en fin, vale la pena. ( http://www.slideshare.net/fusildechispas/espejismo-ciudadano-presentation?type=powerpoin )
Sin embargo, habría que diferenciar de los espacios "informales" de comunicación, como puede ser el blog, de los espacios formales amparados a alguna institución.
En el primero de los casos, haga lo que quiera con su espacio y a fin de cuentas será esto lo que determine la sobrevivencia o no de su espacio virtual.
En el segundo, el hecho de que la publicación sea digital no tendría por qué contradecir en lo más mínimo las normas de calidad que deben regir la publicación de un texto. Desde ahí, el trabajo de edición debe ser igualmente riguroso con el fin de asegurar un producto concordante con los parámetros mínimos establecidos.
Incluso, considero que tras el boom que vivimos, será cada vez más factible y viable la consolidación de los sitios institucionalizados y "certificados", mientras que otros espacios irán perdiendo lugar, al menos en cuanto a la "publicación seria".
Heriberto: a eso me refería, a una cultura editorial donde el editor cumple un papel importante. Y no se trata de endiosar una figura, se trata de tener la oportunidad de trabajar el texto en una serie de niveles que lo depurarán.
Marco: es cierto lo que apuntás. Como mencioné en la nota, las editoriales estatales sufren de una parálisis terrible; sin embargo, esto no debe ser aprovechado por los "señores con Mac" para sacar libros sin ton ni son, amparados en la "desesperación" del autor.
¿A qué te referís exactamente con que "no hay interés por publicar con un mínimo de criterios de calidad"?
Respecto a tu segunda intervención, concuerdo. Eso nos hace pensar que hay un proceso de selección, y que aquello que empieza siendo un espacio "democrático", termina por ser la oficialidad. Por un lado está bien, pero por otro, implica la necesidad luego de buscar siempre nuevos espacios.
Avy: ¡qué bueno verte por aquí! Cierto que el blog es una herramienta que replantea muchos aspectos tanto del ámbito editorial como del literario, pero vos mismo llegaste a la conclusión: el soporte no tiene por qué afectar la calidad.
Y respecto de los blogs y temas afines, hay algunas cosas que te comentaré luego por correo.
Sentenciero: mencionás dos vicios terribles: el que se aprovecha y el irresponsable ingenuo. Este último es el que cree que el autor pone huevos, perfectos, impecables, productos de su alma, y por eso no debe dañarse la integridad del autor. Si Pound y Eliot hubieran pensado lo mismo, no tendríamos "La tierra baldía".
Respecto de tu editora, sé perfectamente que su trabajo sí se preocupa por la calidad, y tiene gran experiencia y conocimientos.
Gracias a todos por visitar y comentar.
Saludos.
Con respecto a ciertos editores, hay mucho que decir, y nada de ello es bueno. Reafirmo lo expresado por alguno de ustedes al decir que hay editores que no revisan el trabajo del escritor. La verdad, tristemente, es aun más cartastrófica: HAY EDITORES QUE NI SIQUIERA SE TOMAN LA MOLESTIA DE LEER EL LIBEO QUE VAN A PUBLICAR. Estos señores toman la opinión de otros como referencia y miden, de alguna manera inefable, las posibilidades de mercado del texto. Una vez hecho esto meten el disquette en la Mac (pobre Mac) y vámonos: soy un editor consagrado. Esto quizá sería cómico, si no fuera el modus operandi de unos de los editores más influyentes del país.
En cuanto a la editora que quiere que los escritores nos pongamos a vender libros en la Plaza de la Cultura, pues de acuerdo, pero que la señora esa me endose el cheque de su salario.
Finalmente, Asterión, no te puedo decir lo mucho que me alegra esta discusión; sana, inteligente y fortificante. Saludos a todos los amigos y colegas.
Por cierto, Asterión, sería muy bueno que esta entrada permanezca un tiempo más aquí, antes de mandarla al archivo. :)
Álex: ¿te imaginás vos de vendedor en la Plaza de la Cultura? Jaja...
Compañero, el asunto es realmente preocupante, sobre todo en los términos en que muy bien lo ponés.
Hay un punto que no toqué, y es las dimensiones del medio para el mercado. Sabemos que es un mercado reducido, pero bien manejado podría llevar a grandes cosas.
Por ejemplo, en estos momentos, las cuatro editoriales universitarias están intentando coordinarse y generar proyectos en conjunto. Ojalá se logre algo.
Entonces, ¿por qué las privadas no pueden hacer lo mismo? Máxime si tomamos en cuenta que casi todos son amigos y los autores que en ellas publican también. De Perro Azul, Arboleda y Andrómeda, que comparen perfiles, autores e intereses similares, ¿por qué no generar un proyecto? Queda la inquietud.
Me levanto y aplaudo. Justamente eso ayer, luego de la presentación del libro de Esteban Chinchilla lo hablaba con Barquero y con Gustavo Chaves, todo lo que recalcás es cierto todo esos vicios existen, en mi libro (debo decirlo) se fueron unas fe erratas propias del autor, como voluntariosas por parte del editor, que le valió que se fueran así pese a que las más visibles las recalqué pero a lo hecho pecho.
Los editores privados acá son zoila, diseñan -algunos bien, otros no tanto- editan (eso dicen), publican pero no distribuyen, se limitan hacer libros nomás. Y a veces se riguen por amiguismos.
Pero el mercado es artesnal y mientras no se profecionalice seguiremos en las mismas, todo el mundo publica y por ende satura las bodegas de las editoriales y punto, es triste y da rabia ver eso.
Genial artículo. Estamos en contacto.
Creo que todos tenemos claro que en este país una "librería" es un lugar para ir a comprar cuadernos, cartulinas, lapiceros y todo tipo de materiales de oficina, pero difícilmente libros!!
Las librerías "de verdad" son pocas, concentradas fundamentalmente en San José y San Pedro (con algunas pocas honrosas excepciones). Y dentro de estas pocas "de verdad" las que hacen un esfuerzo por mantener una oferta cuidada, decente, actualizada, amplia... son menos aún.
Por ello el que "todo mundo publique" no es el causante de las bodegas abarrotadas de textos, sino la distribución, los libros no salen de las bodegas a los estantes no por ser muchos, sino porque nadie los saca.
Un ejemplo concreto, en aquellos años en que yo andaba por el CIICLA, nos dimos cuenta "por azar" de que uno de los libros de la colección propia de ese Centro había ya salido de imprenta varios meses antes... y tuvimos que montar un verdadero operativo de inteligencia para dar con las cajas de ese texto en las bodegas de la EUCR, donde nadie tenía idea de lo que buscábamos. Ejemplos como ese hay más de uno... y esfuerzos para buscar abrir un mercado mayor también... conozco intentos por articular diversas editoriales centroamericanas para poder montar una red de distribución regional, que permita llevar los textos al área, ampliando las posibilidades de consumo (confieso que hace rato le perdí el raastro a esta iniciativa, sé que no se ha concretado, pero no sé qué habrá sido de ella).
Increíble como entre más discutimos más "recordamos" problemas no resueltos del mercado editorial...
Discusión digna de ser llevada a alguno de los múltiples programas del periodista supramencionado... evidentemente sin tal periodista presente...
En esas épocas ya tenía muy in bien injertado el hábito de la lectura, y era el momento para empezar a conocer la tradición literaria de mi país.
Grande fue mi sorpresa al enterarme de que en nuestras librerías no se vendían libros. Entraba yo a los establecimientos que se que se autopublicitaban como "librerías" y al preguntar por los libros, la respuesta solía ser la misma: "No hay".
Ya a mis 50 años, todavía debo lidiar con el hecho de la mayoría de librerías en este país son en verdad pasamanerías, "boutiques", ventas de abalorios o simples papelerías.
Esto dice mucho de los costarricenses y de como vemos el oficio de leer y el oficio de escribir. Los ticos estamos oscilando entre el primer y segundo lugar de Latinoamérica por nivel de alfabetismo. Sin emebargo, como lectores, caemos en octavo lugar.
Mark Twain decía que un hombre que sabe leer y no lee está en las mismas condiciones de un analfabeto.
Quizá esto explique un poco por qué muchos de nuestros editores se toman el oficio tan a la ligera.
Debo decir que hay instituciones y editoriales serias, que tienen comités de lectores encargados de evaluar los manuscritos y dar sus recomendaciones. Hace menos de una semana me avisaron que un libro mío sería publicado por una editorial universitaria seria, y con la noticia recibí también dos informes de lectura, ambos anónimos. Impresionante. Sé que editoriales privadas también lo hacen. Desde hace unos pocos años, en Venezuela se han establecido sucursales de los grandes grupos editoriales españoles (Alfaguara, Ediciones B, Planeta, Seix Barral, Mondadori) o colombianos (Norma), y eso (quiero imaginar) supone una mayor seriedad en el proceso de producción de libro. Me consta que una de ellas, Ediciones B, tiene evaluadores (un libro de Carolina pasó por sus manos y va a ser publicado el año próximo). Y es cierto que los libros se han distribuido con mucha eficacia. Por eso hay quienes hablan de un “boom” de la literatura venezolana, fenómeno local, que no supone un mayor reconocimiento de los escritores en el exterior. Lo confieso: conozco muy poco de eso que se escribe, no me he puesto al día con la narrativa venezolana de los últimos diez años (por supuesto, lo que tales editoriales publican son novelas y cuentos), de modo que no puedo juzgar la calidad literaria o filológica de esas publicaciones. (Y también confieso que a mucha de esa gente no la voy a leer, por sus declaraciones y algunas cosas suyas que he visto por ahí puedo concluir que su escritura es de poco interés para mí.)
De resto, pues hay que decir que las editoriales del Estado están sacando muchos libros. El verbo no es osado (“sacar”): hay una conocida fundación editorial que tiene como lema echar a la calle “cada día un libro”. Como soy un irresponsable, no me he dedicado a investigar si han cumplido con su palabra, y como soy un escéptico, creo que esas labores apresuradas y demagógicas deben estar llenas de vicios y errores. No es difícil imaginar que hay, pues, muchos títulos en circulación. No sé si realmente publican el número de ejemplares de cada uno que cabría esperar, o sacan sólo algunos para que no haya quejas. Hay libros publicados por la más importante editorial oficial que no se consiguen en todas partes, a pesar de que el propio gobierno maneja una red de librerías. Cosas misteriosas, sin duda.
Suficiente. Maamkio.
En lo de artesanal tenés razón, y no me parece malo hasta cierto punto, porque igual se tendría que cuidar la calidad. El punto es que lo "artesanal" termina siendo casi que la excusa. Es más, imagino que algunos editores hasta le dirán al autor que dé gracias porque ellos lo "ayudan".
Marco: las bodegas de las editoriales son una dimensión desconocida. En el caso de una privada X, es ya leyenda urbana que el "editor" publica 50 ejemplares (y al autor le cobra 500): le da 10 al escritor y él guarda los otros.
En el caso de una estatal (de la cual soy muy cercano y no diré el nombre, jaja), la bodega es un primor. Fijate: la dirección y la bodega están a la par, pero para pedir un libro, se debe solicitar con una justificación; luego, la secretaria hace un oficio; posteriormente, el mensajero debe llevarlo; en la bodega lo recibe otra persona, quien relaiza el trámite, y así, después de dos o tres días, el libro llega a tus manos. No, si Kafka es calquier vara. Y mejor no sigo, porque es la típica novela de terror en todos los ámbitos.
Álex: así como no hay cultura editorial, tampoco la hay en cuanto a librerías. Todo pasa por el mismo ámbito. Curiosamente, la Internacional vende cualquier cantidad a todo tipo de público (menos al que lee). Claro, son recetarios, pero demuestran la sencilla idea de que sí es posible mercadear con éxito.
Luis: la situación es aplicable, en gran medida, a América Latina. Por eso señalaba que, lamentablemente, en EU y Europa el asunto funciona diferente. Fuera de eso, solamente cuando llegan las grandes editoriales transnacionales (cuyo funcionamiento y manejos dan para otro post), vemos cambios en esa cultura editorial. Qué publiquen y qué promocionen también es otro asunto.
La burocracia, el eterno problema estatal (y no soy partidario de la privatización) aqueja todo el aparato social. Como decía antes, la editoriales estatales, los programas de gobierno, etc. son una dimensión desconocida, donde todo puede pasar, expceto publicar un buen libro a tiempo, distribuirlo adecuadamente y retribuir a su autor.
Nuevamente gracias a todos por comentar y seguir alimentando el tema.
Saludos.
1. el agente. donde hay editoriales de verdad, quien contacta y negocia las condiciones de la edición es el agente del escritor, el escritor escribe, y el agente gestiona su obra con el editor.
2. Promoción y distribución. Las editoriales en Costa Rica son simples intermediarios entre el escritor y la imprenta, y no se preocupan por la promoción de sus obras y la distribución en los puntos de venta. Simplemente "embodegan libros"
3. El librero, cuyo criterio de colocación de un libro está en relación con la rotación de inventarios, "un libro que permanezca más de un mes en el estante no merece estar en inventario" pero claro, no es culpa del libro, si no a la completa inopia de la editorial que no tienen estrategias de promoción y duvulgación que hagan "reconocible y vendible el texto" y de los libreros que no quieren hacer el menor esfuerzo en este sentido, las quieren todas maduras, es decir, libros de texto escolar, harry potter y coehlo... "ese es su Secreto"
En fin, creo que se puede profundizar más sobre actores y roles, pero infelismente no creo que esto cambie en nuestro provincial terruño
Germán Hernández
Todo es parte del mismo proceso de profesionalización, que a muchos aún asusta y traerlo a colación es como mentarles la madre, porque acordate que uno debe regalar su trabajo; y la literatura, que no es "sagrada" hace mucho, resulta que es pecado "venderla".
En las estatales hay un mito: "¿Por qué ese libro no se promociona?" "Porque no tenemos afána de lucro". ¡Ah, ya entiendo!, como la plata es del Estado, podemos publicar y embodegar y sería negativo para esa idea vender los libros, porque eso implicaría más recursos para producir más libros cada vez mejores. Claro, obvio.
Un saludo.
El título de un libro de una poeta costarricense es "Hay milagros peores que la muerte".
Gracias por pasar.