
Ficha técnica:
Productora: Astarté
País: Costa Rica (eso sí, multicultural)
Guión, dirección y producción: Ishtar Yasín
Formato: 35 mm.
Productora: Astarté
País: Costa Rica (eso sí, multicultural)
Guión, dirección y producción: Ishtar Yasín
Formato: 35 mm.
Duración: 90 minutos, aprox.
Se exhibe en el mall San Pedro, Multiplaza (Este y Oeste) y Terramall.
Inicia la aventura
Primero la llanura, y luego, la montaña: el mundo está abierto y el camino empieza.
Probablemente para muchos, el cine costarricense no existe. No obstante, con el ánimo de matizar y contextualizar una afirmación de tal tipo, habrá que remitir a los estudios de María Lourdes Cortés. Y si hacemos un poco de historiografía, veremos que hay una veintena de largometrajes de ficción, así como decenas de documentales y cortometrajes. Ahora bien, debemos remitirnos, de igual modo, a los años noventas para empezar a ver una producción más sostenida, con mayor peso y presencia.
Así las cosas, desde el mundo de la televisión, con la serie El barrio, de Óscar Castillo, se empezó a notar, al menos en el ámbito de la producción en sí, un mayor desarrollo y calidad. Luego, desde Asesinato en El Meneo (del mismo Castillo), hasta El cielo rojo, de Miguel Gómez, entre 2001 y 2008, un total de seis películas: cada una mostraba nuevas posibilidades, cada una avanzaba en ese difícil camino copado por una industria devoradora como la estadounidense. Cierto, las deficiencias pueden ser muchas, a veces abrumadoras, pero eso quedará para comentar en otra ocasión.
Entre tales deficiencias, la principal parecía siempre ser el guión. Pero con los logros, podíamos soñar con que ya se contaba con el material y el equipo técnico, así como con el recurso humano. Faltaba el toque genial de esgrimir una buena historia y contarla “en cine”. El dinero no debía ser problema, desde los 4000 mil dólares de El cielo rojo hasta los 800 000 mil de El camino.
On the road
La comprensión del cine, como cualquier otra práctica significante, pasa por el lenguaje. Incluso, su fundamento o inicio, es de tipo lingüístico, literario: una historia, un guión. Sin embargo, esto no quiere decir que el cine debe ser “verborreico”. El exceso en el discurso, sea de la voz cinematográfica o de los personajes, solamente acusa falta de oficio e ingenuidad. Sergei Eisenstein, el gran director ruso, fue uno de los primeros en teorizar y poner en práctica los procesos de la fotografía y de la edición como generadores del significado. Claro está que todo ello dependerá, en última instancia, de un guión sólido y luego de una mirada eficaz y oportuna del director.
¿Qué pasa con el arte, cuando quiere o pretende decir mucho y no dice nada? ¿Qué pasa con las obras “comprometidas”, que terminan siendo ridículos panfletos, incapaces de generar ningún tipo de conmoción o de catarsis en el espectador? Lo que pasa con ellas es que creen más en el fondo que en la forma, consideran que es más importante lo que se dice que la manera en la que se dice. Ese es su gran defecto. Más aún, creen que existe una separación entre el fondo y la forma.
El cine es, ante todo, imagen. La imagen es la encargada de portar, y de producir, significados. Sin esto, solo estaremos ante efectos especiales, o ante “bellas postales” de revista de turismo. Imágenes vacías y superfluas: decorativas.
El camino, de Ishtar Yasín, maneja el lenguaje cinematográfico de principio a fin, y tal y como estamos acostumbrados con mucho del cine independiente estadounidense, o del cine asiático o europeo, el ritmo es moroso, las palabras pocas, solamente el compás de las imágenes, los gestos de los personajes, todo concatenado con la música, amalgama capaz de generar una historia y transmitir emociones y sentidos diversos.
La fotografía es de gran calidad, y aunque pudo caer en el lugar común de explotar “el trópico” como recurso turístico, no lo hizo. Del mismo modo, la música, con su mezcla de marimba, no es un clisé de “lo típico”, al contrario, resulta contrapunto oportuno, actual, con una gran carga de nostalgia. Luego, nos enfrentamos a un realismo que muchas veces puede acercarse al naturalismo: el abuelo que llama a Saslaya en la noche, el perro que huele la basura, los pescados en una mesa sucia. Pero como detalle magnífico, tenemos toques surrealistas: el hombre del bastón con su teatro de marionetas y su mal español, mientras una mujer sin voz toca la flauta y otra baila en el fondo. Y por supuesto, uno de los mejores detalles: los dos hombres que llevan una mesa en esa amarga travesía, que me recuerda el organillo de Punch drunk love, de P. T. Anderson. ¿Qué simbolismo más abierto se puede querer?
Luego, tenemos dos personajes entrañables: Saslaya y Darío. Ella, decidida, con esa carga milenaria de represión de nuestra cultura patriarcal; él, mudo, con un carácter fuerte: ¿qué reclama él de su hermana? ¿Qué quiere en el fondo? ¿Qué nos dice al tocar su ocarina? En una película hollywoodense, el espectador que asiste en masa, atiborrado de palomitas, esperaría un final feliz, con los dos hermanos junto a su madre y con la perspectiva de una vida plena de bonanza económica. Pero el “sueño costarricense” no es así. Las posibilidades y vericuetos de ese camino son demasiado complejos y peligrosos. Las posibilidades de perderlo todo están ahí. Final abierto, bellísimo, como debe ser: el rostro de Saslaya, pasivo y temeroso, nos interroga al otro lado del espejo.
El mundo espera
El camino denuncia una situación sumamente dolorosa, desde diversos puntos de vista. Tanto así que prefiero no extenderme en ella, para no convertir esta reseña en una diatriba contra la xenofobia del costarricense, esa misma que me hace no compartir la mesa con mucha gente, por temor a estallar de cólera cuando escucho sus comentarios o sus chistes. Este filme es un recorrido social por los trillos que unen y desunen dos pueblos que deberían ser hermanos, y como hermanos, solidarios, más allá de sus diferencias. A la vez, es un camino de ocho años, no en balde, que vio llegar a la pantalla seis película antes que ella, y que refleja ahora justamente los pasos dados, refleja las huellas, y anuncia la posibilidad y la utopía, una utopía humana, como no, expresada a través de nuestro arte, a través de un cine costarricense posible.
En el blog Café Verlaine, Gustavo Adolfo Chaves hace una contracrítica.
Se exhibe en el mall San Pedro, Multiplaza (Este y Oeste) y Terramall.
Inicia la aventura
Primero la llanura, y luego, la montaña: el mundo está abierto y el camino empieza.
Probablemente para muchos, el cine costarricense no existe. No obstante, con el ánimo de matizar y contextualizar una afirmación de tal tipo, habrá que remitir a los estudios de María Lourdes Cortés. Y si hacemos un poco de historiografía, veremos que hay una veintena de largometrajes de ficción, así como decenas de documentales y cortometrajes. Ahora bien, debemos remitirnos, de igual modo, a los años noventas para empezar a ver una producción más sostenida, con mayor peso y presencia.
Así las cosas, desde el mundo de la televisión, con la serie El barrio, de Óscar Castillo, se empezó a notar, al menos en el ámbito de la producción en sí, un mayor desarrollo y calidad. Luego, desde Asesinato en El Meneo (del mismo Castillo), hasta El cielo rojo, de Miguel Gómez, entre 2001 y 2008, un total de seis películas: cada una mostraba nuevas posibilidades, cada una avanzaba en ese difícil camino copado por una industria devoradora como la estadounidense. Cierto, las deficiencias pueden ser muchas, a veces abrumadoras, pero eso quedará para comentar en otra ocasión.
Entre tales deficiencias, la principal parecía siempre ser el guión. Pero con los logros, podíamos soñar con que ya se contaba con el material y el equipo técnico, así como con el recurso humano. Faltaba el toque genial de esgrimir una buena historia y contarla “en cine”. El dinero no debía ser problema, desde los 4000 mil dólares de El cielo rojo hasta los 800 000 mil de El camino.
On the road
La comprensión del cine, como cualquier otra práctica significante, pasa por el lenguaje. Incluso, su fundamento o inicio, es de tipo lingüístico, literario: una historia, un guión. Sin embargo, esto no quiere decir que el cine debe ser “verborreico”. El exceso en el discurso, sea de la voz cinematográfica o de los personajes, solamente acusa falta de oficio e ingenuidad. Sergei Eisenstein, el gran director ruso, fue uno de los primeros en teorizar y poner en práctica los procesos de la fotografía y de la edición como generadores del significado. Claro está que todo ello dependerá, en última instancia, de un guión sólido y luego de una mirada eficaz y oportuna del director.
¿Qué pasa con el arte, cuando quiere o pretende decir mucho y no dice nada? ¿Qué pasa con las obras “comprometidas”, que terminan siendo ridículos panfletos, incapaces de generar ningún tipo de conmoción o de catarsis en el espectador? Lo que pasa con ellas es que creen más en el fondo que en la forma, consideran que es más importante lo que se dice que la manera en la que se dice. Ese es su gran defecto. Más aún, creen que existe una separación entre el fondo y la forma.
El cine es, ante todo, imagen. La imagen es la encargada de portar, y de producir, significados. Sin esto, solo estaremos ante efectos especiales, o ante “bellas postales” de revista de turismo. Imágenes vacías y superfluas: decorativas.
El camino, de Ishtar Yasín, maneja el lenguaje cinematográfico de principio a fin, y tal y como estamos acostumbrados con mucho del cine independiente estadounidense, o del cine asiático o europeo, el ritmo es moroso, las palabras pocas, solamente el compás de las imágenes, los gestos de los personajes, todo concatenado con la música, amalgama capaz de generar una historia y transmitir emociones y sentidos diversos.
La fotografía es de gran calidad, y aunque pudo caer en el lugar común de explotar “el trópico” como recurso turístico, no lo hizo. Del mismo modo, la música, con su mezcla de marimba, no es un clisé de “lo típico”, al contrario, resulta contrapunto oportuno, actual, con una gran carga de nostalgia. Luego, nos enfrentamos a un realismo que muchas veces puede acercarse al naturalismo: el abuelo que llama a Saslaya en la noche, el perro que huele la basura, los pescados en una mesa sucia. Pero como detalle magnífico, tenemos toques surrealistas: el hombre del bastón con su teatro de marionetas y su mal español, mientras una mujer sin voz toca la flauta y otra baila en el fondo. Y por supuesto, uno de los mejores detalles: los dos hombres que llevan una mesa en esa amarga travesía, que me recuerda el organillo de Punch drunk love, de P. T. Anderson. ¿Qué simbolismo más abierto se puede querer?
Luego, tenemos dos personajes entrañables: Saslaya y Darío. Ella, decidida, con esa carga milenaria de represión de nuestra cultura patriarcal; él, mudo, con un carácter fuerte: ¿qué reclama él de su hermana? ¿Qué quiere en el fondo? ¿Qué nos dice al tocar su ocarina? En una película hollywoodense, el espectador que asiste en masa, atiborrado de palomitas, esperaría un final feliz, con los dos hermanos junto a su madre y con la perspectiva de una vida plena de bonanza económica. Pero el “sueño costarricense” no es así. Las posibilidades y vericuetos de ese camino son demasiado complejos y peligrosos. Las posibilidades de perderlo todo están ahí. Final abierto, bellísimo, como debe ser: el rostro de Saslaya, pasivo y temeroso, nos interroga al otro lado del espejo.
El mundo espera
El camino denuncia una situación sumamente dolorosa, desde diversos puntos de vista. Tanto así que prefiero no extenderme en ella, para no convertir esta reseña en una diatriba contra la xenofobia del costarricense, esa misma que me hace no compartir la mesa con mucha gente, por temor a estallar de cólera cuando escucho sus comentarios o sus chistes. Este filme es un recorrido social por los trillos que unen y desunen dos pueblos que deberían ser hermanos, y como hermanos, solidarios, más allá de sus diferencias. A la vez, es un camino de ocho años, no en balde, que vio llegar a la pantalla seis película antes que ella, y que refleja ahora justamente los pasos dados, refleja las huellas, y anuncia la posibilidad y la utopía, una utopía humana, como no, expresada a través de nuestro arte, a través de un cine costarricense posible.
En el blog Café Verlaine, Gustavo Adolfo Chaves hace una contracrítica.
Comentarios
Creo que es por eso que quiero estudiar cine, y tratar de cambiar eso o aunque sea hacer el intento.
Por cierto... excelente blog
Saludos.
De Venezuela, al menos, hay más noción, desde las "clásicas" telenovelas hasta la literatura, y una que otra película.
Pero el caso de Costa Rica sí es lamentable: nuestros productos prácticamnte no salen, no son conocidos. Si ves una revista de poesía, por ejemplo, tiene tres argentinos, un peruano, dos venezolanos, cuatro mexicanos, dos españoles y un cubano. Pero un tico prácticamente nunca.
El camino ha logrado algún reconocimiento en algunos festivales. Estuvo en la Berlinale. Con suerte llega a algún festival venezolano.
Y bueno, hay que seguir.
Gracias por tu visita y saludos.