
Las flores secas adornan mi lecho.
La historia de mi pueblo
es la historia de quien amo.
Mis amigos bailan
con músicas antiguas,
y han cerrado la puerta
por donde a diario transita
la fugaz blasfemia de tus labios.
Desnudo, gravitante,
tu vientre es una daga en mi espalda,
un desierto que crece
donde la piedra se fija
y el musgo se detiene.
Hay almas respetuosas de la historia.
Hay repeticiones de esa historia
y el tiempo asoma sobre la casa vacía.
No escribo la historia de mi vida.
No hago el recuento de los miedos
ni escucho tu voz en esta silla.
En la casa abandonada hay un hombre
que roba a diario una mentira,
su cara se desfigura y no responde.
¿Dónde habita la furia?
¿Dónde las vasijas llenas de joyas?
¿Dónde la promesa y la tierra?
El fuego final lo consume todo
en aquella casa abandonada por mis padres,
mientras un crucifijo
brota de mi sien
y las paredes se expanden como el musgo.
No quiero despertar moribundo,
no quiero despertar del todo.
Quiero tener una mesa
con pan de ajenjo,
una mesa tranquila a la orilla de un río.
La niebla se disipa entre tus hombros,
pero yo no quiero abandonar la casa
ni morir ahora
ante tus pies cansados.
Hoy todo está vacío.
El mar quedó vacío.
El mundo está vacío,
y yo no quiero despertar.
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Saludos y gracias por la visita.