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El bolero de Abaddón

Porque no hay poesía festiva, alguien había dicho,
pues quizás solo del tiempo y de lo irreparable puede hablar.
Y también alguna vez se dijo (pero ¿quién, cuándo?)
que todo un día será pasado y olvidado y borrado:
hasta los formidables muros
y el gran foso que rodea la inexpugnable fortaleza.

Ernesto Sábato
Abaddón, el Exterminador

-I-

Al ángel le queda su figura de niño.
A nosotros nos queda el resto.

Nos quedan las flores y los campos.
Nos queda la esquina de una calle ciega.
Nos queda la espalda llena de espigas.
Nos queda la tristeza de los días,
el pequeño deseo, su jardín agotado,
y una esfinge hecha de años,
sucia por tantas preguntas.
Nos queda alumbrar la tierra.
Ese pasto mojado con saliva ajena,
esa estirpe rota de abejas dormidas.
El mártir sonríe
con su baile de cartílagos rotos:
¡Oh Padre, haz que la lluvia
empape estos labios tan pequeños!

Nos queda la tarde para contemplar la muerte,
una simple duna de águilas viejas:
una eterna broma, el deleite del lobo,
un delicado entierro,
las mentiras que hacen milagros,
las advertencias añejas, los rezos distantes,
atravesarnos las sienes con espinas amargas.

Tanto sueño y no poder nada
contra la espera,
tan solo sigue y sigue:
rueda sin fin, palimpsesto del tiempo,
ruta de las almas, aguijón de tus labios.
La vida se va quedando vacía.
Nos quedan las calles y las noches.
Nos queda esa fiereza de ángeles
dormidos, callados y ligeros.
Nos queda la fuerza del dolor,
la amargura de las horas.
Nos quedan muchos días,
nos quedan muchos siglos.
Nos queda el dolor de cada uno.
Nos queda una tarde para pasear por los campos.

El tiempo y las horas,
segundos para contemplar
la debacle sigilosa que nos busca:
un tiempo despiadado y bello,
destruido y encontrado,
un tiempo hermoso e imposible.

¿Nos queda la mirada en los tejados antiguos,
en las catedrales del viento,
en sueño y en vitrales añejos de palabras?
¿Qué puede el hombre -gris y polvoriento-,
contra un desierto en su memoria?
Ni el incienso ni la mirra podrían redimir al hombre

Nos quedan las mañanas
-llenas de presagios-,
llenas de ángeles que cargan en su espalda
la bendición patriarcal y el oro bruñido.
Las noticias gigantescas
de tiempos aún más gigantescos.

¿Por qué me dejas aquí tendido?
¿Por qué me abandonas cuando más te necesito?
Conozco el destino del mundo.
Desde que por primera vez detuve los inviernos
escribí en mis dedos su desgracia de estrellas.
Conozco cada partícula de tu pensamiento impuro.
¿Por qué no me ha sido dado comprenderte entonces?
¿Por qué permitir la fatiga, el esfuerzo?

Aquí les presento la ofrenda del viento,
la episteme del dolor.
Aquí les traigo la vendimia de los años,
el itinerario del mundo.
Aquí, con estas manos cegadas,
con este cuerpo blindado,
con estas carnes duras,
les traigo la mañana que habrá de resucitar.

Cuando entonces sepamos realmente
lo que nos pertenece y lo que debemos.
Cuando sean saldadas las esquirlas de mi alma.
Cuando pueda verte sin el velo callado
que nos precipita hacia la nada.

A esta raza a la que pertenezco
le ha llegado el turno de conocer el secreto,
la esfinge interior, el árbol dorado,
la estatua de cuatro cabezas
y el día en que todos ellos nacieron.
A esta raza no le queda otra cosa
que unos templos destruidos e inútiles.
Le queda una esperanza que parece una mentira.
Le queda su agonía.
Le queda su tristeza.
Y ante todo: su mirada perdida.

-II-

Gélida esquirla de mi alma.
Gélido sueño de los siglos.

Nací en un tiempo de invierno.
Nací con la correcta forma de mis extremidades.
Mi boca, mis ojos: todo en su sitio.
Nací cuando la lluvia era liviana
y los dioses bondadosos.
Fui creciendo en medio de lluvias torrenciales.
Fui creciendo con algo de miseria
atravesada en mis entrañas.

Crecí en medio de mi propia destrucción
-agotado, infértil-,
preso de un tiempo igualmente cansado,
vencido y sediento.

Y en medio de toda esa destrucción,
de esos incandescentes escombros
que milagrosos brotaron de aquellas almas,
me di cuenta del amor que sentía por ti.

¡Qué delicia encontrar razones
para las sinrazones del pasado!
No quisiera salir de este marasmo,
de esta farsa tenue de saberte a mi lado,
vaivén de las horas, elixir del viento,
cruel despedida la que me toca ahora presenciar.

Mi tiempo es un tiempo que se acaba.
Me tocó nacer a mitad del camino.
Perdido entre las aguas
de un mundo condenado
y un mundo maldito,
me toca ahora presenciar la muerte.

Llegué cuando el tiempo se alejaba
y el nuevo reino se acercaba.
Y Dios -impávido- no sabía si contemplarnos llorar
o llorar contemplándonos:
sucios, caídos y lejanos.
Los dioses del crepúsculo han hablado:
nada más nos queda.
Sacerdotes inútiles para la ejecución del rito,
sacerdotes monos, sacerdotes payasos.

Ahí llega el juglar de los últimos días,
el único sobreviviente de aquellos recuerdos,
de aquellas farsas preterrenas.
Juglar de las almas simples:
¿dime quién me puede ayudar a encontrar
la delicada gema que yace dormida entre mis labios?
¿Dime cómo despertarla de su sueño sagrado?
¿Cómo hacer para decirle que la amo
sin ofender su pequeña estrella,
su mano rota que navega en lo inmenso de mi alma?

Fui creciendo con la incertidumbre normal
de una educación anormal y despiadada.
Fui haciéndome a la idea de las cosas
para darme cuenta después
de que las cosas nos hacen a su idea,
a su imagen y semejanza,
como suelen los dioses legendarios.
Caminé despacio entre ciudades sumergidas
y templos caídos.
Caminé esperando.

Nací en un tiempo de invierno.
Y ahora, cuando recuerdo ese día:
solo desiertos me quedan.

-III-

La debacle amaina su curso de estrellas:
pérfida, inocua, débil, sangrienta.
Detén ahora tu famélica estirpe,
mis labios heridos,
candados que me nacen
como una flor en la espalda
y que me duelen como una mirada.
Mirada ancha
sobre las vastas regiones galácticas.
Ancestros dormidos que anuncian la herejía,
sin conocer su origen de dios amargo,
de ángel de las lluvias y los desiertos.

Ha caído la primera esfera,
ahora llegará a su fin
la codiciada esfera de los cielos,
el cáliz sagrado que se rompe
y los dioses que se derrumban.
Y yo aquí, todavía en pie,
testigo condenado a verlo todo,
a saberlo todo
y a escribirlo todo
sin derecho a protestar.

Soy el sacerdote
que viene a traerles la buena nueva,
el ángel que dice
que los tiempos se acercan
y el sol desaparece.
Debo vivir todo el dolor de los hombres.
Debo acceder a las cumbres del ocaso
para poder contemplar la miseria humana;
su débil condición, su caída amarga.
En mi boca se engendran
las delicias de esa muerte.
Yo vine para escribirlo todo.
No es mi tarea predicar.
El cayado no me corresponde.
Otros serán los enviados
que decidan rescatarlos.
Otros serán los que lo pretendan.
Yo dibujo la circunferencia del infierno,
el trazo amargo, la mirada monstruosa.

La debacle anuncia su inmensa llegada,
y los hombres anuncian su retiro.
Los ancianos de otros sueños,
que alguna vez poblaron
este universo dulce y pertinente,
serán los que gobiernen
este mundo destinado al fracaso.
Arcanos de la noche,
dioses de la muerte,
¡no crucifiquen al cordero que ha nacido!
Déjenlo crecer y multiplicarse.
Déjenlo: su destino es sufrimiento.
Le tocará escribir lo que vea
y peor aún, aquello que no entienda.
Aquello dictado por los demonios
más antiguos del hombre:
el grito primigenio que le fue robado,
la daga pura del niño imberbe.
Se inventarán de sangre sus palabras,
sus páginas serán profanadas,
su nombre será perpetrado
y su alma se torturará entre los hombres.

La profecía se anuncia,
el arcano ya duerme,
los cielos se calman,
la esfera se detiene.
Yo permanezco aquí para contemplarla
y me duele saber su final,
su delicada forma de agotarse.
Los grandes muros de la fortaleza
han de ceder ante la presión de los vientos.
De lo más profundo de la tierra
llegan los rugidos de un tiempo que se acaba,
de un tiempo fugaz y atolondrado,
de un tiempo tramado como el peor castigo,
de un tiempo ya perdido.
Y al final del rito caigo postrado, inútil,
y la gran esfera se consume,
y Dios me mira, y asustado, sonríe.

Comentarios

Gracias por tenerme dentro de los enlaces recomendados...así tambien agradezco tu escritura, la sencibilidad con la que hablas de la oscuridad...es grato para mi leer tus palabras...
Francisco Méndez S. ha dicho que…
buen poema, me gusta mucho la cita con que comienza.

Saludos
Mercedes e Isabel ha dicho que…
Un placer leer tus poemas que tan profundo llegan allí, donde deben. Cordiales saludos. ((dos)
Neftis * ha dicho que…
Será que estoy sensible, pero me ha perturbado demasiado este poema.
:)
y A la vez me ha encantado.
Gustavo Solórzano-Alfaro ha dicho que…
Neftis: bienvenida a esta casa.

Me alegro mucho de que el poema te haya causado esa sensación.

Saludos y gracias por la visita

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