Punto número uno: el arte no progresa. La concepción de que el arte progresa responde a una lógica capitalista, occidental, patriarcal (y blanca). Si partimos de aquí, probablemente muchos artistas concuerden con nosotros; sin embargo, es lugar común escuchar “que en Costa Rica no pasa nada”, “que aquí todo llega con retraso”; o peor aún, “que ya todo está inventado”: mero “posmodernismo” europeo.
¿Han sufrido las artes en Costa Rica de una especie de retraso crónico? Podríamos concordar con tal idea, pero ello implica ver apenas una parte del problema que enfrentan las artes en nuestro país. ¿Retraso respecto de qué? Mientras mantengamos esta visión, es evidente que no será posible plantear nuevos paradigmas. Y es que este es justamente el asunto. No tenemos por qué sentirnos “retrasados” respecto de otros discursos; debemos claro, establecer un diálogo con lo que sucede en el resto del mundo, pero precisamente para ser capaces de generar, en tal contexto, nuevos paradigmas que nos permitan insertarnos, posicionarnos y afirmarnos. Es decir, convertirnos en entes transformadores, para no seguir siendo simples consumidores de prácticas significantes.
El caso de las artes plásticas es uno de los más evidentes en cuanto a esta idea del “progreso”. Los artistas plásticos se ven impelidos, presionados y demás para abandonar técnicas tradicionales (óleo, pincel, dibujo, etc.) porque estas se consideran obsoletas. Entonces, para ser aceptados dentro de las comunidades artísticas, deben aprender a usar tecnología de punta, paquetes de diseño gráfico o técnicas del audiovisual. Muy bien, y si lo hacen qué bueno, pero no se puede pretender que una cosa sea sustituta de la otra. Cada disciplina artística tiene especificidades, que se aprenden y desarrollan (más allá de los conceptos de inspiración o espontaneidad). No podemos censurar a un pintor porque sigue pintando al óleo. Lastimosamente, ello sucede.
En el campo de la literatura se da una situación similiar. Lo “moderno”, “actual” o “contemporáneo” es el “lenguaje coloquial”, el discurso conversacional; es decir, se pretende prescindir de la metáfora, del adjetivo, de la imagen y se las destierra, se las envía al exilio, como si de leprosos se tratara. No se entiende que es imposible pensar la literatura sin tales elementos. Ahora bien, no significa ello que manejar otros elementos y discursos sea inválido; no significa que haya una manera única o perfecta de hacer literatura. Concordamos en que hay diversos discursos con diferentes manifestaciones. Pero si aceptamos esto, debemos aceptar que no hay progreso en el arte, y que el arte justamente evade lo que dicta el mercado.
Punto final: muchos conocemos la frase de Mallarmé, “el escritor no escribe para sus contemporáneos, escribe para el futuro”. Es decir, el arte es siempre anacrónico, es su condición sine qua non. El arte, a pesar de nuestros intentos por apresarlo en espacios y tiempos definidos, evade los mecanismos represores de las modas y rompe los esquemas significantes. El arte será mucho más válido, como práctica revolucionaria, ahí donde se le mire con recelo; sin embargo, mientras sigamos complacidos en creer que hacemos arte “contemporáneo”, lo único que seguiremos logrando es sentirnos atrasados siempre y peor aún, quejarnos de ello en nuestra eterna endogamia “estética”.
¿Han sufrido las artes en Costa Rica de una especie de retraso crónico? Podríamos concordar con tal idea, pero ello implica ver apenas una parte del problema que enfrentan las artes en nuestro país. ¿Retraso respecto de qué? Mientras mantengamos esta visión, es evidente que no será posible plantear nuevos paradigmas. Y es que este es justamente el asunto. No tenemos por qué sentirnos “retrasados” respecto de otros discursos; debemos claro, establecer un diálogo con lo que sucede en el resto del mundo, pero precisamente para ser capaces de generar, en tal contexto, nuevos paradigmas que nos permitan insertarnos, posicionarnos y afirmarnos. Es decir, convertirnos en entes transformadores, para no seguir siendo simples consumidores de prácticas significantes.
El caso de las artes plásticas es uno de los más evidentes en cuanto a esta idea del “progreso”. Los artistas plásticos se ven impelidos, presionados y demás para abandonar técnicas tradicionales (óleo, pincel, dibujo, etc.) porque estas se consideran obsoletas. Entonces, para ser aceptados dentro de las comunidades artísticas, deben aprender a usar tecnología de punta, paquetes de diseño gráfico o técnicas del audiovisual. Muy bien, y si lo hacen qué bueno, pero no se puede pretender que una cosa sea sustituta de la otra. Cada disciplina artística tiene especificidades, que se aprenden y desarrollan (más allá de los conceptos de inspiración o espontaneidad). No podemos censurar a un pintor porque sigue pintando al óleo. Lastimosamente, ello sucede.
En el campo de la literatura se da una situación similiar. Lo “moderno”, “actual” o “contemporáneo” es el “lenguaje coloquial”, el discurso conversacional; es decir, se pretende prescindir de la metáfora, del adjetivo, de la imagen y se las destierra, se las envía al exilio, como si de leprosos se tratara. No se entiende que es imposible pensar la literatura sin tales elementos. Ahora bien, no significa ello que manejar otros elementos y discursos sea inválido; no significa que haya una manera única o perfecta de hacer literatura. Concordamos en que hay diversos discursos con diferentes manifestaciones. Pero si aceptamos esto, debemos aceptar que no hay progreso en el arte, y que el arte justamente evade lo que dicta el mercado.
Punto final: muchos conocemos la frase de Mallarmé, “el escritor no escribe para sus contemporáneos, escribe para el futuro”. Es decir, el arte es siempre anacrónico, es su condición sine qua non. El arte, a pesar de nuestros intentos por apresarlo en espacios y tiempos definidos, evade los mecanismos represores de las modas y rompe los esquemas significantes. El arte será mucho más válido, como práctica revolucionaria, ahí donde se le mire con recelo; sin embargo, mientras sigamos complacidos en creer que hacemos arte “contemporáneo”, lo único que seguiremos logrando es sentirnos atrasados siempre y peor aún, quejarnos de ello en nuestra eterna endogamia “estética”.
Comentarios
Lo que suele suceder más bien, es que hay gustos, modas, tendencias, sean estas elitístas o de masa, que dictan que esta "in".
En ese sentido, nada puede ser peor para la popularidad de un estilo particular que el considerarse pasado de moda. En un ambito donde el esfuerzo, como bien apuntaste, es mantenerse al borde de lo reciente, lo considerado "passe" (anacrónico) tiende a no ser popular.
Pero ánimo, el deber del artista no es ser popular, sino crear arte.